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DIFERENTES
ESFERAS
Cari Z.
Título original: Different
Spheres
© Cari Z.
Traducción y formato: Traductores
Anónimos
Todos los
derechos reservados. Ninguna parte de este libro o e-book puede ser reproducida
o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico,
incluyendo fotocopias, grabaciones, o por cualquier sistema de almacenamiento y
recuperación de información sin el permiso por escrito del autor.
Esta es una
obra de ficción. Cualquier parecido con personas vivas o muertas es pura
coincidencia.
Sinopsis:
Gil Donaldson volvió a su ciudad natal en Boulder,
Colorado, después de que un diagnóstico de esclerosis múltiple interrumpiera su
carrera docente y su vida amorosa en La Costa Este. Una mañana se despierta con
la visión borrosa pero no puede conducir hasta
el hospital y Gil solicita la ayuda de su solitario
vecino, Warren Masters, para que lo lleve a urgencias.
Los dos hombres se hacen amigos en el transcurso de la
recuperación de Gil de su última recaída, y aunque Gil reconoce que se
siente atraído hacia el otro hombre, se niega a actuar en consecuencia. No le
gusta depender de nadie para garantizar su salud emocional o física, y está
acostumbrado a estar solo, o al menos eso es lo que se dice a sí mismo. Warren
es un hombre de pocas palabras, pero está ahí siempre que Gil le necesita, y
solo pide una oportunidad para poder estar juntos.
Gil Donaldson se despertó, se dio la vuelta en
la fría cama, miró el reloj de
la mesita, y parpadeó. Volvió a mirar, parpadeó
nuevamente y se miró las manos. Luego, en un
movimiento totalmente atípico en él, soltó una
catártica blasfemia.
—Joder, maldita sea.
Siempre, cada vez que esto sucedía —y estaba
sucediendo con más frecuencia últimamente— Gil lamentaba el día que
había decidido salir con un estadístico. La relación terminó hace años, pero la interminable
dependencia del hombre por los números y
porcentajes, de algún modo habían influido en Gil, hasta el punto de que,
cuando tenía una recaída, lo primero que hacía (después
de visitar el hospital, ser bombeado con esteroides, y pasar por el circo que evaluaba su nueva posición en la EDSS, después de todo Gil tenía un mínimo de sensatez) era comprobar los compendios de investigación en
internet para los nuevos hallazgos sobre la
esclerosis múltiple. Tenía las tablas en las que comparaba los números de las publicaciones
profesionales Lancet Neurology, y, le
daba vergüenza admitirlo y nunca lo haría a
menos que fuera torturado con saña, la Wikipedia. Tenía la página web del Instituto
Nacional de Salud marcada como favorita varias veces
en su portátil. Su biblioteca estaba llena de
libros, y se multiplicaron junto con la
esclerosis de Gil con cada recaída.
Había tenido una especie de sensación de que
esto se acercaba, pero había mantenido la esperanza de que no fuera lo que pensaba. Gil había pasado todo el día
anterior con un dolor de cabeza que aumentaba cada vez
más, pensando que tendría sinusitis o, si tenía suerte, solo un resfriado. Se había tomado
unas pastillas y se había ido a la cama temprano, con la esperanza de que estaría mejor por la mañana. En su lugar se despertó y veía
doble.
Después de permitirse un breve momento de justificable
pánico, Gil se tropezó al salir de la cama, se puso en
pie lo mejor que pudo, y llamó a Tally. Luego se golpeó mentalmente por
haber olvidado dónde estaba, colgó su teléfono y,
después de evaluar sus opciones, se acercó con mucho cuidado a una casa más abajo y llamó a la puerta de su vecino.
La puerta se abrió después de medio minuto más o
menos, dejando escapar el
aroma a café fuerte, metal, y aserrín. Era un
olor muy masculino y perfectamente adecuado al
vecino de Gil. Era una lástima que la visión de
Gil fuera borrosa a la vez que doble, porque no le habría importado ver
claramente a dos Warren Masters.
—¿Gil? —Prácticamente podía oír la aparición de
las dos líneas interrogantes entre las cejas de Warren.
Los dos eran vecinos corteses, pero nunca antes habían
pasado juntos el rato—. ¿Qué pasa?
—Hola, buenos días. —Cumplidos fuera del camino,
Gil se zambulló directo en
el asunto—. Necesito que me lleves al hospital. Por
favor.
—¿Qué te pasa? —Mmm, se podría construir un
buque con los timbres de voz de
este hombre: una escueta pregunta que sin
embargo resonaba con preocupación, intensificada conciencia, y un mayor sentido de camaradería, todo a la vez. Dios, sonaba delicioso.
Gil se obligó a concentrarse.
—Estoy teniendo problemas para poder ver esta
mañana.
De repente, había una fuerte mano debajo de su
codo derecho, sosteniéndolo. En
otras circunstancias, ese tipo de contacto
habría sido realmente agradable. Según estaban
las cosas, era bastante triste que Gil lo
necesitara, porque en realidad se sintió un poco más que mareado en este punto.
—¿Crees que sea un derrame cerebral?
¿Un derrame cerebral? —Oh no —Gil aseguró a su vecino—.
No es nada de eso.
No, tengo... —Espera, ¿Warren no conocía su situación? Parecía que Gil
debió haberle contado en algún momento; había estado viviendo en la casa de al
lado durante casi seis meses, pero tal vez no hubiera
llegado a hacerlo. Quizás había querido ver
cuánto tiempo podía engañar a alguien que no lo
conocía.
—Tengo EM. Esclerosis múltiple —aclaró Gil finalmente—. Solo
tengo una recaída, eso es todo. Unos chutes y estaré bien, pero
tengo que ir al hospital. El que está en la Calle 4ª sería perfecto, es
donde trabaja mi médico de cabecera.
Warren, hombre de pocas palabras como era, sin
embargo, hizo un esfuerzo.
—Dame tres minutos. Solo tengo que terminar de
vestirme.
¿No estaba vestido ya?
¿En serio? Gil
entrecerró los ojos, pero no mejoró mucho la visión borrosa. Suspiró. —Puedo esperar
aquí.
—No te voy a dejar en el porche, Gil —dijo
Warren exasperado—. Hay una silla al entrar justo a la derecha de la puerta.
Da un paso y al llegar: fin del viaje.
Sinceramente, con las manos de Warren guiándole,
Gil no creía que tuviera mucha oportunidad de tropezar, pero fue cuidadoso de
todos modos. Lo último que
necesitaba en ese momento era fracturarse algo además de su casi ceguera
temporal. Con suerte, casi ceguera temporal.
Esta casa no estaba tan fría como la de Gil,
pero sus manos todavía las sentía frías y húmedas. Curioso.
Un segundo más tarde, Warren empujó una taza de café en ellas. —Sírvete.
Está recién hecho, solo. Estaré listo en un minuto. —Luego desapareció, y Gil se quedó
con sus manos calentándose alrededor de una taza
de café que, con un poco de suerte, había tenido
los labios de Warren Masters en ella esta mañana. Probó el café. Dios, fuerte.
Ugh, no, Dios no era suficiente deidad
para encapsular correctamente lo intenso que era este
café. Este café era Olímpico, Titánico, y
Ctónico, todo a la vez, y tan difícil de tragar.
Gil tragó un
sorbo y lo sintió quemar todo el camino
hacia abajo. Bueno, ahora por lo menos sabía que sus fosas nasales quedarían despejadas.
Poco después Warren regresó, sus pasos eran suaves
pero aún audibles en el suelo de parqué. —No es de tu estilo, ¿eh?
—No... Realmente.
—Ven, déjame acabarlo y nos marchamos. —Warren
suavemente tomó la taza y un
momento después, Gil pudo oír que la vaciaba. ¿Cuánto
tiempo llevaba desarrollar un equivalente natural al amianto en el aparato digestivo? Tenía que ser el trabajo de toda una vida.
La taza fue depositada sobre una pequeña mesa, y
luego las manos de Warren
fueron al brazo de Gil de nuevo, y lo condujo a la puerta principal. Caminaron lentamente por las escaleras y hacia el garaje, que Warren abrió con llave. Tenía un garaje grande, y la
mitad de él estaba ocupado con una camioneta Nissan 1984 que, por alguna razón, todavía seguía funcionando. La otra mitad Gil no la había
visto anteriormente, y parecía que su perfecto récord
no iba a romperse hoy. El olor a metal era más fuerte aquí, más crudo, si eso tenía sentido en
el contexto de algo como metal. Le recordó a Gil al olor de un
rayo.
Warren abrió la puerta del pasajero.
—¿Puedes subir bien?
—Estoy seguro de que puedo. —Vamos a ver, estaba
el marco, pudo ver el borde más
cercano a eso, lo que significaba que el asiento estaba... sí, justo donde debía estar. Gil
se agarró del marco de la puerta y se metió con
cuidado en el coche, haciendo una mueca al sentir la debilidad en sus piernas.
Eso era un problema recurrente, pero uno del que podía haber prescindido completamente hoy.
Se instaló con un
suspiro en el asiento, cerró los ojos y apoyó la cabeza atrás contra el cojín de vinilo desgarrado.
De repente, un fuerte brazo giraba alrededor de
su cintura. Los ojos de Gil se
abrieron de inmediato, y se giró para ver —mirar,
al menos— a Warren. ¿Qué...?
Click. —Cinturón de seguridad.
—Oh. —Qué lamentablemente sensato por su parte.
Cerró la puerta, y Gil sufrió el silencio durante un
momento antes de que Warren se sentara en el
otro lado. La camioneta inició un retumbante ronroneo. En unos
pocos segundos, estaban en el camino de entrada
y se dirigieron hacia la carretera principal. Sus
casas formaban parte de una pequeña y arbolada
subdivisión en la parte norte de Boulder, pero el hospital estaba a tan solo
diez minutos en coche. Gil buscó una manera de pasar el tiempo sin un silencio
demasiado largo. A Warren parecía atraerle el silencio,
pero a Gil nunca le había gustado llegar a estar
demasiado familiarizado con él.
—Aprecio el viaje. Por lo general, si no es tan malo conduzco yo mismo, pero hoy seguramente sería un peligro en la
carretera.
—¿Quién te lleva cuando es tan malo?
—Mi hermana, que, antes de preguntar, está fuera
celebrando su vigésimo quinto
aniversario de boda por todo lo alto cruzando los siete mares y estará fuera otra semana.
—¿No quieres avisarla?
—Por supuesto que no.
Peter nunca me lo perdonaría. Su marido —añadió Gil—.
