DESEANDO MÁS
Cari Z.
Título original: Wanting
more
© Cari Z.
Traducción y formato: Traductores
Anónimos
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Esta es una
obra de ficción. Cualquier parecido con personas vivas o muertas es pura
coincidencia.
Dijo que se
llamaba Mike. Tenía la energía nerviosa y aturdida de un hombre que estaba
mintiendo, que sabía que estaba haciendo algo malo, pero que no le preocupaba.
Tenía unos treinta y tantos, la cara redonda y era atractivo. Me observó en la
barra y solicitó un baile privado. Lo conduje a un cuarto con cortinas y lo
senté en una silla y, a continuación actué para él. Supongo que calificarlo
como baile puede ser un poco incorrecto. Allí me estaba retorciendo, moliendo,
realizando una prudente colocación de las manos para animarlo. Después de todo,
eso era lo que tenía que hacer. Supe que me llevaría a casa desde el momento en
que sus ojos se clavaron en mí en la sala. El baile erótico solo selló el
acuerdo.
«Mike» me llevó a
su casa. Tenía un buen coche, un biplaza, lo cual me indicó que no era un padre
de familia tradicional. Vivía en una casa preciosa en uno de los suburbios de
Denver, no demasiado lejos del Capitolio y del club en el que trabajaba. Tres
plantas con altos ventanales y hiedra cubriendo la fachada la hacían parecer
como algo sacado de una vieja novela británica. Dejé que me escoltara al
interior, con las manos húmedas aferrando la mía a la vez que la puerta se
cerraba a nuestras espaldas. Comenzamos con un beso, él ansiosamente y yo
devolviéndoselo en respuesta. La manos escarbaban dentro de mis pantalones de
cuero ajustados ―le llevó un gran esfuerzo de su parte― y antes de darme cuenta
estábamos desnudos. Ni siquiera habíamos llegado más allá de la sala de estar.
Mike se tendió en
un amplio sillón reclinable de cuero blanco y yo me senté a horcajadas sobre su
regazo, frotando nuestras ingles juntas mientras continuaba apretándome contra
él, tenso por la necesidad y jadeando de deseo. Me quería en ese instante, lo
sentía en su cuerpo y en sus cortos e inarticulados murmullos. Trató de
obligarme en un momento dado, pero lo impedí.
―Condón ―murmuré
contra sus labios―. Tengo uno aquí. Espera un momento… ―Recostado en su brazo,
alcancé mi chaqueta descartada y el pequeño paquete de aluminio en el bolsillo.
A medida que mis dedos se envolvieron a su alrededor, sentí el cuerpo de Mike
tensarse. El reclinable volvió bruscamente a una posición vertical,
sacudiéndome de encima de él al suelo a la vez que me golpeaba la cabeza contra
el borde de la mesa de café. Permanecí allí durante un momento, aturdido,
mientras las voces comenzaron a elevarse.
―James… ―La voz de
Mike era temblorosa y alta―. Pensé que estabas todavía en Vancouver, la
conferencia… ¿por qué no?
―Terminó pronto.
Traté de llamar, pero está claro que estabas ocupado con otra cosa. ―La voz del
nuevo hombre era escalofriante―. Levanta a tu puta y vestíos.
―Mi… bien, sí… ―De
repente tuve la ropa en mis manos y me puse en pie y luego me empujó hacia la
puerta apurado―. Juro por Dios, James, que no es lo que piensas. Él…
―Para. ―Otras
manos tocaron mis hombros y me encontré alzando la vista hacia el duro y guapo
rostro de, supuse, James―. Él está sangrando. ―¿Era eso el calor que sentía
detrás de mi oreja?― No puedes echarle a patadas con un tiempo como este, Liam,
no según está. Por el amor de Dios. ―Se encontró con mis ojos de nuevo―. Al final del pasillo a la izquierda,
segunda puerta, hay un cuarto de baño. Úsalo para limpiarte y vestirte. Quédate
allí hasta que yo vaya y te atienda.
Asentí, aturdido.
Mi cabeza estaba dolorida y mi corazón apenas había disminuido su ansiedad,
bombeando adrenalina. Me alejé de ellos por el pasillo y hasta el cuarto de
baño que me indicó, y me encerré. Las voces se elevaron, no eran gritos
completamente, pero sabía que lo que estaba sucediendo ahí fuera no era bonito.
Y aquí estaba, encerrado en el baño. Mierda.
Usé una toalla
para limpiarme y me vestí con rapidez, debatiendo si debía o no usar mi
teléfono y llamar a alguien para que viniera a buscarme. Miles, mi jefe, era un
hombre prudente y no le gustaba implicarse, a ser posible. Podría intentar
llamar a Johnny, pero seguro que estaba en su propio negocio ahora mismo y no
apreciaría una interrupción. No tenía dinero para un taxi. Y no había manera de
que llamara a la poli, incluso si las cosas terminaban mal.
Dejé de lado la
idea de usar mi teléfono y examiné el corte en mi cabeza en su lugar. No estaba
mal, pero el bulto que se elevaba sobre ella hizo que me alegrara de no haberme
cortado el pelo y llevarlo a la altura de la mandíbula. Me lavé las hebras
ensangrentadas en el lavabo y después presioné una gasa sobre el corte. Me
senté sobre la tapa del inodoro, sostuve mi cabeza, y escuché la intensa
discusión en la sala.
Mike ―no, Liam―
era chillón, estaba llorando, explicando y rogando todo al mismo tiempo. La voz
de James era baja, profunda y dura, tan fría como el hielo que colgaba en el
exterior de las ventanas. La discusión se prolongó durante unos diez minutos,
después hubo pasos fuertes, luego el sonido de un portazo arriba y el silencio.
Aguardé en una tensa anticipación. ¿Cómo iba a salir de esto? Al menos mi
cabeza había dejado de sangrar.
Unos momentos
después el picaporte de la puerta del baño se movió. Un golpe sonó justo
después.
―Abre la puerta.
Ese era James. No
quería contrariarle más, así que desbloqueé la puerta y la abrí lentamente.
Estaba justo al otro lado de ella con los brazos cruzados. Me miró de arriba
abajo lentamente, deteniéndose durante un momento en el ensangrentado algodón
que tenía en la mano.
―¿Es serio?
―No ―respondí
manteniendo la voz baja. Yo había estado con clientes difíciles anteriormente y
sabía como manejar su rabia. Sin embargo, nunca ningún amante de un cliente me
había mirado fijamente. Este era uno de los momentos más incómodos de toda mi
vida.
―Tíralo entonces.
Te voy a llevar de vuelta.
¿Qué? ―¿Qué? ―le
pregunté cuando mi boca alcanzó a mi celebro.
―Te llevo de
vuelta a tu… ―su boca se curvó ligeramente―, establecimiento. Liam dijo que
viniste con él, dudo que tengas una forma de volver.
―Podría tomar un
taxi. ―En realidad no podía, pero no me entusiasmaba la idea de entrar en un
coche con un hombre que obviamente estaba furioso conmigo.
―Mi coche es más
rápido y tengo que ir de todas maneras. ―Su rostro se suavizó, apenas―. No voy
hacerte daño.
Yo había oído eso
antes, pero realmente lo creía viniendo de este chico. Parecía respetable, un
empresario más agradable que el promedio con su traje gris oscuro y una camisa
blanca almidonada abierta en el cuello. El pelo negro, rizado emergía desde el
borde del blanco y limpio algodón y lo habría mirado más si pensara que no me
pillaría. Era más alto que yo por casi una cabeza, y su rostro, aunque guapo,
podría haber sido tallado en un bloque de granito dada toda la emoción que vi
en él. No es exactamente la reacción que me esperaba después de que hubiera
llegado a casa para encontrar a su amante con otro hombre.
No dije nada más,
solo cogí mi chaqueta y me la puse. Me entregó mi pequeño bolso de viaje ―que
había olvidado por completo en el calor del momento― entonces se dirigió hacia la puerta
principal. Miré a mí alrededor con cautela. Nada roto; no había evidencia de
una discusión a excepción de la mesita de café torcida. Liam no estaba a la
vista.
James sostuvo la
puerta para mí y salí al frío. El aire picaba en mi corte y realmente no
llevaba ropa de invierno, así que estaba encantado de entrar en su coche. Era
otro coche deportivo, cómodo y caro. Le di la dirección del club y volví a
hundirme en el asiento con calefacción, manteniendo la mirada hacia delante. Él
no dijo nada, solo conducía. Rápido. Llegamos allí en quince minutos. Aparcó
delante del club e hizo un gesto hacia él.
Desabroché el
cinturón de seguridad y después me detuve. La culpa me carcomía, lo cual era
extraño, ya que no era yo el que había engañado. Solo había sido el instrumento
de la traición.
―Lo siento.
―No te culpo.
―Hizo un gesto de nuevo. Capté la indirecta y salí del coche. Se marchó y me
dejó allí de pie, completamente perplejo.
Me fui a casa
después de eso. Vivía a poca distancia del club y de todos modos mi turno había
terminado. Cuando llegué a casa, me di una ducha y puse el despertador, después
me desplomé en la cama. Quería dormirme enseguida, pero mi mente no podía dejar
de reproducir los acontecimientos de la noche. No era a causa de Liam, aunque
me sentía mal por él. No podía dejar de pensar en James.
¿Qué tipo de persona
vivía su vida tan lógicamente? Sabía que lo que había sucedido no fue culpa
mía, pero a los amantes despechados no se les reconoce por ser el tipo de
personas que dejan que la lógica los guíe a través de una crisis. No habría
estado tan tranquilo si hubiera sido yo. Ese es uno de los motivos por los que
no tenía novio. Me sentía culpable tan solo de pensar en engañar a alguien a
quien amaba. Tres meses más y entonces me habría graduado en la escuela
culinaria e iría a trabajar como chef. No me pagarían tan bien, pero me
encantaba cocinar. Lo que hacía ahora era solo trabajo.
Johnny me había
introducido en el negocio. Yo estaba solo, sin blanca y era ingenuo, y él fue
un amigo en horas bajas. Durante un tiempo fue más que un amigo, pero Johnny es
el tipo de chico al que le gusta probar. Somos parecidos: ambos delgados, en
forma y atractivos, pero él era moreno y de una belleza exótica, mientras que
yo era pálido y de rasgos afilados. A bastante gente le gustaba mi apariencia y
me miraban, pero Johnny era la reina del club, y lo sabía.
Se rio cuando le
hablé de mi tarde al día siguiente.
―¡Oh, Dios mío,
momento incómodo!
―Prueba con
paralizante ―gemí―. El cliente estaba listo para echarme fuera a la nieve,
estaba muy asustado.
―¿Y luego tuvieron
una discusión? ―Johnny levantó una ceja y sonrió lascivamente―. ¿Una
desgarradora y estridente discusión, llena de acusaciones de promesas
incumplidas? Cuenta.
Le lancé una
servilleta. ―Eres una reina del drama.
―Lo sé, pero te
encanta de todos modos. ―Él me sonrió―. Alex, necesitas buscarte un papi.
Olvídate de ser chef. Encuentra un papi y todo irá mejor. Los pequeños
muchachos como nosotros necesitan papis para disfrutar de las cosas buenas de
la vida.
―Tú lo sabes muy
bien, tienes a tres de ellos. ―Nuestro club era visitado por muchos de los
hombres más ricos y Johnny era de lo más encantador.
―Y le agradezco a
todos y cada uno.
―Entonces, ¿por
qué todavía trabajas en el club?
―Porque me gusta.
―Se encogió de hombros―. Porque soy bueno en lo que hago. Porque me gusta ser
el centro de atención.
―Algún día ―le
dije serio―, te enamorarás de alguien y querrás estar solo con él. Entonces las
cosas cambiarán.
―Alex, no eres
exactamente la voz de la experiencia aquí ―respondió Johnny secamente―. Ese es
tu sueño, no el mío. Además, ya estoy enamorado de mí mismo. En el momento que
deje de brillar en el club tendré un papi que me pueda dar todas las cosas
bonitas que quiero y poder ir a cualquier lugar. Algún lugar cálido como Maui.
―Se abanicó burlonamente.
Me reí de él. ―Seguramente
lo lograrás.
―Sé que lo haré.
Solo no entiendo por qué tú no. ―Se inclinó y acarició mi brillante y moreno
cabello―. Eres tan hermoso, Alex. Podrías tener una vida fácil si encontraras a
la persona adecuada que te la diera, en vez de echarte a perder con cocinas
calurosas y cuchillos afilados.
―Me gusta cocinar.
―Le recordé deliberadamente―. Como tú bien sabes. ¿Cómo estaba la ternera al
parmesano?
―Deliciosa. Ahora debo ir al gimnasio para no
engordar. No entiendo por qué no estás gordo, tal y como cocinas.
Me encogí de
hombros. ―Lo mejor de la cocina es tener a alguien más que lo aprecie.
―Bueno, no hay más
que verme. Quizás puedas conseguir un papi a través de un restaurante. Alguien
a quien le guste la buena comida y los culos lindos.
―Oh, vete al
gimnasio.
Tenía las clases
por la tarde y por la noche trabajaba en el club. Miles llevaba un negocio al
filo de la legalidad y a pesar de que un montón de sospechas flotaban sobre el
lugar, los polis nunca lo cerraron. Todos los actos sexuales se llevaban a cabo
detrás de cortinas y puertas cerradas, y se alentaba a los clientes a
desarrollar «relaciones» y llevarnos a casa. Eso conducía a situaciones tensas
de vez en cuando, pero el mejor dinero procedía de las pernoctaciones. Miles se
preocupaba por nuestro bienestar, y si informábamos acerca de problemas con
alguien, este sería vetado en el club. Pensé en hablarle de Liam y James, pero
decidí no hacerlo. Era muy poco probable que volvieran.
Menos mal que no
vivía en Las Vegas; era un pésimo jugador. Dos semanas después del desagradable
incidente, tuve que comerme mis palabras. Estaba en el escenario bailando
cuando lo vi entrar en el club. Se sentó en la barra y pidió algo, sus ojos
nunca me dejaron. Él. James.
No sabía su
apellido, pero sabía que había estado pensando en él las últimas dos semanas.
Me gustan los hombres más dominantes, y él había sacado mi lado más fetichista
cuando había sido mandón conmigo. Había estado demasiado nervioso en el momento
para apreciarlo, pero mis posteriores fantasías lo compensaron con creces. Y
ahora estaba aquí, y estaba mirándome.
Era tarde y esta
era mi última actuación de la noche. Decidí hacerlo un poco más apasionado de
lo que había planeado. Llevaba unos pantalones sueltos, una camisa de seda
negra y corbata, y un fedora . La corbata estaba ya suelta y la camisa abierta.
Me pavoneaba al final del escenario y me quedé posando mientras me quitaba la
corbata. La giré alrededor de mi cuerpo, deslizándola hacia atrás y adelante
entre mis muslos y arriba alrededor del cuello antes de lanzarla a uno de los
clientes habituales, quien la cogió con una sonrisa. Me quité la camisa,
pasando las manos sobre mi pecho y abajo por mi estrecha cintura y a
continuación comencé con los pantalones.
Algunos chicos
llevan botas de vaquero, otros llevan zapatillas de deporte, algunos van
descalzos. Cuando estás quitándote la ropa no importa realmente, pero si no
llevas el calzado adecuado se puede romper el hechizo. Me veía bastante
andrógino bajo las luces rojizas, y cuando le di la espalda a la multitud y me
incliné, exponiendo poco a poco mi culo y piernas tonificadas mientras me
deslizaba fuera de los pantalones, se reveló mi elección de calzado. Zapatos de
tacón altos. Tacones muy altos. Soy lo suficientemente flexible como para tocar
el suelo con la punta de los dedos con los tacones de aguja de trece
centímetros, y hacen que mis piernas parezcan increíbles. Me erguí, mis manos
tocando mi cuerpo sin vello y los silbidos comenzaron a surgir.
Silbar estaba
bien, significaba que los chicos se involucraban. Me colgué los pantalones por encima del hombro y arqueé
la cadera sugestivamente, luego los lancé al fondo y me pavoneé alrededor de la
barra. Con nada más que con el fedora negro, los tacones de aguja y un tanga,
mi piel brillaba bajo las estridentes luces. Me agarré a la barra con las manos
y me incliné por la cintura en un ángulo de noventa grados, empujé las caderas
hacia atrás y luego me deslicé sinuosamente en posición vertical. Me froté
contra la barra, dejé que mis pies se deslizaran debajo de mí y di la vuelta en
un giro fácil.
La música estaba
llegando a su fin. Quería hacerle saber a James que lo había visto, hacerlo
constar de algún modo, pero él estaba sentado demasiado lejos para alcanzarlo.
Pero entonces, todavía tenía el sombrero. Me arrastré por el escenario,
sintiendo los dedos ansiosos acariciando mis muslos y hombros al pasar, pero
solo tenía ojos para James. Me detuve al final del escenario, me senté sobre
mis talones, girando el sombrero en un dedo y luego lanzándoselo a él. La
canción terminó, las luces se apagaron y tuve más aplausos de los que
normalmente tengo en una actuación. Siempre era bueno, pero este último baile
realmente lo había sentido.
Me puse de pie y
caminé fuera del escenario a la espera de ofertas para hacer mi papel. Un baile
podría servir para unas cuantas horas de trabajo detrás de las cortinas si el
club estaba concurrido. Estaba lleno y llegaban ofertas, pero esperé. Tal vez
él podría… joder, ¿por qué había venido aquí? Puede que no tuviera nada que
hacer conmigo. Probablemente no, y yo
necesitaba más clientes esta noche para contentar a Miles. Estaba a punto de
aceptar una oferta de uno de los habituales cuando me dieron un mensaje de que
el hombre que estaba en la barra quería invitarme a una copa.
Una copa. Era un
comienzo. Era un raro, extraño, y loco comienzo. Miles no quedaría satisfecho
con una bebida solamente, pero seguramente podría trabajar en algo más. Tenía
la esperanza de poder trabajar en algo más. Me puse nuevamente la camisa y los
pantalones y di un rodeo por detrás de la barra evitando ser asaltado por otros
clientes. Jennifer me dejó pasar con una sonrisa y señaló hacia James, pero
antes yo había memorizado dónde estaba exactamente. Me acerqué a él llevando un
par de chanclas ahora, me daban calambres en las pantorrillas después de un
rato de usar los tacones de aguja.
Estaba pasando los
dedos por el borde del fedora y me lo tendió mientras me acercaba.
―¿Pierdes algo?
―Gracias. ―Sonreí
y tomé el sombrero de su mano poniéndolo sobre la barra.
―¿Qué vas a tomar?
―Solo una
Coca-Cola, por favor. No debería beber mientras estoy trabajando.
―Muy bien.
―Jennifer sabía lo que me gustaba y lo puso antes de que James pudiera pedirlo.
Me miraba de manera especulativa, con un codo sobre la barra. Tomé un sorbo de
mi bebida tratando de no parecer nervioso. Estaba nervioso, preocupado de que
él estuviera aquí para echarme una bronca y por la sensación de sentirme
atraído por él, todo al mismo tiempo. Él no dijo nada, así que después de un
momento, hablé.
―No recuerdo que
hayas estado aquí alguna vez antes ―dije eso, sin ser capaz de desprenderme de
la vergüenza―. ¿Por qué pasarte ahora?
―Quería darte las
gracias.
Bueno, eso me
desconcertó. Tosí un poco mi sorbo de Coca-Cola.
―¿Por qué?
―Porque Liam puede
ser un gilipollas increíblemente desconsiderado y estoy seguro de que esta no
era la primera vez que me engañaba. ―Se encogió de hombros, mayormente con
indiferencia, pero me di cuenta de que estaba molesto con ello―. Hemos estado
juntos durante años, y las cosas se volvieron cómodas. ―Me miró de arriba abajo
sonriendo ligeramente―. Y desde luego no puedo criticar su gusto. ¿Cómo te
llamas?
―Cristof.
―Ese no es tu
nombre.
―Es mi nombre
artístico. Mi verdadero nombre es Alex. ―Mierda, ¿acababa de tener un desliz?
Utilizábamos seudónimos para preservar la distancia profesional. Apenas había
hablado diez palabras con este tipo y había soltado mi verdadero nombre.
―Alex. ―Extendió
la mano―. James Fitzgerald.
―Encantado de
conocerte. ―Estreché con firmeza la mano―. Incluso si… bueno…
―Lo sé.
Jennifer tosió
ligeramente. Sabía que era mi señal. ―Mierda. Tengo que volver al trabajo. ―Lo
solté de mala gana.
―¿Vuelves arriba
del escenario?
―No, ese fue mi
último baile de esta noche, pero todavía me quedan un par de horas de mi turno
y… ―Me encogí de hombros.
―¿Cómo vas a
pasarlas?
―Haciendo un baile
privado, probablemente. ―Él había preguntado―. A pesar de cómo nos conocimos,
en realidad no voy a casa con muchos tipos.
Él sonrió, como si
pudiera verme por dentro. No sabía qué estaba viendo, pero esperaba que fuese
algo que le gustara.
―¿Cuánto cobras?
Oh, Dios, sí. ―Eso
depende ―contesté, tratando de sonar informal―. Los bailes pueden ser tan
cortos como una canción o tan largos como un cliente desee. Luego están los
extras…
―¿Qué clase de
extras?
Momento de activar
cierto encanto. Alargué la mano y tracé una línea a través de su pulgar,
después hacia abajo en el valle entre este y el índice.
―Lo que llevo
puesto, cuánto te toco, si llegas a tocarme… pequeños detalles.
Se estaba
excitando, pude ver cuánto. Su rostro era todavía bastante inescrutable, pero
su ingle mostraba algo completamente diferente.
―¿Cuánto por ti,
con lo que llevas puesto ahora más el sombrero, manos incluidas, durante un
cuarto de hora?
Todo un hombre de
negocios. Por lo general, un largo y baile privado con toqueteo conmigo costaba
ochenta dólares, pero ciertamente quería que se quedara.
―Cincuenta
dólares. ¿Quieres una habitación privada?
James sonrió otra
vez, solo un poco. ―¿Cuál es la otra opción?
―Una cortina. La
gente no puede ver, pero pueden oír. En la habitación privada somos solo
nosotros dos.
―Privado ―me dijo
y me entregó un billete de cincuenta dólares.
―Está bien,
entonces. ―Me acerqué y le agarré ligeramente la mano―. Ven conmigo.
Se puso de pie y
luego me puso el fedora en la cabeza inclinándolo un poco hacia un lado. Me
miró y asintió ligeramente con la cabeza.
―Mejor.
―Lo tendré en
cuenta. ―Probablemente no iba a poder sacármelo de la cabeza. Lo llevé a mi
habitación. Todos los bailarines que trabajaban en el club tenían sus propias
habitaciones, y mientras la de Johnny parecía un harén, toda llena de
terciopelo, cojines e incienso, la mía era un poco más espartana. Había una
silla en el centro de la habitación, cómoda pero no tan grande que no pudiera
ponerme a horcajadas. Un lazo de cuerda colgaba desde el techo justo por encima
de la silla, lo suficiente alto como para estar fuera del alcance del cliente.
Las paredes estaban decoradas con anchas rayas blancas y negras alternándose
entre sí, la música sonaba en la habitación a través de dos altos y finos
altavoces en las esquinas. Grandes espejos cuadrados engalanaban las paredes
laterales, por lo que el cliente podía obtener una vista diferente de nosotros
si quisiera. Los suministros de limpieza y un pequeño reloj estaban colocados
discretamente detrás de una mesa baja.