Creo que esta es la primera vez que están en un viaje
que no está relacionado con el trabajo o que no van incluidos sus hijos en todo el tiempo que llevan casados. Merecen tener un poco de
tranquilidad.
—Probablemente se va a cabrear cuando vuelva.
—¿La conoces? —preguntó Gil con ímpetu—. Parece como si
la conocieras. Y puedo
manejar la riña con mi hermana mejor de lo que puedo manejar el arruinar sus vacaciones. Noble causa y todo eso. —Se miró las manos otra vez, extendiendo sus dedos ampliamente. Demasiados
para contarlos, y no podía contarlos
cuando aparecían todos borrosos de todos modos.
—¿Ella vive cerca?
—Es natural de Boulder, igual que yo.
Ella y Peter tienen una
casa un poco más arriba del Four Mile Canyon. La
mía es la casa familiar.
—La gente se ha marchado, ¿no?
—Durante los últimos doce años —suspiró Gil. Estaba cansado de hablar de sí
mismo y quería aprovechar tener a Warren a su
merced mientras pudiera—. Puesto que solo llevas
en el barrio seis meses. ¿Dónde has estado antes
de eso?
—Dakota del Sur.
—Considero que has cambiado para mejor, pero es
mi punto de vista. ¿A qué te dedicabas en Dakota del Sur?
—Bombero.
—Dios mío. —Mentalmente, Gil vislumbró el cuerpo de Warren con
la parafernalia de un bombero. Cerca de seis pies de alto, fuerza y vigor en su
engañosamente delgada constitución, solo había que poner un casco de bombero sobre su corto pelo negro-grisáceo y un
hacha en esas duras, capaces manos y tenías, sí,
una instantánea pornográfica mental del tipo que
Gil no había visto en mucho tiempo. Un bombero. Que dios le ampare—.
¿Haces eso aquí también?
—Estoy retirado actualmente.
Soy voluntario para el departamento local, sin embargo. ¿Y tú?
—Oh, no creo que pueda ofrecer mucho al cuerpo
de bomberos.
—Quiero decir, ¿a qué te dedicas? —respondió
Warren pacientemente.
Gil sabía que se había sonrojado, y esperaba que
Warren tuviera los ojos fijos en la carretera. —Oh, cierto. Soy profesor de
Escritura y Poética en la Universidad de Naropa.
—¿Eres budista? —Gil registró auténtica sorpresa
en la voz normalmente taciturna de Warren.
—No, por suerte no tienes que ser demasiado
espiritual para trabajar allí, lo cual es bueno, ya que soy un agnóstico
declarado que se deleita en tomar el nombre del Señor y todo
su entorno en vano. Estoy
pluriempleado como asesor de tesis de postgrado con
algunas otras universidades. —Tales como Harvard, Princeton... lugares en los que solía trabajar en lugar de estar
pluriempleado. Lugares que a regañadientes le dejaron ir cuando quedó claro que
no podía afrontar la carga lectiva requerida durante
más tiempo.
—Debí adivinarlo.
—¿Adivinar qué?
—Que eres un escritor.
Te encantan las palabras.
Gil no pensó que él y Warren hubieran
intercambiado suficientes
palabras hasta este punto de su relación para que Warren supiera que a Gil le encantaban, pero no se
sorprendió de lo perspicaz que era el hombre.
—No escribo palabras tanto como las asalto en estos días en nombre de la mejora de los
escritores del mañana, pero me gusta mi trabajo.
Esto era muy agradable, este toma y daca.
Gil tenía lista otra pregunta
que formular, pero entonces el coche se detuvo.
—Llegamos —dijo Warren. Se bajó
y dio la vuelta para ayudar a Gil a bajar.
La breve descarga de adrenalina que le había bombeado
esta mañana se había evaporado, y Gil sintió
desplomarse sobre sus pies. Cerró los ojos, pero
el mundo no dejaba de girar.
—¿Necesitas una silla de ruedas? —preguntó
Warren en voz baja.
—Me gustaría decir que no, pero en este momento
me temo que la respuesta es sí —respondió
Gil. Sin tener que soltarle, Warren de alguna
manera hizo una señal a alguien de que
necesitaban ayuda, y unos pocos minutos más
tarde, una enfermera estaba allí con una silla. Gil
se hundió en ella y suspiró. El miedo amenazaba con desbordarle, pero firmemente lo dejó
atrás. Los desmoronamientos eran solo para casa,
donde podría estar solo y listo para consolarse con la
literatura. Aunque, si su visión no regresaba
intacta, iba a tener que comprar una gran cantidad de audiolibros.
Se dirigieron a la sala de espera de urgencias,
donde le endosaron el portapapeles obligatorio y un bolígrafo en su dirección.
—Ah... um...
—Dame tu cartera. Rellenaré la ficha por ti —dijo Warren.
—Oh. Gracias. —Le dio su cartera y se puso cómodo, escuchando
distraídamente los arañazos del bolígrafo barato en el papel y sintiendo el cansancio filtrarse en sus huesos. Gil no había estado exactamente
animado estos días, pero las recaídas minaron su fuerza como ninguna otra cosa.
Se inclinó un poco cuando Warren le preguntó:
—¿Síntomas?
—Cierto, los síntomas.
Um... —Gil hizo un balance—. Debilidad muscular en las extremidades inferiores, ataxia
moderada, neuritis óptica y diplopía. Y dolor de
cabeza. —El cual estaba empeorando por momentos.
—¿Cómo se escribe la “D”?
Gil se lo deletreó y luego cerró los ojos de
nuevo. Las luces eran
demasiado brillantes en este lugar, todo era demasiado brillante.
Una cantidad interminable de tiempo después, una
enfermera apareció.
—El Doctor Parks lo verá ahora, señor.
Gil se obligó a despertar lo suficiente para ser
coherente. —Mm, eh. —Está claro
que no lo había conseguido todavía. Lo intentó
de nuevo—. Gracias. —Miró hacia la última dirección
donde había visto a Warren. Todavía estaba allí, para sorpresa de Gil—. Gracias por traerme, Warren,
te lo agradezco.
—No voy a ir ninguna parte todavía, Gil.
—Esto podría llevar algún tiempo.
—Estoy jubilado. Tengo tiempo.
—Oh. —Bueno, eso estaba sin duda más allá del
llamado deber de vecindad—.
Gracias.
—No hay problema.
La enfermera alejó en silla de ruedas a Gil,
después al final del pasillo y a una sala de examen que era tan brillante y tan blanca
como el resto del maldito hospital. Ella lo ayudó a sentarse en la camilla, y un momento más
tarde, su médico estaba en la habitación, llevando
un archivo que Gil sabía por experiencia que era tan ridículamente pesado como parecía.
—Profesor Donaldson.
—Doctor Parks.
—Nos encontramos de nuevo.
—Y en estas propicias circunstancias —dijo Gil, terminando con su pequeño ritual.
El Doctor Parks acercó una silla y se sentó
junto a él. —¿Simplemente no
puedes escribir "visión doble" como una persona normal, Gil? Casi me avergüenzo yo mismo
buscándolo en un diccionario delante del personal de enfermería.
—Bueno, estoy bastante lejos de ser normal —suspiró
Gil.
El doctor Parks educadamente no dijo nada a eso.
—Vamos a comenzar con
las pruebas de equilibrio y coordinación, ¿de acuerdo?
—Prepárate para atraparme —advirtió Gil.
No lo hizo tan mal como temía, pero al final de
las pruebas estaba
temblando de cansancio, y su cabeza lo estaba matando. El médico le ayudó a sentarse en la camilla. —Me gustaría mantenerte aquí
durante la noche, Gil. Vamos a empezar con la
metilprednisolona y veremos si podemos conseguir que tu
visión vuelva a como estaba.
—¿Puedo tomar morfina también?
—¿Qué te parece el Tylenol extra fuerte?
—Eres un hombre cruel, cruel —lo acusó Gil.
—Eso me dicen mis hijos.
—Tus niños de cinco años son sorprendentemente
perspicaces para su corta
edad.
—Seis ahora —suspiró el Doctor Parks—.
Acabamos de tener un cumpleaños. Tarta y helado y otros veinte niños de parvulario gritando en
el parque. Tuvimos tres peleas y cinco rabietas en apenas una hora.
—Pobre. —Gil palmeó la mano de su médico de forma condescendiente. Lo tenía permitido, puesto que se conocían tanto social como
profesionalmente.
—Gracias por eso. Voy a buscar a la enfermera para que te prepare inmediatamente —dijo el Doctor Parks, volviendo de nuevo al
modo profesional—. Puedes
descansar en esta habitación por el momento; hoy
no estamos demasiado ocupados. ¿Te gustaría ver
a tu amigo, hacerle saber lo que sucede?
—¿Mi amigo? —Tenía que referirse a Warren.
Era divertido, Gil no
había estado pensando en él como un amigo hasta que el Doctor Parks dijo la
palabra, pero ahora que la había dicho, Warren realmente parecía ajustarse a la forma de la misma. ¿Qué otro tipo de persona haría
todo un viaje como este por Gil?—. Supongo que debería avisarle que se puede ir
ya.
—Haré que venga a verte. —El Doctor Parks salió
y Gil dejó que sus ojos
se cerraran. Era mejor con los ojos cerrados.
La enfermera entró y en
silencio le colocó una vía intravenosa, y por una vez, Gil no trató de romper el silencio. Simplemente le dejó hacer su trabajo, y unos minutos después,
estaba enganchado a un goteo de esteroides, y Warren
estaba de pie junto a él.
—¿Gil?
Gil abrió un párpado e hizo una mueca.
—¿Podrías apagar la luz,
por favor? —susurró.
—Por supuesto. —Se oyó un clic, y un momento
después, la única luz de
la habitación era la que se filtraba a través del hueco entre las cortinas—. ¿Qué está pasando? —preguntó
Warren, hablando en voz baja.
—Parece que voy a quedarme a dormir —Gil
respondió tratando de sonar
irónico pero probablemente fue sombrío—. Al
menos por esta noche.
—¿Necesitas hacer algo en tu casa?
—No, ¡sí! Sí, mierda, ¿cómo pude olvidarlo? —Gil trató de incorporarse, pero una mano firme en el hombro se lo
impidió presionándolo hacia abajo—. El demonio infernal perteneciente a mi hermana está viviendo
conmigo mientras ellos están de vacaciones.
Es una bestia voraz y probablemente se haya comido
varios pares de zapatos por ahora. Necesita
alimentación.
—¿Perro?
—Gato.
—¿El gato come zapatos? —Warren sonaba
escéptico.
—Ese gato me comería si tuviera la oportunidad —suspiró
Gil—. Mi llave de reserva
está en la tercera roca blanca en el lado izquierdo bajo el macizo de rosas.