Una nueva canción
estaba a punto de comenzar, así que hice un gesto hacia la silla.
―Por favor,
siéntate.
James se sentó y
me miró minuciosamente mientras hacía unos arreglos de última hora. Me quité
las chanclas y me remangué las mangas de la camisa, y luego me moví hacia él.
Podría simplemente haber bajado de un salto y comenzar a molerme como hice con
su novio ―su ex ahora, supongo―, pero quería ver más de él. Quería sentir más.
Me acerqué lentamente, arrastrando los dedos por su antebrazo, subiendo por el
bíceps y arremolinándolos en un círculo alrededor de su hombro. Me dejó
tocarle, mirando directamente hacia delante pero no a mí. Caminé detrás de él,
arrastrando las manos por sus hombros y cuello y por el borde de su pelo negro
y corto. Algunos chicos eran
quisquillosos con el pelo y yo no quería romper el estado de ánimo, así que
simplemente bordeé los dedos sobre la nuca y la parte exterior de las orejas.
Cada parte de su cuerpo me intrigaba y me complació que me dejara
explorar.
Me dirigí hacia el
frente otra vez, mis dedos estaban ansiosos por seguir tocándolo, pero él no
había pagado para eso. Quería que bailara para él. Sonriéndole con picardía,
cogí la cuerda que había por encima de nosotros y me bajé muy lentamente sobre
sus muslos. Me gustaba la cuerda. Me ayudaba a mantener el equilibrio y, a la
vez, exhibir todo mi cuerpo.
Me rocé contra él,
ligeramente, ondulándome como una ola. Finalmente las manos de James se
acercaron y comenzaron a desabrocharme los botones. La sensación de sus dedos
contra mi piel me hizo estremecer, y para el momento en el que quedé desnudo
hasta la cintura, estaba completamente duro. Solté la cuerda y la camisa se
deslizó por mis hombros mientras me apoyaba más sobre él, moviendo mis manos
por su pecho.
¿Cuánto tiempo
había pasado desde que había estado con alguien a quien realmente deseara
tocar? Era bueno en mi trabajo y disfrutaba de los hombres, pero nunca había
deseado a ninguno de mis clientes como deseaba a James ahora. Quería más que un
baile, quería que me desnudara, me forzara sobre mi espalda y me tomara con
fuerza, amortiguando mis gritos con un beso. Quería… joder, necesitaba concentrarme
si iba a superar esto sin desmayarme.
Toqueteé sus
pezones a través de la tela de la camisa. Él tocó los míos también, una sonrisa
lenta surgió en su rostro cuando vio los piercings. Tiró de ellos, suavemente
al principio y luego con más fuerza, y me mordí el labio inferior para no
gemir. Sus ojos absorbieron todo de mí, y rogué porque le gustara lo que estaba
viendo. Finalmente, desabroché su camisa y no pude resistir pasar los dedos a
través del rizado vello oscuro en su pecho. Cerró los ojos un momento cuando
arañé ligeramente su piel y sentí el calor de la satisfacción en mi interior.
Estaba complaciéndolo, eso era importante.
¿Cuánto tiempo
llevábamos aquí? Había perdido la noción del tiempo, pero probablemente eran al
menos quince minutos. Lamentablemente tuve que hacer avanzar las cosas. Me puse
de pie, dejando caer la camisa lejos y luego giré alrededor. Me senté y apreté
la hendidura de mi culo contra su ingle, duro y a continuación ligero, variando
la presión con el ritmo. Sus grandes manos se extendieron para ahuecar mis
mejillas, y cuando las apretó, el calor se disparó directamente a mi polla,
estirándola contra el tanga. Gemí esta vez, no pude evitarlo. James tendió la
mano para alcanzar el sencillo cierre de los pantalones, lo desabrochó y los
apartó. Dejé que cayeran hasta los pies,
ansioso por sentir sus manos sobre mi piel desnuda. Sus dedos trazaron el
contorno del tanga, quemando a través de mis caderas y hacia abajo en mi grieta
cuando su otra mano se deslizaba arriba y abajo por mi espalda.
―Date la vuelta
―me dijo. Su voz era ronca y baja. Me di la vuelta y me apoyé en él otra vez,
conteniendo apenas las ganas de caer dentro de su regazo, con las muñecas
envueltas fuertemente en la cuerda. Rodeó mi cintura con sus brazos y me atrajo
aún más. Nuestras erecciones se frotaban la una contra la otra, y la tela bien
podría no haber estado allí.
―Móntame ―ordenó.
No podría haber dicho que no. Habíamos ido más allá de un baile privado en este
momento. Me dejé llevar y molí nuestras pollas juntas, mis manos detrás de su
nuca enganchándolas en su cuello. Las sensaciones eran increíbles y el tacto de
sus manos alrededor de mi cintura que me acercaban a su calidez y a su agudo y
limpio aroma, me embriagaban. Luego extendió la mano y le dio un repentino y
brusco giro a uno de mis anillos de pezón.
Me volví loco. Me
corrí, jadeando y temblando mientras me mecía contra su cuerpo, clavando las
uñas en la base de su cráneo. Mi semilla escapó del tanga, fluyendo a través de
nuestros muslos y su abdomen. Nunca había terminado así antes. Nunca me había
corrido con un cliente de esta manera, con la sola fricción, sin boca, ni
penetración… Eso me consumió, y durante un largo rato solo me apoyé en él,
recobrando el aliento y recuperándome del placer arrollador. Cuando finalmente
abrí los ojos, estaba mirando directamente a su cara. James parecía satisfecho,
sus ojos estaban entrecerrados como los de un gato.
―Hiciste un
desastre ―señaló con un ronroneo.
Miré hacia abajo y
me sonrojé. ―Lo siento. Yo no… Voy a limpiarlo. ―Cogí una toalla.
―No con eso. ―Sus
palabras me detuvieron en seco―. Con tu boca.
¿Quería que
quitara mi semen de encima lamiéndolo? No estaba pagando suficiente para eso.
Por otra parte, yo no tenía que haberme corrido, tampoco. Y de verdad,
realmente quería hace esto por él…
¡Al diablo con
eso! si no llegaba a mi cuota esta noche, no llegaba. Yo quería esto. Me
deslicé fuera de su regazo, arrodillándome delante de él. Separó las piernas y
me metí entre ellas, luego me incliné y comencé a lamer mi semen. Me gustó mi
propio sabor, y el estar tan cerca de su ingle remarcó que James no se había corrido. Aún no. Pasé la lengua a
través de su estómago desnudo, siguiendo el camino del tesoro de vello hasta
que llegué a su bragueta.
―Por favor…
―¿Por favor, qué?
¿Qué estaba
haciendo? ―Por favor, déjame saborearte.
―Puedes pedirlo
más educadamente que eso ―me dijo. Su mirada había pasado de satisfecha a
ardiente.
―Por favor, señor.
―Estaba ruborizado, pero no me importaba―. Por favor, ¿puedo probarte, señor?
―Muy bien. Sácala.
―Una orden nunca había sido tan rápidamente obedecida. Abrí la cremallera y
liberé su polla. Era preciosa. Grande y larga, probablemente de unos veinte
centímetros y tan gruesa como mi muñeca. La cabeza brillaba con el líquido
preseminal y la acaricié con mi cara durante un momento, inhalando su aroma, y
luego lamí lentamente el eje antes de tomarlo en mi boca. Era grande. Me llevó
un tiempo, pero estaba desesperado por complacerlo y finalmente conseguí toda
su longitud en mi boca y un poco en mi garganta. La mantuve allí y tarareé y
James dio un grito ahogado.
―Alex… ―Agarró el
fedora y lo tiró al suelo. Sus manos se entrelazaban en mi pelo y me movían,
arriba y abajo, poco a poco y de manera constante hasta que lo sentí tensarse
debajo de mí y luego me presionó hacia abajo con tanta fuerza como para
amordazarme cuando disparó en mi garganta. Llegó en gruesas y rápidas ráfagas,
y me lo tragué todo, solo lamentando no saborearlo más. Por fin me soltó y me
eché hacia atrás, inhalando profundamente. Me sentía saciado, física y
emocionalmente, y apoyé la cabeza en su rodilla. Nos sentamos juntos en
silencio durante un rato hasta que él se movió, con una mano despeinando
suavemente mi pelo.
―¿Dormido?
―No, señor.
―Llámame James ahora.
―James. ―Froté mi
cara sobre su muslo un momento y después me aparté a regañadientes―. Toma. ―Le
pasé una toalla―. Solo en el caso de que
haya dejado alguna mancha.
Alzó una ceja,
pero la cogió de todos modos. Aproveché el tiempo para asearme y ponerme la
ropa. Mi entrepierna estaba todavía mojada, pero me gustaba la sensación cálida
y ligeramente húmeda. Cuando me giré hacia él estaba de pie y de repente me
sentí un poco tímido. Solo podía adivinar lo que pensaba de mí ahora. Parecía
complacido, sin embargo.
―Toma. ―Me pasó un
billete de cien dólares y lo tomé con inquietud. No le había traído con la
intención de cobrar más de lo que ya me había dado.
―No tienes que
darme esto. Quise hacer… ―¿Todo? ¿Más?―. Lo que hicimos.
―Y fue hecho
perfectamente ―dijo agradablemente―. Eres muy bueno en tu trabajo.
El elogio debería
haberme hecho sentir feliz, pero en vez de eso solo hizo que me sintiera como
una puta. Quería ser más que una puta para James, pero no podía expresarlo.
Después de todo, las primeras impresiones duran para siempre. En lugar de eso,
simplemente dije:
―Gracias.
James me miró
durante un largo rato, con la mirada fija en mi cara, antes de dirigirse hacia
la puerta. Oh, Dios, ¿eso era todo? Me acerqué un poco más a él y se paró.
―¿Sí?
No podía pensar en
nada que decir. Finalmente me decidí por:
―Conduce con
cuidado.
―Lo haré.
―Y vuelve. ―Eso
salió antes de que pudiera detenerlo. No dijo nada, solo sonrió ligeramente y
se alejó.
Bueno, a la
mierda. Fue una buena cosa que hiciera mi cuota. No había manera de que fuera
capaz de concentrarme durante el resto de mi turno. Pagué a Miles y me marché a
casa, tiritando todo el camino. Caí en la cama y no me desperté hasta que ya
era tarde para mi primera clase.
Quería que James
volviera. Quería que me viera bailar, que preguntara por mí, que me ordenara.
Quería su polla en mi garganta y dentro de mi culo. Quería complacerlo. No
podía decirle a Johnny cómo me sentía, puede que jugara a ser un sumiso, pero
realmente era un dominante y no comprendería el profundo sentimiento de placer
que surgía de la obediencia. Había caído en la cuenta que yo estaba colgado por
James y lo aprobaba completamente.
―Muy retorcido,
Alex. Eso me gusta.
―No lo quiero por
su ex ―suspiré―. No quiero vivir en algún tipo de sórdido culebrón como tú
haces, hombre.
―¡Pero la intriga!
¡La pasión! ¡La grandeza! ―Johnny extendió sus brazos―. ¿Qué más se puede
pedir?
―¿Y qué te parece
el llanto, las quejas, el humor de perros y las constantes peleas?
―La sal de la
vida, Alex. La sal de la vida.
Podría manejar un
poco de sal si eso significaba que James volviera, pero no lo hizo. Pasó una
noche, luego dos, luego una semana entera. El trabajo estuvo bien, pero no tuve
al único hombre que quería. Soñé con él; joder, tuve sueños húmedos con él.
Pero no regresó.
Podría haberme
abofeteado a mí mismo por molestarme por eso.