La comida está en el mostrador de la cocina. Cualquiera de las latas servirá. La bestia podría no aparecer mientras estás allí, pero eso
probablemente sea lo mejor.
—No eres muy amigo de los animales, eh.
—Me gustan, simplemente no tienden a quererme.
Aunque no soy un amigo de
este gato en particular, la verdad.
—Me ocuparé de él. ¿Algo más?
—No. Gracias de nuevo por tu ayuda.
—No es ningún problema —dijo Warren, y su mano
trazó un círculo suave sobre el
hombro de Gil. Se sentía bien. Cariñoso—. ¿Quieres que
te traiga algo?
—Diría que el crucigrama del New York Times,
pero incluso si pudiera ver,
estoy demasiado cansado para hacerlo ahora mismo —respondió Gil—. No estoy
seguro de cuándo me van a dar el alta, por lo que no te preocupes por regresar. Solo... si pudieras
dar de comer al gato esta noche, y probablemente
mañana por la mañana, eso sería de gran ayuda. Con
suerte, no voy a estar más de un día aquí.
—Llámame cuando haya terminado.
Vendré a buscarte.
—No es necesario, puedo llamar a un taxi.
—Quiero hacerlo.
—Yo no quiero causarte molestias —protestó Gil,
sin saber exactamente por qué,
pero sintiendo que debería hacerlo de todos modos.
—Gil. —La mano le apretó el hombro en esta
ocasión, firme y tranquilizadora—.
Quiero hacerlo. Qué tal
si te muestras cortés y me dejas hacer lo que
quiero. —No lo dijo como una pregunta, y Gil
estaba feliz de no tomarlo de esa manera.
—Eso estaría bien, entonces.
¿Quieres dejarme tu número?
—Sí, lo pondré en tu teléfono. —Lamentablemente
la mano dejó su hombro, y
siguieron unos repetidos golpes a las teclas y unos pocos juramentos, pero
finalmente Warren dijo:
—Soy el número cinco en tu marcación rápida. Llámame en cualquier momento. Me
levanto a horas intempestivas.
—Lo haré.
La mano volvió, pero esta vez tomó una de la de
Gil y la sostuvo durante un momento. La palma de Warren era fuertemente callosa, pero su apretón era suave. No dijo nada en ese momento, solo pasó el pulgar sobre los
nudillos de Gil y luego lo soltó. —Duerme un poco, Gil.
—No hay duda de eso —le aseguró Gil.
Ya estaba empezando a
desvanecerse de nuevo. No oyó a Warren salir, y
lo prefería así.
Durmió durante la mayor parte del día y de la
noche, solo despertó para
comer una comida insípida y usar el baño una vez. El Tylenol surtió efecto e
hizo que su cabeza doliera menos, y a la mañana siguiente, la visión de Gil
estaba casi en el punto donde había estado antes de la recaída. Sus piernas,
bueno, no estaban muy allá todavía.
—Y no podrán estar muy allá durante algún tiempo
—advirtió el Doctor Parks después de que terminó de explicar las dosis
adicionales de esteroides y
otros medicamentos que estaba elaborando para que Gil se llevara a casa—.
Me gustaría verte de nuevo en una semana, siempre y
cuando continúes mejorando. Si tienes una
reacción adversa al medicamento o una nueva
recaída en cualquier momento, por supuesto ven tan
pronto como sea posible. Mientras tanto, Gil, me
gustaría que dejaras de conducir.
—Dejar de conducir. —Gil trató de mantener su
rostro inexpresivo, pero
sabía que algo de su consternación tuvo que mostrarse, porque el Doctor Parks parecía inusualmente comprensivo.
—Sé que te encanta ese coche, Gil, pero tal y como
está ahora tu tiempo de reacción, no me siento cómodo dejándote detrás del
volante. ¿Todavía tienes el
bastón?
¿El feo bastón Walgreens?
—Sí, lo tengo.
—Bueno. Me gustaría que lo utilizaras mientras estás fuera de casa.
Preferiría
mientras estás dentro de la casa también.
Cáusticas, dolorosas palabras se estrellaron en
la mente de Gil y rompieron
la barrera de sus labios firmemente cerrados. Quería
decirle al Doctor Parks lo que podía
hacer con ese bastón, oh sí, dónde podría meterlo para que fuera útil, si el médico prefería tenerlo en este ángulo o en aquel... esos eran los tipos de palabras
que no había pronunciado durante casi diez años,
y era mucho mejor no decirlas. No era culpa de
su médico. La situación obstinadamente desafiaba
la posición de la culpa, lo que siempre había molestado a Gil. Todos estos años cambiando su vida, en unas pocas maneras
para mejor a su juicio, y simplemente tenía que
tirar todo por la borda y tratar con ello.
—Entiendo —logró finalmente.
El doctor Parks se había sentado silenciosamente
ante la lucha interna de Gil, y obviamente vio que las palabras formuladas anteriormente
tuvieron efecto en él. Su voz
era suave y compasiva. —Lo siento, Gil.
Este trató de sonreír y se encogió de hombros,
pero no podía articular palabra todavía. Había estado viviendo con esta enfermedad durante una década, y pensó que había imaginado todas las trabas que esto
traería a su vida, pero no poder conducir... era
una grande. Mucho más grande que el bastón. Qué
coño, tenía canas ahora, tal vez el bastón le
ayudara a parecer más distinguido. O anciano.
Que cualquiera hiciera su elección.
—Tendré los documentos de alta listos.
¿Cómo vas a llegar a casa?
—Warren me dijo que lo llamara.
—¿Warren es el hombre que entró contigo ayer?
—preguntó el doctor, con una oscura ceja levantada.
—Sí. ¿Por qué?
—Debido a que mi personal de enfermería pensó
que era ridículamente atractivo
"para ser un viejo".
Gil se burló. —No puede tener más de cincuenta. Tu personal es edaísta.
—Mi equipo está compuesto por niños en estos
días, Gil: mi enfermera de más edad tiene treinta y tres años.
Así que sí, cincuenta todavía califica como viejo para
ellos. Demonios, incluso
cuarenta lo hace.
Gil sintió su lado juguetón aumentar un poco al
fin. —Oh, ¿tu caballero de
brillante bata se asemeja más a un “Papaíto-pero-no-en-el-modo-divertido” en
los últimos tiempos?
—Muérdete la lengua —refunfuñó el Doctor Parks—.
Soy atractivo. Siu
piensa que soy atractivo.
—Siu es tu esposa. Es su prerrogativa y privilegio encontrarte atractivo. Alégrate
de que lo haga.
—Lo hago —su médico le aseguró—.
Sigue adelante y haz la llamada, pero usa el teléfono
de cabecera. Te sacaremos de aquí en un santiamén.
Gil levantó la vista del número cinco en la
marcación rápida, marcándolo
en el viejo teléfono de la cabecera de su cama, y esperó. Después de cuatro
toques, Warren respondió. —¿Sí?
—Hola, Warren, soy Gil.
—Eh. —¿Era solo Gil, o el tono de su vecino
de repente sonaba notablemente más suave?—. ¿Cómo estás?
—Mejor. Puedo ver de nuevo, por lo menos.
Warren soltó una respiración lenta, suspirando.
—Eso son buenas noticias,
Gil. ¿Estás listo para volver a casa?
—Más que listo —respondió—.
¿Ha ido todo bien con la bestia?
—La comida ha ido desapareciendo, por lo menos,
pero tienes razón, nunca
veo al gato. No he visto ningún zapato
destrozado tampoco, sin embargo, por lo que
puedes haber esquivado esa bala.
—Un milagro en sí mismo.
¿Estás seguro de que no estoy interrumpiendo algo?
El suspiro de Warren tenía un tono más
exasperado esta vez. —¿Qué
te dije acerca de eso?
—Eso, que querías recogerme, y que debería parar
de lloriquear y dejarte.
—Estaré ahí en quince minutos.
—Gracias.
—Por supuesto. —Warren colgó el teléfono.
Gil siguió su ejemplo, bajando
el receptor. Le llevó dos intentos colocarlo
correctamente, pero al menos esta vez tenía una buena excusa para los ojos nublados. Se secó las lágrimas con un pañuelo cercano y gimió en su
palma. Jodidos esteroides y sus jodidos inoportunos
efectos secundarios. Saltar ese muro, brincar
esa barrera, tener cambios de humor y náuseas y vómitos y pérdida de
cabello y una gran cantidad de funciones intestinales recalcitrantes que nadie
quiere conocer profundamente, y mucho menos uno mismo…
Quince minutos más tarde, Gil estaba sentado en
una casi cómoda silla con los
ojos cerrados, una bolsa de medicinas de la
farmacia del hospital descansando sobre su regazo. Oyó el chirrido de la puerta al abrirse y olió a Warren antes
de oír su pasos, el mismo aroma distintivo de
café, metal y madera.
—¿Qué pasa, Gil?
—Oh, nada —dijo despreocupadamente, abriendo los
ojos y disfrutando del
espectáculo que era Warren Masters en una vieja y desgastada camiseta
del Departamento de Bomberos de Deadwood y vaqueros
desteñidos—. Simplemente estoy entreteniéndome
en la sala de espera. Tengo que darle la
oportunidad a la arquitectura de autoactualizarse cada vez que pueda.
Warren sonrió con una media sonrisa.
—Qué considerado de tu parte.
—Lo intento.
—¿Listo para salir de aquí?
—No tienes ni idea. —Gil se puso de pie lentamente, a la
espera de estar seguro de que sus piernas le sostuvieran antes de alejarse
completamente de la silla. No era demasiado
orgulloso para tomar el brazo que Warren
ofrecía, y juntos caminaron lentamente fuera del hospital y hacia donde estaba
estacionada su camioneta—. Realmente aprecio esto.
—Lo sé —dijo Warren. Subieron, se abrocharon el cinturón de seguridad, y salieron a la carretera—. ¿Tienes
hambre?
Gil miró con sorpresa a su vecino.
—Famélico, en realidad.
La comida que trataron de darme podría calificarse como
inhumana.
—Vamos a desayunar. Bagels y café, ¿de acuerdo?
—Suena perfecto.
Se detuvieron en una de las muchas tiendas de
comestibles orgánicos que
emergieron a lo largo de Boulder como las malas hierbas comestibles, y
caminaron hacia el interior de la pequeña tienda. Gil alcanzó un bagel con salmón ahumado y queso de crema
normal, porque pensó que tenía derecho después del día que había tenido, y Warren tomó algo relleno de huevos,
jamón y queso que ni siquiera se inclinaba en la
dirección de alimentos saludables. Ambos
consiguieron bebidas, café normal para
Gil y algo con la suficiente medida en ello que
hasta el camarero parecía impresionado, para
Warren. Luego se sentaron y comieron y hablaron, con Gil llevando la mayor parte de la conversación.