Él había querido probarme, ver lo que su ex casi había tenido, ganar una
experiencia. Solo nos había unido una tórrida sesión tras la cortina y una
dolorosa traición, y podía adivinar cuál pesaba más en su mente. Demonios, por
lo que sabía, él y Mike ―no, Liam, maldición―, estaban de nuevo juntos y
felices como perdices. Bien por ellos.
Casi creí en mi
propia indiferencia hasta que lo volví a ver. Realmente le oí primero. Había
terminando mi último baile de la tarde una hora antes y mi turno estaba
llegando a su fin. Mark, uno de los porteros estaba esperando fuera de mi
cuarto privado.
―Un tipo en la
barra quiere invitarte a una copa, Cristof.
Mi corazón comenzó
a latir más rápido al momento.
―Gracias. Voy para
allá.
Mark se marchó y
empecé a sudar de repente, debido en parte a la ansiedad y en parte a la
esperanza. Tenía que ser James. Ocasionalmente, otros hombres me invitaban a
tomar algo, pero tenía que ser James esta noche. Me apresuré a comprobarme
desde todos los ángulos en el espejo de mi habitación. Hoy llevaba una camisa
azul medianoche, pero el resto del conjunto era el mismo. Mis labios estaban un
poco más oscuros de lo habitual, pero no había nada que hacer; había usado
lápiz labial para mi último baile privado (el de su esposa, me dijo) y los
había pintado ligeramente. Me puse el fedora, lo ajusté ligeramente hacia un
lado y luego di un rodeo hacia la barra. Jennifer me vio, sonrió, y señaló a…
¡sí, James!
Estaba sonriendo
cuando me senté. No pude evitarlo. Él parecía que llevaba lo mismo que la
primera vez que nos vimos, un traje gris y una camisa blanca y reluciente. En
esta ocasión, sin embargo, estaba sonriendo. Mi corazón saltó un poco cuando
consideré que yo había puesto esa sonrisa allí. Estaba sonriendo por mí y ni
siquiera había hecho nada aún. Jennifer me dio una Coca-Cola y tomé un sorbo
para darme un poco de tiempo y recuperar la voz.
―Desapareciste por
un tiempo.
―Viaje de
negocios. ―Se encogió de hombros―. ¿Contabas con verme cada noche?
Bueno, si eso no
era una pregunta capciosa. ―Solo lo esperaba ―confesé.
Una mirada extraña
cruzó su rostro, una combinación de placer y reticencia que no pude precisar.
Desapareció en un instante, dejando solo el placer.
―Realmente, ¿qué
esperabas que hiciéramos?
Se me había secado
la boca otra vez, aunque no había parado de beber.
Lo miré por debajo
de las pestañas y susurré:
―Lo que quieras.
―Te gusta que te
digan lo que debes hacer. ―No era una pregunta, pero asentí de todos modos―.
¿Cuánto por llevarte a mi casa para pasar la noche?
Oh, chico. Esto
podría complicarse. Sin embargo, lo quería. Quería ir con él tan
desesperadamente. ¿Cuánto cobras…?
―Quinientos
dólares ―dije y esperaba que no retrocediera. Ni siquiera parpadeó.
―Le cobraste más a
Liam.
Imaginé que él lo
sabría.
―Sí.
―¿Por qué menos
por venirte a casa conmigo?
¿Por qué puñetas
tanta pregunta? Sin embargo, tenía que contestar.
―Quiero irme
contigo.
―Bien. ―Se puso en
pie―. Termina tu bebida y díselo a quien necesite saberlo.
Engullí el resto
de la Coca-Cola, después regresé atravesando el bar y hacia los vestuarios.
Agarré la chaqueta y mi bolsa de viaje, me detuve en la oficina de Miles para
informarle y, a continuación regresé con James.
Me escoltó a su
coche, con una mano apoyada posesivamente en la parte baja de mi espalda. Me
gustó la sensación de su mano ahí. Nos dirigimos a su BMW y me abrió la puerta,
luego entró y encendió el motor. Nos dirigíamos a su casa y yo intentaba
ocultar mi nerviosismo. Iba a casa con el hombre de mis sueños. ¿Qué podría
salir mal? ¿Qué no? ¿Qué quería él? ¿Qué debería hacer?
―Dime por
adelantado lo que vas a permitir ―dijo James.
―No estoy muy
metido en el dolor ―le confesé―. Un poco está bien, pero nada que deje una
marca permanente. Me gusta que me digan qué hacer. ―Sentí mi pene elevarse
ligeramente cuando le dije―: Me gusta ser inmovilizado.
Eso consiguió una
respuesta. Su respiración se enganchó ligeramente y me miró, a continuación
sonrió.
―Bueno, ¿algo más
aparte del dolor que no te guste?
―Líos. ―Esa
palabra cubría un montón de cosas, pero asintió.
―A mí tampoco.
Eso fue todo hasta
que llegamos a su casa. Parecía igual que la vez anterior, pero esta vez las
ventanas superiores resplandecían con luz. Probablemente el dormitorio que
nunca había visto. James me abrió la puerta y me condujo a la casa. Nos
quitamos los zapatos en la entrada y aproveché para echar un vistazo alrededor.
Se veía como antes, pero ahora había una cualidad ligeramente más estéril en el
lugar. Antes había sido un hogar. Ahora el primer piso apenas parecía
utilizarse.
―Arriba.
James puso de
nuevo la mano en mi espalda y me guió a su habitación. La moqueta era suave y
gruesa bajo mis pies descalzos. Su habitación estaba al final del pasillo, la
puerta abierta lo suficiente para dejar pasar un rayo de luz. Pasé y me detuve
en el interior. La habitación era preciosa. Paredes de un rico color
marrón-chocolate que resaltaban por la cuidada iluminación y la alfombra de
color champán. La cama era extra grande y el edredón de encima era del rojo
oscuro de un selecto vino. La cama tenía cuatro postes enormes y sujeto a cada
uno de ellos había unas esposas, suavemente alineadas y esperando. Otro par de
esposas colgaban de una cadena atornillada al techo y colgaban justo sobre el
centro de la cama. También había un trozo de cuerda suave y negra. Algunas
puertas cerradas probablemente conducían a un armario y al baño, pero solo
tenía ojos para la cama.
―¿Todavía cómodo?
―preguntó James. Solo pude asentir con la cabeza―. Bien. ―Tomó la bolsa de mi
mano y la dejó caer al suelo junto a la cama―. Ve al baño. ―Señaló la puerta
más cercana―. Dúchate y asegúrate de que estás completamente limpio. Sécate y
regresa en diez minutos, completamente desnudo. ―Me fui.
Varios de mis
clientes preferían que me duchara antes de tener sexo. Les gustaba ser los únicos
sobre mi piel y, personalmente, me gustaba tener la oportunidad de estar
completamente limpio para James. Su cuarto de baño era inmenso con un jacuzzi y
una pequeña ducha al lado. El tocador para dos podría haber sido un tocador
para seis y se extendía a lo largo de toda la pared. Una suave luz, calmante y
relajante, impregnaba el cuarto.
Abrí la ducha y me
metí dentro. El jabón olía como James, hice espuma y me enjaboné de la cabeza a
los dedos de los pies, trabajando rápida pero exhaustivamente. Me lavé el pelo,
me aclaré y salí secándome con una gruesa y oscura toalla.
¿Habían pasado
diez minutos? ¿Sería demasiado pronto si salía ahora? ¿O era demasiado tarde?
La inquietud me impulsó a abrir la puerta y entrar al dormitorio. James estaba
parado en medio del cuarto esperándome.
―Nueve minutos
―dijo―. Bien.
Tenía los pies
descalzos y se había quitado la chaqueta, pero aparte de eso, estaba
completamente vestido. Me sentí totalmente expuesto bajo su firme mirada, todo
el atractivo que venía con mis trajes y el escenario, y la oscuridad del cuarto
privado, había desaparecido. Estaba desnudo y temblando.
―Ven aquí. ―Me
acerqué a él, mis ojos sobre su pecho―. Date la vuelta. ―Giré dándole la
espalda―. Pon las manos detrás y cruza las muñecas.
Lo hice, y la
suave y fina cuerda pronto estuvo entrelazada alrededor de mis brazos, uniendo
las muñecas y tirando de mis codos hacia atrás sujetándolos juntos.
―¿No está muy
apretado?
―Está bien
―murmuré.
―Bien. Date la
vuelta y ponte de rodillas.
Me puse de cara a
él y de rodillas. Sus manos acariciaron mi pelo y me fundí en el toque.
―James…
―Señor ahora,
Alex.
―Sí, señor. ―Me
encantaba llamarle señor.
―¿Qué quieres
Alex?
―Complacerte,
señor. De la manera que quieras. ―Me sonrió y luego se sentó en el borde de la
cama, desabrochándose el cinturón a su paso. Liberó su erección y la acarició
lentamente, con los ojos fijos en mí. Mis ojos estaban puestos en su polla. La
sola vista hizo que comenzara a babear. Estaba desesperado por bajar sobre él.
―Ven aquí ―me dijo
después de un momento. Me arrastré sobre mis rodillas, sintiéndome torpe, pero
él parecía disfrutar de la vista. Me arrodillé delante de él, rozando sus
piernas con mi pecho. Vi su mano trabajar arriba y abajo a lo largo de su
longitud, acariciando lentamente, luego más rápido, a continuación lento de
nuevo. Quería ser su mano. Quería sus manos sobre mí y mi boca sobre él,
chupándole profundo. Gemí sin darme cuenta.
―Tú quieres esto.
―No lo dijo a modo de pregunta, pero contesté como si lo fuera.
―Sí ―susurré, mis
ojos sin moverse de su polla.
―Tómalo, entonces.
Oh, gracias a
Dios. Separó las rodillas, me moví entre ellas y luego me incliné sobre su
ingle. El olor y la cálida y suave sensación de su carne contra mi cara eran
embriagadores y supe que iba a saber incluso mejor. Bajé la boca sobre su pene
y lamí la cabeza, bebiendo la clara, dulce esencia que se había reunido allí.
Las manos de James encontraron mi pelo otra vez, trabajó los dedos en las
húmedas y limpias hebras lentamente, raspando con las uñas a lo largo de mi
cuero cabelludo al ritmo de los movimientos de mi cabeza.
No tener las manos
libres estaba haciendo las cosas más difíciles de lo que había pensado. No era
solamente que no lo pudiera sostener en su lugar o trabajar más de un pedazo a
la vez. Mis hombros estaban echados hacia atrás tan fuertemente que mis codos
casi se tocaban, y estaba empezando a notar una sutil quemadura entre los
omoplatos. Nada de lo cual me disuadió, pero sí hizo mis esfuerzos un poco más
frenéticos. Quería probar todo él, tocarlo todo de él, y no podía hacerlo con
la suficiente rapidez. Me hundí profundamente abajo en su polla y luego me
retiré de nuevo, lentamente, acariciándole con la lengua y rodeando la cabeza
que goteaba, mordiendo suavemente con mis dientes y luego retirándome.
Mordisqueé a lo largo del eje hasta que llegué a sus bolas, las besé, las lamí,
y luego succioné la izquierda en la boca.
James gimió en voz
baja y lo tomé como una señal de aliento. Moví mi boca entre las dos,
explorándolas con la lengua, luego las liberé y me trasladé rápidamente de
vuelta a su polla, tragando más de su líquido preseminal a medida que iba.
James me dejó continuar durante unos minutos antes de apartarme, agarrando mi
pelo con fuerza y tirándome hacia atrás. Los dos estábamos respirando con
dificultad, y sentía mis labios un poco hinchados, la lengua algo dolorida, y
los hombros y espalda algo más que un poco doloridos. Levanté la mirada hacia
él y lo vi refrenar un orgasmo inminente.
―Date la vuelta.
No quería darme la
vuelta, quería tomarlo de nuevo en la boca y chupársela, conseguir otra probada
de esa esencia que anhelaba, pero solo podía obedecer.