—Estoy muy contento de estar fuera de allí.
Aborrezco el hospital.
—Puedo ver por qué.
—Sería diferente si alguna vez tuviera una buena
noticia cuando voy allí,
pero teniendo EM no hay un momento brillante en esa dirección. Nunca serás etiquetado "libre de cáncer", lo mejor
que puedes esperar es "una remisión". —Tomó un sorbo de café—.
Tengo que dejar de conducir.
Una de las cejas de Warren se elevó.
—¿En serio?
—Por desgracia, sí. No es gran cosa. Tengo un
servicio de entrega de alimentos, y puedo usar
el transporte público cuando la universidad esté en el curso académico, pero no
me gusta dejar mi coche languidecer en el garaje.
Necesita que le conduzcan para ser feliz.
—Nunca vi un Alfa Romeo de cerca antes del tuyo.
—Es lo único que no comprometí durante
el divorcio —admitió Gil.
La ceja se levantó otra vez.
—Pensé que eras…
—¿Gay? Lo soy —respondió Gil—.
No fue una boda tanto como
una ceremonia de compromiso, pero fuimos a por todo, firmamos documentos y
combinamos nuestras cuentas bancarias y coordinamos nuestros esmóquines.
Incluso escribí con guión mi apellido por ese hijo de puta, y déjame decirte, que profesor
Donaldson-Winchester no hace que parezca sencillo.
—Nate y yo nunca fuimos por ese camino —dijo
Warren después de un momento,
y Gil hizo un pequeño baile de celebración en su mente
por la confirmación de lo que había sospechado, pero no lo sabía a ciencia cierta hasta ahora—. Estuvimos juntos durante catorce años, pero a Dakota del Sur no se la conoce por su tolerancia. No podíamos anunciarlo, no queríamos. Estar juntos era suficiente.
por la confirmación de lo que había sospechado, pero no lo sabía a ciencia cierta hasta ahora—. Estuvimos juntos durante catorce años, pero a Dakota del Sur no se la conoce por su tolerancia. No podíamos anunciarlo, no queríamos. Estar juntos era suficiente.
—¿Qué pasó?
—Ataque al corazón. —Warren arrugó el envoltorio
de aluminio de su bagel
que ya se había comido y lo tiró a la papelera a unos pocos metros de distancia—. Hace dos años.
—Lo siento mucho —dijo Gil sinceramente.
Warren no respondió, se limitó a asentir y se
tomó el resto de su café—.
¿Tienes planes para el día?
—Um... —Honestamente, Gil había estado planeando
autocompadecerse durante un rato, pero aparte de eso—.
No. En realidad no.
—Vamos a sacar tu Alfa.
Subiremos a las montañas. Podemos conseguir el almuerzo aquí y llevarlo.
—Esa —dijo Gil lentamente—, es una idea
brillante. Siempre que de verdad no te importe. —Gil hizo de conducir los domingos un
hábito
durante los meses cálidos, y era una indulgencia ocasional que
había estado muy ansioso por hacer.
durante los meses cálidos, y era una indulgencia ocasional que
había estado muy ansioso por hacer.
—No lo habría ofrecido si me importara.
Tomaron sándwiches para el almuerzo y condujeron
de vuelta a su urbanización.
Gil se tomó tiempo para cambiarse a una informal camisa
verde abotonada y unos chinos y se inspeccionó
con ansiedad en el espejo del baño. Jesús, ¿cuándo había comenzado a parecer tan viejo? El rizado pelo que
solía ser rubio ya se volvía gris y disminuía en las sienes. Su cara juvenil era todavía, lamentablemente,
bonita en contraposición a atractiva, pero al menos el bonito estaba allí colgando y no cedía a las líneas —no arrugas, líneas— alrededor de los ojos y la boca. Se puso protector solar,
sabiendo que de otro modo lo lamentaría, a continuación a regañadientes agarró
su bastón y caminó hacia donde estaba Warren,
justificadamente, admirando el deportivo de Gil un Spide Veloce de 1971.
Victor y él lo habían enviado a Italia con ellos
cuando se había dirigido ahí como profesor invitado de Victor.
Era ridículamente caro mantenerlo, pero Gil no lo
cambiaría por nada del mundo.
—Hermoso, ¿no es cierto?
—Clásico —Warren estuvo de acuerdo.
—El acelerador se clava un poco, y tiene la
tendencia de desviarse a la izquierda en carreteras perfectamente rectas, pero
aparte de eso es una muñeca. —Gil
entregó sus llaves con apenas una punzada. Bueno,
con una punzada. Pero
carraspeó y se recuperó.
Warren los condujo más allá de Nederland y a lo
largo de la división
continental durante un rato. El verano estaba lo
suficientemente avanzado ahora y ya no hacía frío, simplemente era cómodo.
El coche ronroneó y
retumbó a su alrededor, mientras tomaban serpenteando los giros y curvas que
hacían que la conducción en las montañas fuera condenadamente divertida.
Finalmente encontraron un mirador particularmente
pintoresco y Warren detuvo el coche. —¿Quieres salir?
Gil se removió en el asiento y luego suspiró.
—En realidad, creo que
mejor me quedo sentado. Los eventos del fin de
semana han comenzado a hacer mella en mí.
—¿Algún dolor?
Gil miró a los ojos azules interesados y sonrió.
—No realmente. Solo cansado.
—Podemos regresar ahora.
—No, vamos a comer el almuerzo en primer lugar. —Así
lo hicieron, en silencio, pero el silencio con Warren no estaba resultando ser nunca
incómodo, lo cual fue una revelación para Gil que inmediatamente quería hablar de ello. Sofocó el impulso y en su
lugar tomó su siguiente ronda de píldoras. Analgésicos,
antiinflamatorios, esteroides... era una pequeña fortuna en forma de
pequeñas cápsulas blancas. Sus entrañas se retorcieron un poco mientras bajaban,
pero había tenido años para acostumbre a tomarlas. Gil era indirectamente
consciente de los ojos de Warren sobre él, viendo cómo manejaba la medicación,
pero no iba a iniciar una conversación sobre este tema en particular.
Gil durmió durante la mayor parte del viaje de
vuelta, solo despertó cuando
sintió una mano familiar apretar su hombro otra vez.
—Casa —dijo Warren simplemente.
—Bien —murmuró Gil—. Está bien, déjame solamente... —Rebuscó el cinturón de seguridad y se giró para alcanzar el bastón.
Cayó detrás del asiento—. Maldita sea.
—Yo lo cojo —le dijo Warren —.
Intenta ponerte de pie.
—Por supuesto. —Lo intentó, sinceramente lo
intentó, pero de repente Gil sintió como si las horas y horas que había pasado
durmiendo en el hospital nunca
hubieran sucedido, y apenas podía mover sus pies
fuera del coche, y mucho menos ponerse de pie. Gil
estaba armándose de valor para moverse de nuevo
cuando Warren se colocó delante de él,
ofreciéndole un brazo.
—Vamos. Te ayudaré.
—Esto es embarazoso —Gil protestó—.
Puedo caminar.
—Lo sé. Vas a caminar. Solo estoy
ayudando. —Hizo un gesto de "muévete"
con los dedos, y Gil tomó la mano y dejó que el
otro hombre hiciera palanca para ponerlo de pie. El mareo estaba de vuelta, y cerró los ojos mientras el mundo
comenzó a girar de nuevo.
—Tranquilo. —Warren seguía allí, con un brazo
metido firmemente alrededor
de su cintura, y el otro en el antebrazo—. Despacio.
—Lo siento.
—No hay problema. Solo oriéntate. —La mano de Warren acarició lentamente a lo largo de su espalda y el resto de su
brazo, su apoyo se sentía firme. Gil suspiró y
respiró hondo, tratando de hacer exactamente eso,
orientarse, pero era difícil hacer caso de lo que estaba pasando en el interior cuando estaba rodeado
por un hombre que lanzaba cualquier
pensamiento consciente a lo más profundo en su cerebro.
De cerca Warren olía
incluso mejor, cálido y real, y su cuerpo se sentía igual
de sólido y perfecto que sus manos. Y... y sin
duda era el momento de conseguir un control. Gil abrió los ojos y se
alegró de ver que el suelo
no se movía.
—Es mejor ahora.
—Bien —Warren no lo liberó, sin embargo, se quedó
allí y lo sostuvo y esperaron hasta que Gil hizo un
movimiento hacia el porche y caminó con él así.
Fue difícil, pero con el
bastón y el brazo, podía hacerlo. Los dos
escalones parecían montañas, pero consiguió entrar y volvió a su habitación en piloto automático. Solo
cuando realmente estuvo sentado en la cama, Gil
comprendió cómo debía parecer el lugar para una persona que nunca lo había visto antes. Había
libros sobre la cama. Libros sobre la mesita de
noche. Había libros en los estantes y en el suelo, e incluso un par de libros habían caído
en el cesto, pero Gil definitivamente los quitaría
antes de lavar cualquier cosa.
Warren miró a su alrededor, un poco
desconcertado. —¿Cómo les
sigues la pista a todos ellos?
—Los que están en la cama son los que estoy
leyendo ahora, los de la mesilla
de noche los que he terminado, pero no he devuelto al estante correcto, los que
están en el suelo deben ser devueltos a mi estantería de archivo en la sala de estar, pero de nuevo, no lo he conseguido
todavía. Los demás solo son para... recoger.
Creo que pueden llegar a ser sensibles en masa. —Golpeó con la punta del pie los mocasines y
frunció el ceño ante lo duro que resultó.
—¿Necesitas algo?
—Solo dormir, creo.
—¿Seguro que no quieres que baje el aire acondicionado?
Hace bastante frío aquí para ser junio.
Gil se rio débilmente.
—Eso es deliberado, en realidad. Me encuentro mejor en un clima fresco que en uno cálido, es un síntoma
frecuente con la EM. Nunca
hace calor aquí, ni siquiera durante el
invierno.
—Ya veo. —Warren se quedó y observó cómo Gil no
llegó a tumbarse pero sí cayó de nuevo en una posición inclinada—.
Daré de comer a
la gata a la salida.
—Gracias.
—Descansa, Gil. —Luego se volvió y se fue, y
unos pocos minutos después, la
puerta principal se cerró. No había nadie en
la casa a excepción de Gil y la gata anteriormente
conocida como Bestia, y se sentía casi
dolorosamente solitario. Le dolía la cabeza, su
cuerpo le dolía, y Gil ni siquiera quería examinar el
contenido de su corazón. Volvió el rostro en la
almohada y dejó que saliera el dolor del modo
que podía cuando estaba solo y finalmente se
quedó dormido.
EL VERANO fue un momento extraño para Gil. Históricamente hablando solía ser un tiempo que pasaba
viajando, disfrutando de un descanso de clases
interminables y hordas de estudiantes, visitar algunos
de los muchos lugares sobre los que había leído. Había pasado largos meses bañado por el sol de la Toscana y en la isla de
Paros en Grecia. Había
conducido a través de Turquía y a lo largo del Mar Báltico, había recorrido las pirámides antes de dirigirse hacia el
Nilo, y había pasado varias semanas húmedas,
agradables siguiendo el camino de la muralla de
Adriano en Inglaterra. Había hecho todas estas
cosas y más, él
y Victor habían estado planeando un viaje de
mochileros de lujo (Victor le aseguró que podría hacerse) desde Chamonix a
Zermatt a lo largo de la Haute Route cuando su
diagnóstico llegó. Gil había tenido cierta debilidad en las piernas, dolores de
cabeza bastante constantes, y problemas de equilibrio. Si hubieran estado fuera pasando tres semanas
en una villa, lo habría ignorado,
pero como mochilero, no importaba el lujo
o la gastronomía, se requerían piernas robustas, por lo que, instado por Victor había ido
a ver al médico.
Las preguntas condujeron a un análisis de sangre
y una resonancia magnética, lo que dio lugar a más pruebas y una tomografía axial computarizada, seguido de
una evaluación de la Escala Expandida del
Estado de Discapacidad y finalmente un diagnóstico
de las lesiones en el cerebro y los síntomas que
indicaban las primeras fases de la esclerosis múltiple. Todo ello había golpeado a Gil como un mazo en el pecho. Solo tenía un
vago recuerdo de esa cita médica especial, y
luego se fue a casa y se lo contó a Victor, cuya
respuesta inicial había sido: “Pero, ¿qué pasa
con Suiza? ¡Hemos estado planeando este viaje
durante meses!”
Le siguió una discusión de un tipo en la que Gil
nunca había estado involucrado antes, con su hilo de autocontrol
rompiéndose y su ansiedad y miedo emergiendo como un
maremoto. Fue entonces cuando se enteró de que
había algunas cosas que simplemente no podía
decirle a otra persona, incluso, o quizá en
especial, a la persona que amaba. La discusión culminó
con Victor saliendo furioso de la casa y Gil
dirigiéndose a su habitación, maldiciendo al
hades por su enfermedad, de nuevo odiándose a sí mismo más y más cada segundo.
Una semana más tarde, otra vez se hablaban, pero
Victor había decidido ir a Suiza, solo. Conoció a alguien allí, un
físico alemán que también iba de excursión solo, y los dos se habían convertido en pareja. Después del fin de ese final de vacaciones por separado,
intervinieron los abogados. Gil pasó otros dos
años en la Costa Este antes de que su salud se volviera demasiado mala para poder manejarse, y en ese tiempo, Victor y Franz
hicieron de todo, desde comprar juntos una casa hasta
conseguir un perro.
Lo último que Gil oyó fue que estaban
considerando la gestación subrogada. Bien por ellos.
Eso fue hace siete años, sin embargo al día de
hoy, Gil tenía un sistema.
El verano era una época que en su mayoría pasaba en el
interior, donde el aire acondicionado podría
mantenerse constante. La verdad es que el calor parece que lo agotaba
más rápido, por lo que evitaba salir durante largos períodos de tiempo. El viajar lo hacía indirectamente a través de la televisión, un libro, Internet, o, en ocasiones, postales
de los amigos que volaban alrededor del mundo. Ya había recibido una de su hermana
cuando fondeó en Santa Lucía. Playas, palmeras,
bebidas ostentosas... no había sido el objeto de Gil
cuando había podido viajar, pero podía apreciarlo
ahora por la válvula de escape que le proporcionaba.
Uno de los efectos secundarios inevitables de
pasar la mayor parte de sus días
en casa, era que, en su mayor parte, Gil
estaba solo. Se
había adaptado a eso. Le había costado un poco
de trabajo; solía ser un animal social, y él y Victor habían hecho fiestas
que se tenían que ver para creer, pero ahora las cosas eran diferentes. Él era diferente.
Su círculo social era más pequeño, era menos conocido,
y se cansaba con más facilidad. Esta era la
casa en la que creció, y aquí era más fácil ser todo
lo que él era ahora, más de lo que hubiera sido en una
gran ciudad, donde no existía la familia, pero
sí un montón de pseudointelectuales con quienes charlar.
Echaba de menos su antigua vida, pero lo estaba llevando
bien. Se había
acostumbrado a estar solo.
Razón por la cual el impulso repentino que le
llegó por llamar a Warren a la
mañana siguiente le pilló a Gil desprevenido. Buen tipo, muy bien parecido, muy cercano, y, bueno, disponible. Quizás. Pero eso no fue suficiente para estimular a Gil a llamarlo. Fue el hecho de que se sentía
solo, muy solo por una vez, y simplemente no parecía que sus libros fueran a detenerlo.
Normalmente llamaría a Tally, pero ella no
estaba ahí. Y daba la casualidad de que tenía a Warren en marcación
rápida…
Eso no impidió que sus manos estuvieran un poco
inestables mientras sostenía el teléfono en la oreja.
Sonó una vez... dos veces... tres veces... al cuarto timbre Warren lo cogió. —¿Gil? ¿Estás bien?
—Oh, sí. Sí, estoy bien. Gracias.
—Bien. —Oh Dios, el hombre estaba siendo seco.
Gil sabía que era una
especie de forma de vida para Warren, pero no iba a hacer que la gestión de esta llamada fuera más fácil.
—Me preguntaba... ¿Vas a hacer algo hoy?
—Tengo que hacer un pedido de un prototipo para
McGuckins. Aparte de eso, no.
—Si tienes algo de tiempo libre en algún
momento, ¿te importaría... pasar algo de él aquí? —Dios mío, qué claro estaba
logrando ser hoy—. Solo
si no tienes otros planes. Definitivamente no
quiero interrumpir tu trabajo... ¿en que
trabajas, en realidad?
—Jubilado, ¿recuerdas?
Gil resopló.
—No puedo imaginarte sentado por ahí comiendo bombones y viendo telenovelas más de lo que me
imagino a mí mismo levantándome y bailando el cancán. Eres bombero voluntario, estoy seguro de que has encontrado
otras maneras de pasar el tiempo.
Warren tenía una risa casi inaudible, pero Gil
estaba escuchándola.
—Tengo un almacén en la parte trasera. Hago un poco de artesanía en
madera, pero eso es más que nada para tener las manos ocupadas en las reparaciones de la casa. Prefiero
trabajar con el metal.
—¿Qué, como coches, motos...?
—Esculturas, Gil.
—Guau. —Eso fue realmente sorprendente—.
Tengo que confesar que estoy
atónito. Nunca hubiera imaginado eso.
—Pongo de mi parte para encajar. Esto es
Boulder, después de todo —dijo
Warren secamente.
—Ah. Bueno. Siempre que no estés
haciendo pedidos o esculpiendo, entonces.
—Llevaré el almuerzo esta tarde.
El hombre ciertamente parecía pirrarse por la
comida. O tal vez solo así lo parecía. En
cualquier caso, Gil era más que feliz de animarlo
a seguir haciéndolo. —Eso sería genial, gracias.
—Nos vemos entonces. —Warren colgó el teléfono.
—Bien. —Gil miró fijamente el auricular por un
momento, preguntándose por qué
su cara le dolía. A continuación lo entendió.
Estaba sonriendo.
Había pasado un tiempo.
Pasó la mañana haciendo todo lo posible para
poner en orden las cosas, obligándose
a doblarse y estirarse y moverse a pesar de que su
increíblemente cómoda cama le llamaba como una sirena. Sus terroristas-entrenadores
físicos habían hecho hincapié, en repetidas ocasiones y con gran entusiasmo, en la importancia del movimiento y el ejercicio
ligero, y Gil no era lo suficientemente valiente
como para desafiarlos a pesar de que no había visto
a Stacia o Ryan en más de seis meses. Trasladó
los libros de nuevo a los estantes, puso los
periódicos viejos fuera en el contenedor de reciclaje, y alimentó al gato, que
se materializó como un borrón de tinta durante un momento, le lanzó una malvada mirada de ojos amarillos, y
aspiró su alimento antes de desaparecer tras el
armario más cercano.
—Si te comes mis mocasines de Gucci, te
despellejaré para mi próximo par de
zapatos —advirtió Gil. Ella siseó—. Solo para que nos entendamos.
Podría pasar la aspiradora, pero la gata tendía
a atacarla cuando se ponía en marcha, por lo que Gil decidió que
no haría daño posponerlo por unos días más. Puso la cafetera de filtro, añadiendo concienzudamente dos
cucharadas adicionales al filtro, luego agarró la
última pila de los trabajos de los estudiantes del semestre que debería
de haber tenido calificados la semana pasada y quitó la capucha al bolígrafo
rojo. Estaba seguro de que lo necesitaría.
Después de una hora, Gil estaba a punto de
golpearse la cabeza contra la mesa en un arrebato de
frustración, por lo que fue bueno que Warren llegara cuando lo hizo. No llamó, sino que simplemente entró, se dirigió a la cocina y colocó una bolsa de comida en la encimera antes de caminar hacia Gil.
—Pareces molesto.
—No molesto —corrigió Gil—.
Frustrado. Irritado.
Ocasionalmente indignado, pero no molesto.
—¿Por qué? —preguntó Warren mientras empezó a
sacar las cajas de comida.
—Debido a que la gramática elemental y la
puntuación al parecer, escapan a la comprensión de algunas personas.
Dios, mira esto. Dobles
puntos suspensivos, es como la versión literaria de una pausa incómoda, o
lo sería si esto estuviera destinado a ser un ensayo
irónico y el autor tuviera el menor indicio de que solo puede romper la regla
si ya saben por qué existe la regla. —Gil se pasó una mano a través de sus desordenados
rizos y puso los ojos
en blanco—. Estudiantes universitarios. —Se animó cuando finalmente percibió
los alimentos que Warren estaba desenvolviendo—. ¿Comida china?
—Del Half Moon Grill.
—Ese es mi restaurante chino favorito —dijo Gil
con una sonrisa.
—Vi su menú de comida para llevar en tu
mostrador. Imaginé que te
gustaría.