―Sí, señor.
Giré sobre mis
rodillas, que sabía que probablemente estaban rojas ahora, y le di la espalda.
Sentí sus dedos arrastrándose sobre mis hombros, sumergiéndose entre mis brazos
y trazando un pequeño sendero por mi columna vertebral. En algunos lugares la
piel estaba casi entumecida, pero aun así, su toque me abrasaba. Entonces, los
nudos se soltaron repentinamente y la tensión en la espalda se desvaneció en
una ola de calor a medida que mis hombros quedaron libres. Suspiré con alivio,
y luego de placer mientras las manos de James masajeaban mis músculos tensos.
Después de un
momento se alejó. ―Ponte de pie y sube a la cama. Arrodíllate y ponte de cara
al cabecero.
―Sí, señor. ―Me
puse de pie, un poco dolorido, pero estaba bastante bien. Me giré y lo vi de
pie, comenzando a desabrocharse la camisa con una mano. Quería desnudarlo, pero
eso no estaba en sus órdenes. En cambio, pasé junto a él, conla mirada baja y
me arrastré al centro de la colcha carmesí, arrodillándome más cómodamente
ahora. James se desnudó rápidamente y se movió a la cama. Tiró las esposas a
mis pies y las pasó alrededor de mis delgados tobillos, asegurando mis piernas
en el lugar. Tuve que separar un poco las rodillas, pero aún podía sentarme
fácilmente. James se pegó a mi espalda, pasando sus manos por mis brazos. La
sensación de él presionándose desnudo contra mi cuerpo fue directamente hacia
mi entrepierna, y mi ya dura erección casi tocaba mi estómago. Me recosté
contra él, mis manos buscándole, pero él agarró mis muñecas y las levantó por
encima de la cabeza. Gemí de decepción, pero lo dejé que sujetara las muñecas
en las esposas.
―Voy a explorarte
―murmuró en mi oído, sus manos acariciándome el pecho―. No te corras mientras
lo hago. Si tienes que pedirme que pare, pídelo, pero no te corras. Guardo eso
para después.
―Sí, señor.
―Bien. ―Me besó en
el dorso del cuello, y luego hacia abajo mientras las manos seguían la estela
de su boca. Me concentré en lo que me hacía, en lo increíble que me hacía
sentir. Cada toque me hacía temblar, cada golpe de su lengua y cada mordisco de
sus dientes me excitaba aún más.
Tuve que
detenerle, varias veces. Cuando su mano agarró mi pene la primera vez, le pedí
que se detuviera. No me dejó correrme, pero tampoco se movió, sosteniéndome con
firmeza. Trabajé en mi respiración, tratando de retrasar las cosas. Después de
un minuto o así me sentí capaz de permitirle seguir sin correrme, pero el deseo
estaba al acecho justo bajo la piel.
Lo detuve cuando
me tomó en su boca. Era bueno, demasiado bueno y no había modo de que fuera
capaz de aguantar mucho rato. Él entendió y me sonrió, entonces se movió detrás
de mí otra vez. No lo detuve cuando su dedo tocó mi agujero, pero sí cuando su
lengua lo reemplazó. ―Para ―gemí―. Por favor. ―El deseo fue creciendo y
creciendo, llenándome y sustituyendo todo pensamiento consciente con la
necesidad de llegar.
James se echó hacia
atrás, dejándome temblando y sacudiendo con fuerza mis brazos para darme algo
más en lo que centrarme, una manera de detener el torrente. Eso no iba a
funcionar y James lo sabía. Golpeó con fuerza mi culo. Me sacó de mi
desesperación y le dio a mis sobrecargados nervios algo más en lo que
centrarse. Generalmente, no disfrutaba con los azotes, pero definitivamente los
aprecié en este momento.
―¿Mejor? ―preguntó
James. Podía oír la sonrisa en su voz.
―Sí ―gemí―. No.
Señor…
―Pronto, cariño.
―Me besó en el hombro y se alejó otra vez. Dejó la cama un momento, pero volvió
rápidamente. Estaba cerca de mí, pero sin tocarme, no hasta que uno de sus
dedos, resbaladizo con lubricante, serpenteó entre mis mejillas y contra mi
agujero. Me relajé y presionó en mi interior.
―Síííí…―susurré.
Se sentía tan bien, pero quería más. Después de un momento, otro dedo se unió
al anterior, estirándome, preparándome para él, y le supliqué que se detuviera.
Lo hizo, golpeó mi trasero de nuevo para calmarme. Sin embargo, sus palabras
fueron acaloradas.
―Te deseé desde el
momento en que te vi ―susurró en mi oído―. Sentado a horcajadas sobre Liam en
esa silla. Estaba furioso y aun así te quería. No he podido sacarte de mi
cabeza.
―También te
quiero. ―Como si él no lo supiera―. Te quiero ahora.
―Bien. ―Sacó sus
dedos de dentro de mí. Le oí abrir el paquete del preservativo y ponérselo y, a
luego estaba de nuevo contra mí, con la cabeza empujando. Le dejé entrar,
dándole la bienvenida y me llenó con su polla, estirándome más de lo que estaba
acostumbrado. Me encantó. Me senté en su regazo tomándolo hasta la raíz y su
áspero gemido era la mejor alabanza que podía esperar.
Nos sentamos
inmóviles por un momento. Tenía los brazos alrededor de mi cintura, con su
rostro enterrado en el hueco de mi cuello. Cuando sus manos bajaron a mis
caderas comencé a moverme, levantándome un poco y luego bajando de nuevo.
Presionó en mi contra, empujándome más alto y bajándome con más fuerza. Sus
manos estaban por todas partes excepto en mi polla, pero no las necesitaba
allí. Me iba a correr pronto, incluso sin que él me tocase.
―¡Para! ―jadeé―.
Voy a… Necesito…
―Vente para mí
―susurró James, golpeando dentro de mí aún más fuerte. Me incorporé, caí, me
levanté y caí, y cuando me levanté lo suficientemente alto, su corona raspó mi
próstata. Una fuerte sensación de hormigueo se extendió en ráfagas desde el
interior de mi canal, arrastrándome completamente hacia el orgasmo más duro y
largo de mi vida. Grité, disparando mi semilla en el edredón carmesí y pulsando
incluso después de que no quedara nada que salir, moviéndome con las
sensaciones intensamente placenteras que aún me recorrían.
Me agarré a James
como una lapa. Tan pronto como me relajé un poco, él se corrió también,
llenando el condón mientras me arrastraba hacia abajo con él, tan apretados
como pudimos. Yo todavía goteaba un poco y nuestros muslos brillaban con los
últimos chorros de mi liberación cuando me abrazó de nuevo, agarrándome
ferozmente y relajándose lentamente. Me apoyé contra él, tratando de tener mi
respiración bajo control, ya que casi me había desmayado. Me sentía
completamente debilitado.
Desabrochó las
esposas, dejando mis manos para el final y luego me acostó en la cama y
desapareció durante un momento. Cuando regresó me limpió, calmando mi caliente
piel con una toallita fría y limpiando mis piernas y el edredón. Y la pared.
Maldita sea, había sido un orgasmo intenso. A la mierda con todo, él había
pagado por esto, ¿por qué estaba cuidando de mí? Fui a levantarme, pero él me
empujó hacia abajo. ―Relájate, Alex.
―Sí, señor.
Se rio entre
dientes. ―Simplemente James ahora, cariño. ―Dejó la toalla en un cesto justo al
lado, retiró el edredón y la sábana, y se metió en la cama conmigo. Me envolvió
en sus brazos y besó mi frente. Giré la cara y capturé su boca con la mía,
suspirando de placer.
―Eso fue perfecto
―le dije con una sonrisa.
―Duerme un poco
ahora. ―Se alejó un poco y apagó la luz, luego se acomodó contra su almohada y
cerró los ojos. Suspiré internamente. Muchos chicos se alejaban después del
acto. Algunos hombres que me habían llevado a casa me habían metido a dormir en
la habitación de invitados, y unos cuantos me mandaron al sofá o se fueron allí
ellos mismos. No había pensado que esto fuera un problema con James, pero… Cerré
los ojos y me quedé dormido rápidamente, exhausto y satisfecho.
Me desperté antes
que James la mañana siguiente. Dormía profundamente, con un brazo debajo de la
cabeza. Yací allí y lo observé durante un tiempo, obligándome a no trazar las
líneas de su cara, mucho más relajadas mientras dormía. Después de unos
minutos me levanté y fui al baño,
llevando mi bolso de viaje conmigo. Me limpié silenciosamente, me puse una
camiseta azul claro y unos pantalones vaqueros y me dirigí abajo a su amplia
cocina.
Mi estómago gruñó.
No había comido mucho ayer, y ya eran casi las ocho. James seguramente tendría
hambre cuando se levantara. Eché un vistazo a lo que contenía el frigorífico,
saqué algunas cosas, y me dispuse a prepararnos el desayuno.
James bajó justo
cuando las tostadas francesas estaban listas. Vestía una bata de seda oscura
abierta, de modo que podía ver los boxers debajo de ella. Parecía un poco
desconcertado al principio.
―Buenos días ―le
dije con una sonrisa―. Espero que tengas hambre.
―¿También cocinas?
―comentó mientras se sentaba en un taburete.
―Me encanta
cocinar. ―Serví las tostadas francesas de vainilla, agregué el bacon y una
pequeña jarra de sirope de arce y frambuesa en su plato y se lo llevé. Puse el
cuchillo y un tenedor y añadí un vaso de zumo de naranja―. Y cuando vi las
frambuesas no me pude resistir. Espero que no te importe.
―Huele increíble.
―Cortó un pequeño bocado y se lo llevó a la boca, luego cerró los ojos durante
un momento antes de tragar―. Y sabe aún mejor.
―Prueba el sirope
―le aconsejé, conseguí mi propio plato y me uní a él. Comimos en silencio
durante un rato. Maldita sea, tenía razón. Tenía un sabor increíble. Es
gracioso, pero en realidad no como mi propia comida muy a menudo. Había
cocinado para Johnny, cocinaba en la escuela, sin embargo vivía a base de latas
de sopa y pan tostado. Tenía que consentirme más.
James terminó
antes que yo con una leve sonrisa en su cara mientras me miraba acabar. Una vez
que lo hice, pregunto:
―¿Cuánto por
retenerte aquí otro día?
Inmediatamente mi
rostro se sonrojó. Me sorprendió y agradó que quisiera retenerme, pero
necesitaba actuar como un profesional. ―¿Para el día o para otra noche también?
―Ambos.
Abrí la boca, pero
entonces el teléfono sonó. James lo contempló molesto. ―Espera. ―Se levantó y
cogió el teléfono del receptor―. ¿Sí? ―Se quedó en silencio un momento―. Buenos
días, Liam. ―Me miró y luego salió de la cocina y volvió a subir las escaleras.
―Mierda ―dije en
voz baja. El peor momento posible para la llamada del ex. Lavé los platos a
mano, mirando hacia atrás para ver si James volvía, pero no había ni rastro de
él. Cuando terminé de limpiar fui a la sala, me senté junto a las enormes
ventanas de cristal, y observé la nieve caer. Los copos eran pequeños, pero
había un montón de ellos y de repente sentí frío. Me estaba volviendo para
coger un jersey de mi bolso cuando James volvió a bajar. Estaba completamente
vestido ahora.
―Lo siento. Vamos
a tener que dejarlo para otro momento.
¿Por qué?
―Entiendo ―fue todo lo que dije.
―Toma. ―Me entregó
seis billetes de cien dólares.
―Eso es demasiado.
Sus ojos estaban
sonrientes. ―El extra es para evitar que estés demasiado enfadado conmigo.
Sonreí a pesar de
mí mismo. ―No estoy tan enfadado.
―Mejor asegurarse.