—Tu habilidad de observación solo es superada
por tu perspicaz instinto —dijo
Gil mientras cogía una caja de cartón—. ¿Has traído tofu de sésamo? Excelente, me
encanta.
—¿Quieres un plato? —preguntó Warren, con una
media sonrisa persistente alrededor
de los labios—. ¿O prefieres simplemente
zambullirte?
—Lo siento, es bastante grosero de mi parte —dijo
Gil después de un momento.
Cuando estaba solo, que por lo general lo estaba,
simplemente cogía la comida directamente del
recipiente en el que venía, pero con un
invitado, debía hacer un esfuerzo por ser más educado.
—No me molesta —respondió Warren.
Le entregó un tenedor y
luego metió el suyo en un recipiente de brócoli y carne de res.
—Al menos siéntate —insistió Gil—.
Y por favor, sírvete café.
—Gracias. —Al final ambos estaban instalados en
la mesa, las cajas de cartón blancas repartidas entre ellos, los trabajos de
Gil olvidados por completo
mientras comían.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Warren.
Gil apresuradamente se tragó una castaña de agua.
—Estoy bien. No más problemas con mi vista, y me siento mucho menos cansado.
—¿Y las piernas?
Gil miró su comida.
—Es demasiado pronto para decirlo.
Brevemente la mano de Warren tocó su brazo.
Gil levantó la vista a
los ojos comprensivos y logró encogerse de hombros.
—Estará bien —dijo—. Resolveré las cosas.
—Sé que lo harás. —Warren hizo un gesto hacia
los papeles—. ¿De qué tratan?
Gil simultáneamente se relajó y se animó ante la
perspectiva de tener un tema neutral del que hablar.
—Bueno, son para mi clase de “La Escritura como Metáfora”, y la mayor parte de ellos son discusiones de libros o poemas que tangencialmente
están relacionados con algo que leemos en clase.
Trato de alejarme de depender de los poetas beat, a
pesar de trabajar en Naropa, pero no hay
escapatoria de “Aullido” o “En la
carretera”, me temo. Aunque Las dos
son obras excelentes, estoy cansado de leer lo que en esencia es el mismo análisis por decimoséptima
vez. —Contempló a Warren—. ¿Te gusta la poesía?
—Nunca he leído mucha.
Apenas llego más allá de las páginas de deportes casi
todos los días —admitió su amigo, bebiendo su café.
Hubo un poco de rubor en sus mejillas, que podría deberse al líquido caliente en la taza, pero también
podría ser un signo de vergüenza.
—Tengo algo de Robert Service en algún lugar en
mis estanterías. Escribió acerca de
la fiebre del oro en Alaska a principios del siglo XX, entre otras cosas. Buenos
poemas, prácticamente muy elaborados, pero las imágenes son a menudo muy
hermosas. Creo que te gustarían.
—Puede ser —respondió Warren.
—Tan pronto como encuentre mi copia de Spell
of the Yukon, te la prestaré —Gil prometió.
—Gracias. —Warren terminó su café y se levantó—.
Debo regresar al almacén. Tengo cosas que guardar.
—¿Te apetece un poco de ayuda? —ofreció Gil sin
pensar. Luego le llegó el turno
de sonrojarse—. Pero solo si no estás ocupado. Desde luego,
no quiero entrometerme, y no estoy muy seguro de
cuánta ayuda sería…
—No es una intromisión —dijo Warren—.
Claro, vamos.
Después de unos minutos de limpieza, Warren llevó a Gil, por el lateral de su casa (por suerte limpio de malezas y escombros, Gil era bueno con el bastón, pero no quería tentar a la suerte), a un patio trasero de buen tamaño rodeado de árboles que mostraba, aquí y allá, grandes y quijotescas esculturas de metal. Había una de un avestruz que parecía estar hecha principalmente de engranajes de hierro pesado, y un puercoespín con púas que parecía que procedían de una antigua trilladora. Había una larga mesa de metal, cubierta de diversos objetos, una botella de gas, y un pequeño cobertizo oscuro en la esquina del césped. Warren se dirigió allí y abrió la puerta, llevando una bolsa de la ferretería consigo. Gil lo siguió perezosamente, disfrutando de todos los trastos que había pasado por alto a primera vista: una mariposa montada con intrincada precisión de metal oxidado, un comedero de colibrí con la forma de una flor de hibisco... era encantador. Entró en el almacén y miró a su alrededor con avidez.
Después de unos minutos de limpieza, Warren llevó a Gil, por el lateral de su casa (por suerte limpio de malezas y escombros, Gil era bueno con el bastón, pero no quería tentar a la suerte), a un patio trasero de buen tamaño rodeado de árboles que mostraba, aquí y allá, grandes y quijotescas esculturas de metal. Había una de un avestruz que parecía estar hecha principalmente de engranajes de hierro pesado, y un puercoespín con púas que parecía que procedían de una antigua trilladora. Había una larga mesa de metal, cubierta de diversos objetos, una botella de gas, y un pequeño cobertizo oscuro en la esquina del césped. Warren se dirigió allí y abrió la puerta, llevando una bolsa de la ferretería consigo. Gil lo siguió perezosamente, disfrutando de todos los trastos que había pasado por alto a primera vista: una mariposa montada con intrincada precisión de metal oxidado, un comedero de colibrí con la forma de una flor de hibisco... era encantador. Entró en el almacén y miró a su alrededor con avidez.
—Por Dios. —El pequeño espacio estaba lleno de material
de equipamiento, desde los armarios de herramientas a
lo que parecía una forja en miniatura. Esa cosa
en la esquina tenía que ser un taladro, y la
máquina multiaxial en la mesa era... era...—. ¿Qué
diablos es eso?
—Una máquina de mesa CNC —respondió Warren,
poniendo un nuevo paquete
de mascarillas en un estante, seguido de tapones para los oídos—. Puedo programarlo para tallar diseños en las piezas más
pequeñas de metal o madera.
—Ah. ¿Y eso?
—Un soldador de arco.
—¿Y la cosa de ahí...?
—Un torno.
—¿Realmente sabes utilizar todos estos?
—No, solo los tengo alrededor porque parecen
masculinos.
Le llevó a Gil un
momento darse cuenta de que Warren estaba bromeando.
—Gracioso.
—¿Eso crees? —Warren estaba sonriendo ahora, y
Gil se sentía en algún
lugar entre animado y fuera de lugar, por lo que
solo le devolvió la sonrisa y respiró hondo, disfrutando al estar en la fuente
de gran parte del increíble aroma de Warren.
Después de unos minutos, los nuevos suministros
de Warren estaban guardados y salieron del almacén. Gil cambió de posición torpemente, sin demasiadas ganas de
poner fin a su tiempo juntos, pero sin saber
cómo prolongarlo tampoco. Warren se hizo cargo
de ello por él.
—El partido comienza a las dos. ¿Quieres verlo conmigo?
—¿Qué partido?
—Rockies contra Yankees.
Son una serie de tres partidos —explicó—. ¿Béisbol? —añadió, al ver la mirada perpleja de Gil.
—Oh, béisbol. Me temo que no sé casi nada sobre deportes.
—Jesús, Gil, ¿en serio?
Ahora que pensaba en ello, su novio experto en estadística
había estado bastante
obsesionado con el béisbol, pero eso no había en modo alguno incrementado el amor de Gil por el juego.
—En serio. Soy un neófito en lo referente
a la mayoría de los deportes profesionales.
—Bueno, los yanquis nos van a dar un palizón,
pero todavía será divertido verlo. ¿Te apetece?
No había manera de que Gil pudiera decir que no
ante la cara de esperanza de
Warren. ¿Y qué si lo encontraba aburrido?
Al menos estaría con
Warren.
—Por supuesto.
La casa de Warren estaba limpia, ordenada y en
excelente estado, al
igual que el hombre mismo, en realidad. Los
muebles eran simples, en su mayoría de madera
clara y los electrodomésticos de brillante acero. La televisión del hombre ocupaba prácticamente toda una
pared, y el sofá frente a ella era sorprendentemente cómodo.
—¿Quieres una cerveza? —preguntó Warren mientras
caminaba a la cocina.
—No con todas estas píldoras —Gil se negó con un
suspiro—. Pero no dejes que eso
te detenga.
—Gracias.
Cinco minutos más tarde, estaban sentados uno
junto al otro, viendo el béisbol
y bebiendo cerveza (o agua) y, en general comportándose
más como tipos normales de lo que Gil realmente habría pensado alguna vez.
El béisbol era algo que nunca había seguido. Ni el fútbol, el baloncesto o el hockey... Había estado en
algunos partidos de fútbol en Europa, pero fue sobre todo porque no había
habido ninguna manera de evitarlo.
De hecho, Gil estaba desconcertado por lo mucho
que disfrutó del partido. Los
Yankees vencieron a los Rockies, 9-2, pero la agonía de la derrota fue sorprendentemente divertida. Ayudó el que Warren fuera demasiado expresivo mientras observaba el juego, en realidad lanzando
la cabeza hacia atrás y gimiendo en un punto cuando alguien era eliminado.
—Ahora estamos realmente jodidos.
Estaba en la punta de la lengua de Gil decir
algo sobre cómo podría conseguir
dicho estado, pero no lo hizo. Esto era
demasiado nuevo, muy diferente. Estaba demasiado dañado para ir tras cosas como esas. Después de que los Yankees terminaron fregando el suelo con
el equipo local, Gil se puso en pie.
—Debería irme a casa.
La pila de trabajos estudiantiles me espera.
Warren se puso de pie.
—Gracias por la compañía.
—No, en absoluto, quiero decir... gracias.
—Por supuesto. —Warren lo acompañó hasta la
puerta.
—Entonces... que tengas una buena noche.
—Tú también. Nos vemos mañana, Gil.
Mañana. A pesar de sí mismo, Gil sintió una sonrisa, que no podía
ocultar, estallar en su rostro.
—Cierto. Mañana.
SE vieron al día siguiente, Warren
trajo el desayuno de la panadería situada calle abajo.
Se sentaron y comieron y
hablaron, y después, Gil se sintió diez veces mejor de lo que normalmente lo
hacía. Se vieron al día siguiente, y al
siguiente... a veces comían, a veces veían la televisión
de Warren, y de vez en cuando se sentaban en la misma
habitación, mientras Gil calificaba trabajos y Warren leía el periódico. Era una camaradería
sorprendentemente fácil, sin nada de la competitividad que Gil había llegado a
asociar con estar cerca de alguien con los años. No había forma de que compitieran, eran totalmente
diferentes. Eso era parte de la diversión de estar con Warren. La otra mitad
procedía del hombre en sí mismo, por el placer de su hermosa y,
curiosamente, tranquila presencia siempre dándole apoyo.
Después de diez días de esto, Tally y Peter
volvieron. Gil en realidad había olvidado que los estaba esperando hasta que
la puerta principal se abrió. Frunció el ceño, sabiendo que no podría ser Warren porque estaba aquí en la cocina con él, ayudando a limpiar después de la cena.
—¿Gil? ¿Dónde estás? ¡Oh, Ifigenia! —Gil escuchó el sonido de
arrullos al darle mimos a algo. Ahí estás,
chica bonita. ¿El tío
Gil te ha cuidado bien? —Un momento más tarde,
su hermana entró en la cocina, y un momento después de eso, tuvo el placer de ver sus ojos prácticamente salírsele
de las órbitas. La
criatura de la noche estaba con aire de suficiencia instalada en sus brazos, ronroneando tan fuerte como para
despertar a los muertos—. Lo siento, no era mi intención interrumpir nada.
—No estás
interrumpiendo —dijo Gil, aunque en realidad sí,
lo estaba, pero era su propia culpa, porque se le había
olvidado—. Tally, este es Warren Masters, mi
vecino. Warren, esta es mi hermana, Tallulah Mariotti.
—Tally —corrigió ella, extendiendo una mano
hacia Warren, que se secó las
manos en un paño de cocina y la estrechó—. Creo
que te he visto en la zona. No sabía que Gil y tú
fuerais amigos.
—Es algo reciente. Estaba a mano —Warren respondió sucintamente.
—¿A mano?
Gil gimió internamente.
No había querido tocar un tema como este.
—Tuve una pequeña recaída mientras estabas
fuera. No fue nada serio.
¿Cómo fue el crucero?
—¿Tuviste
qué? ¿Y no me llamaste?
—Repito: estabas en un crucero.
Warren me llevó al hospital y me ayudó. Ahora estoy bien.
Tally lo miró con ojos penetrantes.
Warren captó la indirecta
y dijo:
—Debería dejaros para que os pongáis al día.
Tally, encantado de conocerte.
—Yo también —ronroneó ella, al instante
transformándose de nuevo en dulzura.
—Nos vemos más tarde, Gil. —Puso una mano
brevemente sobre el hombro de Gil antes de dirigirse hacia la puerta.
—Buenas noches, Warren. —La puerta delantera se
cerró, y Gil inmediatamente pasó
a la ofensiva—. No empieces conmigo. Fueron vuestras primeras vacaciones en años, y soy
perfectamente competente, a la edad de cuarenta
y cuatro años, en cuidar de mí mismo. No
necesito que mi hermana mayor lo haga por mí. No
fue demasiado malo. He tenido algunos problemas de agudeza visual y un poco de
ataxia, pero eso en su mayoría ya ha pasado.
—No creas que puedes arrojarme palabras
polisílabas y esperar que mis ojos se nublen —advirtió Tally, sentada en
la silla donde había estado Warren—. ¿Qué tipo de problemas de agudeza visual?
Suspirando, Gil se resignó y relató los
acontecimientos a su hermana.
Ella hizo una mueca cuando llegó a la parte sobre
la conducción.
—Oh, Gil, lo siento mucho.
—Yo también, pero puedo sobrevivir sin ello.
—¡Especialmente con amigos así! —Tally sonrió y
se inclinó hacia delante, haciendo que Ifigenia
maullara con desagrado—. ¿Cuánto tiempo os habéis estado viendo?
—No estamos saliendo, Tally.
Es un vecino y un amigo, nada más.
—Él estaba lavando tus platos, Gil.
Eso es un poco más íntimo que meros "vecinos y
amigos", ¿no crees?
—Es un buen tipo —dijo Gil a la defensiva.
—Obviamente. Entonces, ¿cuál es su historia? ¿A qué se dedica?
—Es un bombero retirado.
Ahora juega con el fuego en lugar de luchar contra él y hace esculturas metálicas
impresionantemente grandes.
—Debería haberlo adivinado, con ese aspecto.
Encaja —aclaró—. Atractivo.
Bien por ti, Gil, me alegra que estés diversificando tus
gustos.
—¿Qué quieres decir?
—Solo que es bueno para ti tratar de ver a alguien de un
ámbito diferente en lugar de otro académico.
—Me gustan los académicos.
—¿Por qué? —su hermana le preguntó sin rodeos—.
Ya que tu historial con ellos apesta.
—Estuve con Victor durante casi siete años —protestó.
—Sí, antes de que sucumbiera a su diva interior
y te dejara a la primera
señal de problemas. Desde entonces, has estado
con cuántos... ¿cinco hombres con los que ibas lo suficientemente en serio para
presentarme? Y ninguno de ellos duró. Sin capacidad de permanencia.
—Consiguieron subvenciones, becas, oportunidades
de investigación. Eso es
lo que sucede en el mundo académico, Tally, haces sacrificios personales para obtener
beneficios profesionales. Publicar o perecer,
como ellos dicen.
—Uh-uh.
La boca de Gil se curvó con amargura.
—¿Crees que prefiero considerar que la verdadera
razón por la que ninguno de ellos se quedó es porque es imposible que congenien
conmigo? ¿Que soy demasiado
difícil de soportar, demasiado exigente, de
mantenimiento demasiado caro, solo demasiado jodidamente
raro? Porque esos no son los pensamientos que me
ayudan a dormir por la noche, y no me gusta hacer hincapié en ellos, incluso si son ciertos.
—No, Gil. —Tally se inclinó sobre la mesa y tomó
su mano apretándola entre las suyas—. De eso se trata, no creo que sea cierto. Normalmente no eres una persona de mantenimiento difícil.
Te llevas muy bien con tus compañeros y nunca pides ayuda a menos que estés realmente desesperado. Creo que vas a por imbéciles tan egocéntricos que cuando se
largan, por cualquier razón, puedes justificarlo
diciendo: "Tiene que pensar en su
carrera" en vez de "¿Por qué escojo a personas que no pueden llegar hasta el final?" Porque existen personas ahí afuera a las que les gustaría ir
hasta el final contigo, Gil. Eres inteligente,
eres gracioso, eres guapo….
—De mediana edad, recluido, plagado de
enfermedades crónicas…
—Jesús, ¡solo detente ya! —exclamó Tally,
levantándose airadamente. La gata
saltó al suelo con un maullido de descontento—.
Eso es, Gil, es por eso que tus relaciones no
funcionan, ¡porque tú no crees que lo merezcas! Ciertamente
no te das ni la hora del día, así que ¿por qué
lo va hacer alguien más? Pero ese no eres tú,
maldita sea, y hay gente por ahí que lo
entiende. Gente como Warren. Deberías dejarle entrar.
—Lo he hecho. Lo estoy haciendo, tú lo viste aquí —protestó Gil.
—No es suficiente. Él te quiere —dijo con toda claridad—. Pude verlo en su rostro, pero por la forma en que se
presentó, parece que piensa que pasas el tiempo con él porque es conveniente.
—Eso no es cierto en absoluto.
—Deberías asegurarte de que él lo sepa. —Agarró
las latas extra de comida para gatos y las metió en su
enorme bolso—. Ya te contaré sobre el crucero
más tarde; ahora, tengo que llegar a casa.
Cynthia regresa de Notre Dame mañana, y tenemos que tener la casa ordenada.
—Saluda a Peter de mi parte.
Tally dio un beso a su hermano en la cabeza.
—Lo haré, cariño. Vamos a pasar por aquí
todos a finales de esta semana, ¿de acuerdo? Puedes
presentarle el resto de la familia a Warren —agregó enfáticamente antes de
levantar la mullida-cara engendro de Satán y salir. Gil bajó su rostro a sus
manos y suspiró.
No era que no quisiera a Warren.
Lo hacía, lo
deseaba, pero eso era parte del problema. Warren
le hacía sentir... cómodo. Seguro. Y a Gil no le gustaba depender de nadie para garantizar su salud emocional o física, ni siquiera de Tallulah. ¿Cómo
podría dejar entrar a Warren, cuando ni siquiera
podía ser tan abierto con su propia familia? No,
el status quo era mejor, simplemente ser buenos
amigos. Warren no lo había alentado, y Gil dudaba que lo hiciera. Era mejor así.
SIGUIERON pasando tiempo juntos diariamente, y
Warren conoció al resto
de su familia el cuatro de Julio, pero Gil lo presentó como un amigo e ignoró la mirada afilada de su hermana.
Warren se relacionó en la barbacoa y se llevaba
sorprendentemente bien con el cuñado de Gil, que
en algún universo paralelo, al instante,
calificó al hombre para la santidad, porque después de tres minutos de escuchar las últimas novedades en las
tecnologías de los oleoductos, Gil estaba listo para quedarse dormido. Warren solo asintió con la
cabeza y dijo: "Hmm", o "¿Sí?" en todas las partes
correctas. Gil logró evitar pasar tiempo a solas
con Tally, pero el lenguaje de su cuerpo decía
mucho. ¿A qué estás esperando? Ella le gritaba. ¿Por qué no vas a por
ello? Pero Gil no podía.
Al final, no tuvo que hacerlo.
A finales de julio, tras una semana récord de altas temperaturas, Gil se despertó
sintiéndose, a falta de una palabra mejor, horrible. Le dolía la cabeza y su cuerpo también, sobre todo las piernas. Todo era demasiado brillante, no borroso, pero estaba demasiado triste para apreciar eso.
Gimió y trató de darse la vuelta, levantarse, hacer
cualquier cosa, pero apenas podía moverse.
Pasó el tiempo en un inconsciente y afligido
borrón. Gil solo volvió a la conciencia cuando sintió una mano fría en su
frente.
—¿Gil? ¿Qué pasa?
—No... tengo una buena mañana —logró decir
después de un momento.
—¿Necesitas ir al hospital? —La voz de Warren
era tranquila pero urgente,
preocupada. Gil se sentía mal por preocuparlo.
—No, no es una recaída.
Esto solo… ocurre a veces.
—¿Has tomado tus pastillas?
—Todavía no.
—Te las traeré, y un poco de agua.
—Están en el…
—Sé dónde están, Gil. —Unos minutos más tarde, Warren estaba de regreso con un puñado de pastillas y un vaso
de agua—. Toma, siéntate para tomarlas. —Ayudó a
Gil a sentarse y esperó pacientemente a que tragara las pastillas—. ¿Necesitas algo más? ¿El cuarto
de baño, un poco de comida...?