―Se inclinó y me besó, ahuecando la parte posterior de mi cabeza―. Vamos, te
llevaré de vuelta.
No permitiría que
me dejase en el club antes de que me dijera cuándo iba a volver a verlo de
nuevo. ―Teniendo en cuenta que tenemos que cambiar la fecha y demás.
―El próximo fin de
semana.
Puse cara larga.
―¿Tanto tiempo?
―Viaje de
negocios. Justo acaba de salir. ―Eso es todo lo que dijo y sabía que era mejor
no presionar.
―El próximo
viernes.
―Sábado. Llego el
viernes por la noche.
―Entonces ven
aquí. Te ayudaré a relajarte ―persuadí.
―Bien, viernes.
Diablillo. ―Nos besamos de nuevo, y luego dejé la calidez de su presencia y
salí a la nieve. Esperó a que entrara antes de alejarse conduciendo.
James y yo
desarrollamos un patrón, un compromiso tácito. Yo dejé de ir a casa con otros
hombres. Eso molestó a Miles, pero no podía quejarse porque pagaba con
facilidad mi parte. Todavía bailaba, aún llevaba gente a la parte de atrás,
todavía les daba mamadas, pero nadie más me follaba ahora. James consumía mis
fines de semana. Venía a buscarme el viernes por la noche, pasábamos juntos el
sábado y no me iba hasta la noche del domingo. Yo cocinaba o él pedía comida
para llevar, y apenas poníamos un pie al aire libre. Menos mal que me gustaba
ser una persona hogareña.
Averigüé más sobre
él. James era abogado ―eso no era ninguna sorpresa―, pero estaba especializado
en derecho medioambiental. Había pasado cinco años en Nueva Zelanda después de
graduarse en Stanford, tenía una hermana que también era abogada y vivía en
Nueva York, y era propietario junto con Liam de una empresa de gran éxito en la
que derrochaba su energía.
Él me hizo algunas
preguntas sobre mí. Quería abrirme a él, pero no parecía querer que fuera una
vía de doble sentido. No estábamos en un punto en donde sentía que podía
preguntarle acerca de nuestra relación; ¡qué demonios!, podríamos no llegar
nunca ahí. Pero tenía algunas esperanzas en ese sentido también.
Iba a graduarme en
la escuela culinaria. Ya tenía un trabajo reservado en un restaurante de lujo
en el centro de la ciudad. El dinero no era tanto como el que estaba ganando
ahora, ni de lejos, pero la mayoría de lo que hacía ahora era para pagar mi
formación. Una vez que terminara la escuela, mis gastos se reducirían bastante.
Naturalmente, Johnny pensaba que estaba loco.
―Es una estupidez
―insistió tomando café una mañana―. Podrías vivir mucho más holgadamente
trabajando menos si simplemente siguieras en el club. ¿Y qué decir de pasar el
rato con tu papi? Tus fines de semana estarán ocupados con el trabajo ahora.
Puse los ojos en
blanco. ―No, no lo estarán, hombre. Trabajo las noches entre semana, no los
fines de semana. Estoy cansado del club. Quiero algo más estable.
―Tú quieres a
James. ―Los ojos oscuros de Johnny brillaron con picardía―. No te puedo culpar,
Alex. Para un tipo de su edad es un diablo sexy. Todavía muy delicioso. Le doy
la puntuación máxima en apetitoso.
―Estoy muy
contento de que cuente con tu aprobación, pero yo no lo quiero de papi.
―Alex. ―Johnny
elevó sus ojos al cielo como si estuviera preguntándole a Dios―. ¿Por qué? Eso
es jodidamente ridículo. Eres hermoso, deseable y estás bueno. Te mereces un
papi. Si fueras una mujer, los hombres se desvivirían en atenciones para
conseguirte cualquier cosa que quisieras. ¡Aunque lo que tú tienes es incluso
mejor! El delicioso James, el guapo y rico abogado, el que te trata bien y que
solamente te quiere para joder y cocinar para él. ¿Qué es lo que no te gusta de
ese escenario?
―No quiero que me
pague por sexo. No quiero que me soborne para hacerle compañía. Solo quiero
estar con él en igualdad de condiciones.
―Ajá. ―Había
compasión en los ojos de Johnny―. Eres demasiado idealista para tu propio bien,
¿lo sabes?
―Lo que sea. ―Le
serví otra taza de café―. ¿Listo para ayudarme a trasladarme?
―Estoy dispuesto
para sostener la puerta para los grandes y fornidos hombres de la mudanza y
exclamar con placer ¡ah! sobre sus músculos.
―Lo que yo poseo
no llenará un camión de mudanzas. ¡Levanta el culo! Vamos.
Dejaba el
apartamento que compartíamos. Era un lugar muy agradable, y no había forma de
que fuera capaz de pagarlo durante un tiempo después de cambiar de trabajo.
Johnny lo entendió, aunque no estaba encantado, y entendió por qué me negaba a
permitirle cubrir la diferencia. Necesitaba hacer las cosas yo solo. Quería
tener éxito en mi nueva profesión. Quería una vida diferente, y quería… bueno,
a James, pero tenía un poco de mala suerte en eso. Él se había ido de viaje a
Indonesia durante las últimas tres semanas, a investigar algo para un cliente
de la compañía. Había tenido que ampliar su estancia dos veces y sus llamadas
telefónicas en este punto eran básicamente «No tengo ni idea de cuándo
volveré».
Lo extrañaba
terriblemente. En los pocos meses que habíamos estado viéndonos, esta era la
separación más larga. Estoy seguro de que me afectó mucho más a mí que a él,
pero mi necesidad de verlo era tan fuerte que me dolía. Quería tenerlo de
vuelta. Quería estar entre sus brazos y bajo su cuerpo y lleno de él. Quería
hacerle el desayuno y leer el periódico con él y ver partidos de béisbol
juntos. No sabía que me graduaría pronto. Había mencionado que recibía clases
de cocina, pero no que planeaba ser un chef profesional. Sabía que me alojaba
con Johnny, pero no que me estaba cambiando a un nuevo lugar. Probablemente no
sabía que lo amaba, no porque yo no estuviera dispuesto a decirlo, sino porque
él no parecía sentirse cómodo con la idea. Lo entendía. Había estado con Liam
durante casi diez años. Tal vez me viera como un rebote. Mejor eso que solo una
puta.
Hice la mayor
parte de la mudanza, quemé mi exceso de energía arrastrando las cosas a la
camioneta. En realidad no había mucho. Lo mejor que poseía era un ordenador
portátil, no había muebles, excepto mi futón. Mi nuevo apartamento no era muy
grande, pero todavía se vislumbraba bastante vacío una vez que habíamos traído
todo.
―Patético ―suspiró
Johnny―. Te voy a comprar un conjunto de comedor. Esto es demasiado patético.
―No me compres
nada ―dije con severidad―. Conseguiré algunas cosas pronto.
―Si James ve esto
te dará una patada en el culo. ¿Por qué simplemente no vives con él?
―Porque no estamos
ahí todavía.
―Bueno, llega ahí.
Rápido.
James regresó el
viernes. Fue una sorpresa verlo en el club: él no me había llamado. Yo no
estaba ocupado y corrí hacia él, agarrando sus hombros y empujándome para un
beso.
―Finalmente
―murmuré contra sus labios.
―Alguien me echó
de menos, entonces ―dijo con una sonrisa mientras me abrazaba.
―Alguien sin duda
lo hizo. Tres semanas es malditamente demasiado tiempo.
―Estoy de acuerdo
―dijo. Nos sentamos juntos en el bar―. La próxima vez deberías venir conmigo.
―¿A Indonesia? ―Me
reí―. No lo sé, me altero con las agujas. Tengo entendido que se necesitan
muchas vacunas para viajar allí. ―James me había hablado sobre ello antes de
que se fuera.
―No podrías ser
tan malo como Liam.
Oh, sí. Esto había
sido un viaje de empresa conjunto de James y Liam. Todavía estaba aclarando
cómo me sentía sobre ello.
―Espero que lo
tomara bien.
―Él permanecerá
allí durante el resto del mes. ―James tomó un sorbo de su agua―. Todavía hay
mucho trabajo por hacer. ―Me miró―. Aunque estoy hablando en serio sobre
llevarte conmigo la próxima vez.
―¡Oh! ―Oh, bueno.
Eso era genial, pero… James estaba mirándome cuidadosamente.
―No perderías tus
ingresos. Yo sufragaría todos los gastos y pagaría por tu tiempo.
Maldita sea. Así
no es como quería que él viera las cosas.
―No es lo que…
Bueno, sí es, un poco, pero…
―¿La idea de pasar
mucho tiempo con un solo hombre no te gusta?
¿Por qué saltó a
esa conclusión? ―No, ¡no es eso en absoluto! Me encanta pasar tiempo contigo.
Lo que pasa es que no voy a seguir trabajando aquí mucho más tiempo, de todos
modos, y mi nuevo trabajo no me dejará tiempo libre.
James entrecerró
sus ojos un poco. ―Nunca me mencionaste un nuevo trabajo.
―¡Nunca preguntaste!
―respondí con exasperación.
―Entonces,
¿simplemente ibas a desaparecer sin preocuparte de hacerme saber lo que estaba
pasando?
―¡No! ¡Quería
decírtelo, y te lo digo ahora! ―Miré alrededor. Este no era el escenario que
habría escogido para desnudar mi alma, pero lo tendría que hacer. James me
miraba molesto y yo odiaba verlo, odiaba ser la causa―. No quiero seguir
viéndote en la forma que lo hemos estado haciendo. Por dinero, quiero decir.
―No me digas. ―Su
voz era fría―. ¿Qué más puedo darte?
―No quiero que me
des nada. Esa es una de las razones por las que estoy cambiando de empleo. No
quiero ser otro gasto para ti. ―Su semblante era como una piedra, ahora, al
igual que cuando entró y nos vio a Liam y a mí y me hizo estremecer. ¿Por qué
no podía ser más elocuente? ¿Por qué no podía ir al grano?―. Lo que quiero
decir es…
―Hemos terminado.
―¡No! ―¡Dios,
no!―. No, no es eso. ¡Yo no quiero eso! Me encanta estar contigo.
―Elocuentes
palabras. Siempre has sido bueno con ellas.
―Maldita sea,
James, no quiero ser solo una puta.
―¿Qué más pensaste
que podrías ser?
Sus palabras,
entrecortadas y sarcásticas, me cortaron como un cuchillo. Me eché hacia atrás
un poco, con la boca abierta, simplemente mirándolo. Parecía cansado. Se veía
rígido. Parecía absolutamente serio. ¡Joder! Simplemente le había perdido.
No quería que
fuera mi papi; quería que fuese mi pareja. Quería decirle que lo amaba, pero no
pude. No podía decir nada. Y no podía quedarme aquí, porque si lo hacía iba a
romper a llorar y quedar como un idiota. Me levanté silenciosamente y me di la
vuelta para irme. James no me detuvo. Me fui a la parte de atrás, ignoré la
ceja levantada de Johnny cuando pasé delante de él, me cambié y me fui. Miles
se enfadaría, pero le pagaría su parte de mis ahorros.
Ya no vivía a una
corta distancia a pie del club, pero era casi verano y la noche era cálida.
Tenía zapatos cómodos. No había autobuses y en verdad no quería esperar un
taxi. Así que caminé. Una vez que llegué a casa me desplomé en el futón,
incapaz de dormir pero no podía permanecer de pie y grité contra la almohada.
Me había dejado llevar por los sueños, y lo estaba pagando ahora.
Las horas pasaron.
Ya era cerca del mediodía cuando oí que llamaban a la puerta y todavía no había
dormido. Me levanté con cansancio del delgado colchón y me dirigí a la puerta.