—El baño. —Warren no dijo nada, ninguna
aversión, ninguna inquietud,
simplemente ayudó a Gil a ir al baño y se aseguró de que pudiera cuidar de sí mismo antes de darle un poco de
intimidad. Gil hizo lo que necesitaba, se
tambaleó hacia la puerta, y un poco después los
brazos de Warren estaban a su alrededor, abrazándolo y guiándolo de vuelta a la cama para acostarse. Warren se movió para levantarse y Gil agarró su antebrazo—.
Quédate. Por favor.
—Por supuesto —dijo Warren después de un momento—.
Me quedaré. —Fue al otro lado de la cama y se sentó,
apoyando la espalda contra la cabecera. Una de sus manos comenzó a dirigirse hacia el pelo de Gil,
frotando suavemente sobre el cuero cabelludo.
—No me gusta esto —murmuró Gil—.
Quiero decir, no esto de ahora, sino sentirme de este modo, estar así.
—Estarás bien, cariño —lo tranquilizó Warren—.
Duerme un poco. Te
sentirás mejor cuando te despiertes.
—Por favor, quédate conmigo.
—No me voy a ninguna parte, Gil.
Lo prometo.
Gil suspiró ante las caricias y se durmió.
La siguiente vez que despertó, se sentía en casa con el
peso reconfortante del brazo de Warren sobre su
cintura. Estaban uno frente al otro, y al
principio pensó que Warren estaba dormido, pero
luego sus ojos se abrieron lentamente.
—Eh. ¿Cómo te sientes? —preguntó Warren en voz baja, moviéndose un
poco en la cama acercándose más. Gil podía
sentir el calor de Warren, imaginar vívidamente la sensación de tener sus
cuerpos presionados juntos. Tragó saliva.
—Mejor.
—Bueno. —La mano en la cadera subió para
enmarcar su rostro, echando
hacia atrás los caprichosos rizos.
—Warren...
—Shh. —Warren se inclinó y besó ligeramente a
Gil en la boca. Era suave y tierno pero de algún modo explosivo. Dios,
Gil sabía cuánto tiempo había pasado desde que había
sido tocado, y al ser tocado así, tan simple y
sin embargo tan increíblemente íntimo... abrió
su boca y se fundió en el beso.
—Dios, Gil... —murmuró Warren contra sus labios,
haciéndolos rodar ligeramente quedando él en la parte superior, y sus torsos
tocándose, y se sentía… oh, Gil había olvidado cómo se sentía el peso de
otra persona, pero era sublime—. ¿Seguro que estás de acuerdo
con esto?
—Sí, por favor —rogó—.
Por favor, no te detengas. —Gil se moriría si
Warren se detenía.
—No lo haré, cariño. —Y no lo hizo.
El beso continuó, profundizándose,
prolongándose y transformándose en una entidad en sí misma, enorme y aterradora
y reconfortante e increíblemente excitante. Gil estaba dolorosamente duro y
podía sentir una dureza en respuesta en la ingle de Warren.
—Warren, por favor... —Gil ni siquiera
sabía lo que estaba pidiendo
en ese momento, pero Warren entendió. Alargó la
mano hacia la mesita de noche y cogió la loción
con aroma de vetiver que Gil usaba a veces y
vertió un poco en su mano. Entonces dirigió esa mano hacia abajo, más allá del elástico y al
interior del suave y desgastado algodón, y la
envolvió alrededor de la erección de Gil.
—Dios —¿Cuánto tiempo había pasado desde que alguien lo
había tocado así, alguien y no él mismo? Meses —y
ni siquiera era digno de una comparación, debido a que
la última persona no había sido Warren—. Era indescriptible, incluso para Gil, por lo que ni siquiera
lo intentó, solo se tumbó y se quedó sin aliento mientras su cuerpo y su cabeza daban vueltas con los sentimientos que lo
ahogaban, caliente y pesado, y demonios, incluso
cariñoso. Warren lo acarició agarrándolo firmemente,
rápido hacia la base y un poco persistente en la cabeza. Siguió besándolo, deteniéndose solo para tomar un respiro
antes de devorar la boca de Gil de nuevo. Le acarició y apretó y tragó
los gemidos sollozantes de Gil hasta que se convirtieron en un grito de finalización, su liberación empapando el
espacio entre ellos. Warren dejó de acariciarlo cuando la carne de Gil llegó a
estar demasiado sensibilizada, pero se mantuvo
agarrándolo, compartiendo besos hasta que Gil finalmente estaba flácido y
completamente satisfecho.
—Warren —susurró Gil, dirigiendo sus manos
temblorosas hacia abajo a su
amante —oh señor, su amante—, por los
costados. Se sentía increíble. Mejor que increíble, sensacional, apenas podía creer que nunca se hubiera sentido tan perfecto como hoy—. Warren, tú... —Gil se agachó
para tocarlo.
—Estoy bien, cariño.
—No —dijo Gil—, estás deseándolo. Puedes tenerme, lo sabes.
Cualquier cosa que desees.
—Has estado enfermo —protestó Warren, pero Gil
reconoció y entendió su
necesidad.
—Estoy mejor ahora —prometió, compartiendo otro
beso embriagador—. Y si
me tomas, harás la mayoría del trabajo de todos
modos.
—¿Te gusta eso? —preguntó Warren suavemente, sus
ojos observando mientras miraba hacia abajo a Gil.
—Me encanta. —Gil lo besó de nuevo—.
Todo lo que necesitas
está allí—. Hizo un gesto hacia la mesita de noche—. Lo deseo —le aseguró a Warren, viendo aumentar el calor en su
cara.
—Yo también —confesó Warren.
Se separó el tiempo suficiente para quitarse la ropa y agarrar las provisiones, y entonces estaba
de vuelta, tirando de los bóxers de Gil hacia abajo y
fuera y tumbándose contra él, solo desnudos esta
vez, y se sentía tan duro como el acero debajo
de esa piel suave. Dedos mojados se deslizaron
entre los muslos de Gil, abrió las piernas y levantó las rodillas dejando
espacio para la mano de su amante. Un dedo resbaladizo se adentró en él, y Gil gimió con placer.
—Eso es perfecto. —Había pasado mucho tiempo
desde que había sido jodido,
pero Gil era un consumado pasivo, y su cuerpo recordó,
al igual que montar en bicicleta. Más fácil que
montar en una bicicleta. Cerró los ojos, se relajó y suspiró con el sentimiento
de plenitud que sentía cuando Warren le penetró con un
segundo dedo, y luego un tercero—. Estoy bien —murmuró—. Estoy
listo.
—Gracias a Dios. —Warren lo besó de nuevo
mientras deslizaba sus dedos hacia fuera—. Gírate de lado, cariño.
Gil obedeció, sintiendo su cuerpo gelatinoso,
débil, pero en el buen sentido. Oyó el sonido del desgarro del envoltorio, la apertura de una
botella, y momentos más tarde, Warren estaba detrás de él, enfundado, cerca y listo para estar aún más cerca. Gil movió su pierna, Warren
presionó firmemente, y luego, sí, oh, joder, hubo la quemadura inicial, fue
rápida y seguida de una deliciosa plenitud cuando Warren se deslizó dentro.
Tenía el tamaño perfecto, lo bastante largo y suficientemente grueso para
masajear a Gil en la forma correcta. El pene de Gil comenzó a
endurecerse de nuevo y sonrió, aunque sabía que no había forma de conseguir una
nueva erección, después de haberse corrido una vez y con los medicamentos que
tomaba. Aun así, se sentía tan bien. Se sentía vivo.
—Fóllame —dijo,
entrelazando sus dedos con los de Warren.
—Gil... —Warren besó su hombro y comenzó a
moverse, lento y profundo, como
si pudiera hacer que durara todo el día cuando ciertamente Gil podía sentir el temblor en el cuerpo de su amante y la
pesada respiración de Warren en su cuello y sabía que no duraría mucho. No pasó mucho tiempo,
pero permaneció lento, profundo, y suave, y
cuando Warren se corrió, lo hizo con el nombre de Gil en los labios, gimió contra sus rizos suaves y pegajosos.
Permaneció allí durante
un rato, solo abrazando a Gil y este saboreó cada segundo de la unión.
Cuando por fin Warren se retiró, lo hizo con
tanta ternura como había hecho
todo lo demás, y se apartó justo el tiempo suficiente
para deshacerse del condón antes de atraerlo hacia
él de nuevo. Gil lanzó un suspiro de satisfacción, listo para dormirse,
dormir con su amante, pero las manos de Warren eran
insistentes cuando giraron a Gil en su espalda. La
mirada en sus ojos era seria, y Gil sintió una
aguda punzada de repente brotar en su pecho.
Warren empezó a hablar, con voz entrecortada.
—Lo último que Nate me dijo, justo antes de que dejara de respirar, fue “todo
estará bien, Ren”. Dijo eso y luego murió, y yo
quería golpearlo por mentirme y hacerme esperar
una cosa y luego... Gil —Warren cerró los ojos durante un segundo, luego se inclinó y besó a Gil rudo, lo suficiente
para lastimar, dejar magulladuras. Gil lo
sostuvo y lo suavizó, y después de un rato,
Warren pudo hablar de nuevo.
—Gil, siempre y cuando no me mientas puedo soportar
cualquier cosa, ¿de acuerdo? Pase
lo que pase con esta enfermedad, puedo manejarlo.
Quiero hacerlo. Quiero
estar ahí para ti. Pero nunca me digas que está bien si no lo está, debido a que no
lo puedo asimilar. No puedo mentirme a mí mismo
de esa manera y esperar superarlo una segunda vez. Prométeme que lo harás, y
podemos estar juntos y te lo juro, cariño, nunca
te fallaré.
Gil miró a los expresivos ojos azules de Warren,
tan cercanos y esperanzadores
y, sin embargo temerosos, también, y esperando... esperando qué, ¿ser negado? Eso sería
imposible. Gil había perdido la fuerza para negar a Warren. Lo único que podía hacer ahora era decir—: Lo prometo —y
creer que realmente podían soportar cualquier cosa que el futuro les deparara.
Fin
Acerca de la
autora:
CARI Z. es una chica de Colorado
que adora la nieve y la luz del sol. Acaba de
regresar de África occidental tras haber estado viviendo allí dos años y está
todavía encantada por la magia del agua corriente
caliente y la gloria que es el Wi-Fi. Visita su blog para obtener información sobre nuevos
lanzamientos, próximos proyectos, y obras en progreso en:
Http:carizerotica.blogspot.com
Puedes contactar con Cari en
carizabeth@hotmail.com. De
hecho, por favor hazlo. A ella le encantaría saber de ti.
Me hubiera gustado fuera mas extenso, mi hermana tiene esclerosis y mucha gente es muy ignorante con esta enfermad, gracias por esta linda historia
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