Probablemente era Johnny queriendo saber qué demonios estaba pasando. Abrí,
frotándome un ojo enrojecido…
Era James. Llevaba
el mismo traje oscuro que había llevado en el club, y su aspecto era como si no
hubiera pegado ojo tampoco. Me congelé bajo su fija mirada, inseguro de qué
decir o hacer. Finalmente susurré:
―Hola.
―¿Puedo entrar?
―Claro, sí. ―Me
quité de en medio y lo dejé pasar.
Echó un vistazo
alrededor del pequeño, estéril apartamento y luego a mí. Enrojecí bajo su
escrutinio. ―Nuevo lugar ―dije con un tono un poco a la defensiva―. Bueno,
siéntate. ―Hice un gesto hacia el sofá―. Siento que esté hecho un lío…
―Tienes que dejar
de pedirme disculpas ―dijo James con firmeza―. Yo soy el único que lo siente,
Alex. No entendí lo que estabas tratando de decirme anoche.
¿Cómo lo descifró,
entonces? James leyó la pregunta en mi cara.
―Johnny me llevó aparte después de que
salieras. Me dijo que ibas a ser chef, que habías estado planeando esto desde
hacía meses y que si yo me hubiera molestado en hablar contigo lo sabría
también. Entonces me llamó jodido idiota.
―Lo siento por
eso.
―No lo sientas,
tiene razón. ―James se movió hacia mi lado, sin apartar nunca sus ojos de los
míos―. A veces soy muy obtuso. Es una de las cosas que Liam odiaba sobre mí, la
incapacidad para entender lo que otras personas necesitan. No aprendí de él. Me
dijiste que significaba algo para ti de mil maneras, y yo las ignoré porque eso
parecía más seguro.
―Nunca te dije que
te amaba.
―Me diste todo lo
que deseaba en la cama sin preguntar y lo mejoraste sin siquiera intentarlo. Me
preparabas el desayuno. Me diste bombones caseros para el día de San Valentín,
por el amor de Dios. ―James tocó mi cara suavemente―. No creí que estuviera
listo para una relación. Quería estar seguro. Así que te pagaba, te mantenía a
distancia y esperaba no enamorarme de ti. Pero lo he hecho. ―Tomó una
respiración profunda―. Quiero que estés conmigo, no como un acompañante pagado,
sino como mi amante. Como mi amigo. Como mi pareja. Te amo, Alex. Por favor,
dime que puedo solucionarlo.
No me sentía como
si pudiera hablar. Si lo intentara, me derrumbaría y ninguno de los dos necesitaba
eso en este momento. En su lugar, atraje a James entre mis brazos, enroscando
mis dedos a través de su suave, corto pelo y le acerqué para un beso. Envolvió
sus brazos alrededor de mi cintura y me abrazó, presionando nuestros cuerpos
juntos cuando el beso se profundizó. Abrí mis labios y dejé que su lengua
entrara, imitando involuntariamente su empuje con mis caderas. Quería que me
devorara, que me abrazara y que consumiera toda mi frustración y dolor con su
necesidad por mí. James me necesitaba. Me amaba. Podía sentirlo en el temblor
de sus brazos, oírlo en el débil gemido sin aliento que salía de su garganta
cuando nos abrazamos. Era amado, y era feliz. Delirantemente feliz de estar con
él.
Tuvimos que
separarnos finalmente; se hacía difícil respirar, y aún más difícil contener
las ganas de follar allí mismo en medio de mi pequeño salón. James me sujetaba
con firmeza, como si me pudiera atraer dentro de él. ―¿Te quedarás conmigo?
―preguntó finalmente―. Quiero que mi casa sea un hogar de nuevo. No me parece
bien sin ti allí.
―Bueno… ―Fingí
considerarlo durante un momento―. Tienes una cocina mucho más bonita.
James se rio. ―Y
una cama mucho más agradable. En la que, por cierto, tengo muchas ganas de
tenerte dentro.
Mi cansancio se
había desvanecido con nuestro beso, y la perspectiva de estar en la cama con él
me dio una oleada de energía. Eché un vistazo alrededor del apartamento. ―Voy a
tener que olvidarme de mi depósito por romper el contrato de arrendamiento.
―Que se lo queden.
Te quiero conmigo.
―Yo también. ―Me
levanté, tirando de James conmigo y lo besé otra vez, lo suficientemente fuerte
como para dejarle sin aliento y sonriente―. Vayámonos a casa.
Fin
PLATO FAVORITO
Cari Z.
Título original: Favorite Dish
© Cari Z.
Traducción y formato: Traductores
Anónimos
En realidad no cocino para mí mismo casi nada.
Sé que es extraño que un cocinero profesional lo admita. Me encanta
cocinar. Me encanta hacer cosas ricas y sabrosas para que las disfruten las
personas que vienen al restaurante donde trabajo. Me encanta cocinar para mi
familia y amigos; sin embargo, a mí me da igual una sopa de lata que cualquier
cosa que haya hecho yo. No estoy seguro de por qué. Tal vez sea mi residual
tacañería la que habla. De todos modos, me ayuda a mantenerme delgado.
James se asegura de que coma cuando está aquí. Cenamos juntos cada
noche y desayunamos juntos todas las mañanas. Nuestros gustos varían mucho. A James le gustan pequeñas
porciones de alimentos más pesados, cosas hechas con mantequilla, crema y carne
roja. Si no pusiera gorgonzola o queso de cabra en nuestras ensaladas,
probablemente no disfrutaría de ellas. Come todo lo que hago porque me ama, y
yo tiendo a hacer todo lo que le gusta porque lo amo. Si me salto el filete una
noche o como pastel de ruibarbo en el desayuno, no dice nada. Es bueno en ese
sentido.
James es bueno en muchos sentidos. Pero ahora mismo James Fitzgerald,
extraordinario abogado y defensor ecologista, está en Indonesia. En Yakarta,
concretamente. Lleva allí las últimas dos semanas y media. Es el periodo más
largo que hemos estado separados desde que comenzamos a vivir juntos hace poco
más de un año. Faltan tres días para que regrese y estoy haciendo todo lo que
puedo para no volverme loco de impaciencia. Trabajo, y cuando no trabajo,
cocino. Luego regalo todo lo que hago.
La semana pasada hice más de una docena de pasteles, solo por el placer
de hacerlos. De ruibarbo, cereza, manzana, merengue de limón, de lima y tres de
los favoritos de James, de pacana de chocolate. Se los di a varios vecinos (creo
que la señora Klein quiere contratarme permanentemente para su grupo de apoyo).
Llevé unos cuantos al restaurante para que merendaran mis compañeros de trabajo
y uno a la casa de mi antiguo compañero, Johnny. Abrió la puerta, echó un
vistazo al pastel y espetó:
―Me odias.
―Bueno, tú me quieres.
―¿Sabes cuánto tiempo tuve que pasar en el gimnasio cuando vivíamos
juntos, Alex? ¿Cuánto éxito tengo ahora, desde que me desenganché de tu maldita comida? Me odias.
Suspiré. Johnny vive en un mundo donde la única vida que vale la pena
vivir es un melodrama.
―No te voy a forzar a que comas el pastel. Me lo llevaré de vuelta a
casa…
―¿De qué es? ―exigió.
―De manzana caramelizada.
―¡Dios, maldito seas! ―dijo alegremente, tirando de mí y mi pastel
hacia el vestíbulo. Me quitó la tarta de las manos y me miró fijamente―. James
está fuera, ¿eh?
―Sí.
―Sí, me doy cuenta. Tienes ese aspecto tenso alrededor del rabillo de
los ojos y haces estos dulces pegajosos que él no se comería ni en un millón de
años. Vamos. Es momento para el pastel, el café y la conversación como terapia.
―Me llevó a su cocina y estuve casi cuatro horas sin pensar en James durante
cada minuto.
Supongo que cocino porque es algo monótono. No quiero decir que se
pueda hacer sin pensar, sino que puedo pensar solo en la cocina mientras lo
hago. También hago otras cosas para mantenerme ocupado: voy a correr, leo, de
vez en cuando veo la televisión. Sin embargo, nada funciona como cocinar.
Incluso cuando estoy cocinando lo hago con James en mente. Como esta noche, por
ejemplo.
Esta noche he hecho una comida que a James le encantaría. Una suculenta
lasaña de carne rellena de ricotta y mozzarella, tomates frescos, cebolla y
especias. Pan recién horneado con mantequilla de ajo y queso parmesano. Una
ensalada de espinacas baby con vinagreta balsámica casera. Una botella de
reserva de su Merlot italiano favorito, incluso enciendo una vela. Me siento,
como un poco de ensalada y un poco de pan y envuelvo el resto. Si congelo la
lasaña, estará lista para cuando regrese James, aproximadamente en… sesenta y
nueve horas.
Limpiar no me lleva más de media hora. Considero cocinar un poco más,
pero ahora ando bastante escaso de comestibles. En su lugar, intento ver la
televisión en la sala de estar. No veo mucho la tele, pero mis placeres
culpables son los espectáculos de baile. Fui bailarín antes de ser jefe de
cocina y me encanta ver a gente hermosa hacer el ridículo mientras aprende a
bailar tango. Pero no hay baile esta noche, ni siquiera una repetición. Otras
opciones incluyen… eh, no me interesan. Le echo un vistazo al libro que llevo
por la mitad, pero ni el origen del universo puede mantener mi atención esta
noche. Bien, entonces, a la cama. A las ocho de la noche, soy tan patético.
No tengo muchos amigos. James, Johnny, algunas de las personas con las
que trabajo, pero soy más o menos una persona hogareña. James es la mariposa
social, aunque no lo imaginarías a primera vista. Es guapísimo, pero cuando
quiere ser reservado es absolutamente intachable. Por el contrario, cuando
quiere dar la bienvenida es como si su mera presencia no fuera bastante: el
modo en que te hace sentir, la atención especial que recibes de su parte.
Cuando James se centra en ti, sientes que eres el centro de su mundo. O tal vez
sea solo del modo que me parece a mí.
Apago las luces, asegurándome de
que la puerta esté cerrada y me dirijo escaleras arriba. Nuestro dormitorio
está al final del pasillo y es mi lugar favorito de la casa. Lo sé, obvio, pero
no solo por eso. Parece como si James
estuviera allí, es la única habitación donde su personalidad se refleja a
través de la decoración. La alfombra es de color champán, las paredes son de
color chocolate oscuro. La colcha es del mismo tono de rojo que el vino que
bebí antes, la cama es alta y ancha. La ventana tiene cortinas gruesas que
evita que entre hasta la luz más persistente, y todas las luces tienen
reguladores de intensidad, incluso las lámparas de noche. Paso la mano
distraídamente sobre la mesita de James, tocando sus gafas durante un momento.
Gafas de lectura. Odia usarlas; cree que lo hacen parecer viejo. La primera vez
que me lo dijo le dije que no, que tener cuarenta y tres es lo que te hace
parecer viejo. Estaba bromeando, pero pasó el resto de la noche acosándome hasta que tuve que confesarle que no, que
seguía igual de joven que siempre. Yo tengo veintitrés años y a James le
preocupa la diferencia, pero no debería. No debería.
Enciendo la luz del baño y abro el grifo de la ducha. Me desnudo frente
al espejo; la verdad es que es imposible no desnudarse en frente de un espejo
en el baño, están por todas partes. No puedo escapar de mí mismo. Soy de
estatura media, delgado y tonificado por ejercitarme todas las mañanas y tan
pálido como un vampiro. Qué puedo decir, me quemo con facilidad. Suelto mi pelo
de la coleta que llevo y cae sobre mis hombros, oscuro y liso. Mis rasgos son
agudos, mis ojos azules. James me dice que soy hermoso, pero creo que solo lo
piensa él. Me alegro de que piense así.
La esencia de James impregna la habitación, pero no el baño. Su ex
decoró la habitación y se nota. La vanidad es inmensa. Hay bronce pulido,
pintura verde pastel y un cajón para cada producto. Hay un jacuzzi enorme, y no
soy lo suficientemente hipócrita para decir que no me gusta usarlo, pero solo
cuando James y yo nos bañamos juntos. Cuando estoy solo uso la ducha. En la
cabina cabrían tres como yo, pero simplemente me parece menos derrochador.
Doy un paso bajo la ducha caliente y cojo el jabón, lavándome
enérgicamente. El jabón huele a mandarinas y sonrío un poco cuando me froto
hacia abajo. James bromea diciendo que nunca dejo de pensar en la comida, que
incluso me sigue al baño y supongo que tiene razón. Mi champú es de aroma a
miel y el acondicionador huele a menta. Me lavo, enjuago y salgo.
Los espejos están empañados ahora, ocultando mi reflejo. Me seco con la
toalla de James, una grande, suave y roja. Después, la cuelgo de nuevo tan
ordenada como puedo en su estante. Nunca me molestaba en eso antes de irnos a
vivir juntos, pero a James le gustan las cosas justo de ese modo. Encontrar un
equilibrio entre nuestros estilos de vida ha sido difícil, pero ha merecido la
pena cada segundo. Si tengo que emplear un poco de tiempo extra para doblar las
cosas o hacer la cama, es un pequeño precio a pagar. Él a su vez no se inmuta
cuando apilo una torre de libros en mi mesita de noche tan alta que se derrumba
en un montón en el suelo cuando chocamos con ella durante el sexo, a pesar de
que se ofreció a comprarme un kindle a la mañana siguiente. Sonrío al recordarlo,
después me cepillo los dientes y me voy a la cama.
Dado el tipo de bobo que soy, pensarías que me acuesto en su lado de la
cama cuando él no está, pero no. Estoy en mi lado, mi lado habitual. A veces,
puedo engañarme a mí mismo por las mañanas pensando que está conmigo, incluso
si es solo por un momento. Es ridículo lo mucho que le echo de menos. Tres días
más… sesenta y ocho horas más. Esta noche tampoco llamó. Es verdad que es muy
pronto aquí, pero la diferencia horaria es de doce horas y James se levanta
ridículamente temprano como de costumbre. Generalmente llama mientras está
desayunando, antes de que las reuniones ocupen su día. Tal vez lo haga. Tal vez
debería llamarlo yo. Alcanzo mi móvil, y luego lo reconsidero. Si no me ha
llamado entonces será porque está en una reunión o cansado del trabajo. De
todas formas, debería dejarlo tranquilo. ¿Inseguro yo? Tal vez un poco.
Estoy cansado. He trabajado tantos turnos en el restaurante como he
podido en estas últimas semanas y esta noche es la primera que he tenido libre. Nunca trabajo por las
noches cuando James está aquí, así que mis jefes aprovechan todo lo que pueden
cuando se presenta la ocasión. Es bueno sentirse cansado. Me duermo casi de
inmediato, sin ninguna de mis habituales vueltas y revueltas y quejas mientras James se acomoda. Nos
quedamos dormimos separados, pero por la mañana, normalmente, está enredado
junto a mí. Me llevó un tiempo acostumbrarme a eso. Ahora, me gusta haberme
acostumbrado.
***
Suaves labios con aroma a café presionan contra mi pelo, luego mi
mejilla. La cama baja con el peso de alguien que se sienta a mi lado. Una suave
presión me empuja en el colchón mientras alguien se inclina sobre mí y
experimento un breve momento de conmoción
antes de que mi cerebro somnoliento se despierte.
―¿James?
―Eh, cariño ―murmura contra mi sien, con una mano subiendo para
enmarcar mi cara y la otra acariciando mi espalda.
―Estás en casa ―murmuro confuso. Afortunadamente mi cuerpo está
reaccionando mejor que mi mente y me giro hacia su abrazo levantando mis labios
hacia los suyos y devolviéndole el lento y dulce beso. Saco mis brazos de
debajo de la sábana y los paso alrededor de sus hombros, apretándole junto a
mí. Nuestras bocas se separan para tomar aliento y digo:
―¿Cuándo has llegado? ¿Cómo has regresado tan pronto?
―Cambio de planes en el último momento ―dice posando besos en mi cara y
cuello, dejando un sendero caliente por mi clavícula―. No estaba seguro de
coger el vuelo y sabía que estarías dormido para cuando llegara aquí. Te
extrañé, Alex. ―Me estaba incendiando con sus besos, todavía lentos y suaves
pero hambrientos, con el borde de los dientes buscando, arrollando con la
lengua―. No voy hacer esto de nuevo, o Liam coge los contratos largos o te
vienes conmigo.
―Bien ―digo, todavía luchando un poco por despertarme. Partes de mí lo
están definitivamente, sin embargo, y James puede sentirlo.
―Hueles bien, cariño.
―¿A mandarinas? ―pregunto con una sonrisa, empujándole sobre la cama de
modo que su cuerpo soporte al mío. Aún está vestido, con su camisa y
pantalones, pero la chaqueta, zapatos y corbata han desaparecido.
―A ti ―me corrige, frotándose contra mí a través del edredón. Él está
excitándose también para la ocasión, pero puedo percibir el extremo agotamiento
en su voz, el sabor y el olor del café que ha estado tomando para mantenerse
despierto durante todo este tiempo hasta llegar a mí. Por lo general, cuando hemos
estado separados durante un tiempo, nuestras primeras rondas de sexo son
rápidas y duras, saciando la desesperación que sentimos antes de movernos hacia
relaciones más lentas, más profundas. Ahora él lo quiere, ambos lo queremos,
pero esa deliciosa furia está fuera de discusión. Lento y sabroso, sin embargo,
lo podemos hacer.
Desabrocho su camisa, la saco de sus pantalones y deslizo los dedos por
el vello del pecho, arañando con suavidad. James gime en mi boca, una de sus
manos baja a lidiar con su cinturón y pantalones. Está frío, mucho más que yo,
cálido y protegido bajo nuestras mantas. Quiero tenerlo más cerca y, a la vez
que se quita los pantalones, pateo la manta hacia abajo, dejándola apilada a
nuestros pies mientras su cuerpo se desliza desnudo sobre el mío. Muevo la mano
de su pecho al costado, preocupándome un poco por lo fácil que es notar sus
costillas.
―No has estado comiendo lo suficiente ―murmura James contra mi boca
mientras se instala entre mis piernas.
―Estaba pensado eso mismo de ti.
―Solo he estado hambriento de una cosa ―confiesa, empujando lentamente
contra mi ingle, dejando rastros húmedos, aferrándose a mi piel―. Dios… Alex.
Me quiere, quiere estar dentro de mí. Lo quiero allí, también, y estiro
la mano sobre mi desordenada mesita de noche, buscando y encontrando el
lubricante. Quiero que esto sea fácil para él, para los dos, por lo que me echo
un poco en la mano y la meto entre ambos, acariciando su dura y enorme polla.
Gime de nuevo, empuja titubeante, durante un momento, en mi palma y tiro de mis
rodillas para arriba y hacia atrás, acunándole con mis caderas.
―James ―ruego, absolutamente desvergonzado, debajo de él ahora. Me
arqueo contra él y presiona hacia abajo contra mí suavemente, atravesando mi
cuerpo y deslizándose en su objetivo.
Han pasado casi tres semanas y no he sido estirado ni por dedos ni por
juguetes. Quema un poco mientras se asienta hasta la raíz, pero le doy la
bienvenida a la plenitud y a la intimidad de la posición. Significa que James
está en casa, donde debe estar, conmigo, haciendo lo que debe hacer.
―Estás apretado, cariño.
―Lo sé ―gimo―. Te siento tan grande dentro de mí. ―James baja su frente
hasta la mía y se apoya ahí durante un momento, dejando que nuestros cuerpos se
adapten, jadeando y luchando para no perder el control y follarme simplemente
hasta corrernos. Estamos de humor para hacer el amor, y cuando finalmente se
mueve, lo hace lento y constante, hacia fuera y de vuelta al interior. Está
resbaladizo y cálido y maravilloso y es mío, y lo persuado para un beso
mientras me hace el amor. Él me ama, todo lo que hacemos juntos es bueno, pero
es raro que nos unamos tan despacio, tan tranquilamente. Su guardia está baja y
puedo leer todo lo que siente por mí en su expresión anhelante, en su voz
entrecortada cuando se empuja adentro, en la ternura de su beso. Me ama. Daría
cualquier cosa por él, cualquier cosa por serlo todo para él, y en este momento
puedo ver que él siente lo mismo.
James nunca se acelera, pero puedo oír que su orgasmo se acerca,
sentirlo por el modo en que su pecho tiembla y su respiración se vuelve áspera.
Yo podría llegar en cualquier momento, estoy en el filo, esperando a que él
llegue primero y creo que él está haciendo lo mismo. Mi erección está atrapada
entre nuestros estómagos, creando una fricción increíble, pero llegaría
enseguida con tan solo tenerlo dentro de mí después de estar tanto tiempo
separados. Gimo su nombre, empuja nuevamente hacia dentro más duro y aprieto
alrededor de su longitud cuando mi placer crece y crece, estallando finalmente
por encima de mí, sin importar cuánto intente esperar y me corro con un grito
mudo, aferrándole contra mí. James se empuja profundamente y se corre también,
una repentina ráfaga de calor en mi interior, y nuestros cuerpos se enganchan
durante un momento, encajando perfectamente uno con el otro mientras nos
perdemos en nuestra felicidad.
Pronto nos relajamos, suspirando contentos en la boca del otro ya que
volvemos a besarnos otra vez, de forma lenta, perfecta y maravillosa.
―Hay suficiente comida en el
frigorífico para alimentar a un equipo de fútbol ―le digo con una sonrisa
irónica―. Todos tus platos preferidos.
―Bien ―responde James lánguidamente―, entonces podemos pasar los
próximos días en la cama. La empresa no me espera de vuelta hasta el miércoles.
¿Puedes conseguir tiempo libre en el trabajo?
―Dado que trabajé durante tres semanas más de sesenta horas, por
supuesto.
―Perfecto ―ronronea. James niega que sea un ronroneo, pero no hay otra
palabra para el grave, intensamente satisfecho ruido que emite en momentos como
este. Sale lentamente de mí y empieza a levantarse, pero lo empujo de nuevo a
la cama. Voy al baño, cuido de mí mismo y vuelvo con una toallita húmeda. Está
tumbado de espaldas, con los ojos cerrados y apenas se mueve cuando lo limpio.
Lanzo el trapo en dirección a la cesta, pensando que puedo recogerlo por la
mañana si fallo, Luego subo a la cama con él y tiro de las mantas de nuevo
hacia arriba hasta cubrirnos. James ni siquiera se molesta con el pretexto de
la separación, simplemente desliza un brazo y una pierna por encima de mi
cuerpo y me ancla en el sitio. Gira la cara para acariciar mi pelo y tararea
feliz―. Es difícil dormir sin ti.
―Sé cómo te sientes ―le contesto―. Estoy tan contento de que hayas
vuelto. Te quiero, James.
―Yo también te quiero, cariño. ―Se queda
dormido rápido, aguantó lo justo para abrazarme, y estoy más que feliz de que
me abrace. Los días de deleitarse el uno con el otro se extienden delante de mí
y sonrío mientras voy a la deriva en sus brazos. James Fitzgerald,
extraordinario abogado y defensor ecologista, mi amante, mi corazón y mi plato
favorito.
Fin
Holaaaa, muchas gracias por estas historia, encantadoras y emotivas. Agradecer el gran trabajo que haceis y en el poder disfrutar de vuestro trabajo. Besossss
ReplyDeleteThank you so much!!! I love this short stories. The translation is flawless, thanks to Traductores Anónimos.
ReplyDeleteDear Cari Z:
ReplyDeleteThanks for writing such wonderful stories and share them with readers of the Spanish language.
Gracias.
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