Título original: Having a Ball
© 2012 Cari Z.
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Anónimos
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Esta es una obra de ficción.
Cualquier parecido con personas vivas o muertas es pura coincidencia.
Sinopsis
Jimmy tiene que hacer de canguro
para la serpiente pitón de su sobrina y accidentalmente le da de comer
demasiados ratones. Por suerte para él, un magnífico herpetólogo vive en el
piso de arriba
Con la mirada fija, observé a través de la urna de cristal donde yacía,
enroscada entre gránulos de alfalfa, la pequeña serpiente. Desde allí, inmóvil,
la serpiente también se fijó en mí. Era difícil saber a ciencia cierta si el
animal que tenía enfrente estaba vivo o muerto, y tuve que resistirme a la idea
de golpear el cristal para que aquella criatura se moviese, pestañease, o
hiciese algún movimiento que me sacara de dudas. Ya se sabe que las serpientes
no tienen por qué tener sentimientos y mucho menos mostrarlos, pero según mi
sobrina Kelly, aquella serpiente sí los tenía. De repente, tras escuchar la
palabra “sesos”, volví a seguir el hilo de la conversación…
—Un momento, ¿cómo dices?
Ella
continuaba con la mirada fija en mí, una mirada que ahora, debido al efecto
lupa de sus lentes, mostraba unos ojos mucho más penetrantes que de costumbre. La
jovencita, con coletas, gafas de color rosa y un polo del color de la lavanda,
era probablemente el bicho más raro que había visto nunca, aunque por suerte,
su aspecto no la despojaba de su indiscutible belleza. Por otro lado, también
tenía que asegurarme de pasar con ella tiempo suficiente para convencerla de
que dejara de utilizar aquellos anticuados protectores de bolsillo. También
había visto algunas fotos de su padre cuando este aún iba al instituto… pero este, mi hermano, nunca fue capaz de
llevar tan bien un estilo tan friki y
extravagante como el de ella.
—Ya
dije —espetó ella con la parsimoniosa paciencia que toda mujer alcanza a lo
largo de su vida—, que Ganimedes era delicada con la comida. Cuando la trajimos
por primera vez no quería comer ratoncitos, y le pregunté al señor Bradshaw,
que me dijo que teníamos que tener algo de paciencia, que las serpientes a
veces se comportan así. Pero yo continuaba estando preocupada, así que el señor
Bradshaw cogió uno de los ratoncitos y
le reventó los sesos. Ganimedes empezó a lamerlos hasta que al final acabó
tragándose al ratoncito entero. Eso era exactamente lo que yo tenía que hacer
en caso de que Ganimedes se negase a comer. —Fascinada, Kelly dirigió la mirada
hacia mí y yo, frunciendo el ceño, fijé a su vez la mirada en su padre como
preguntándole —¿Pero qué coño pasa?…
Finalmente, su padre comenzó a hacerme señas con las manos.
—Casey
Bradshaw vive en el piso de arriba —explicó Michael mientras se subía las
gafas. Tenía quince años más que yo; durante toda mi vida, él fue prácticamente
un adulto para mí, y trabajaba como profesor de Astronomía en la Universidad de
Arizona. Siempre viste sudadera y, durante los últimos días, parecía estar algo
obsesionado con su look académico—. Es herpetólogo, trabaja conmigo en la
Universidad de Arizona. No lo conozco mucho, pero Kelly quería una serpiente de
mascota y él me recomendó una de estas. Además, también se ofreció a ayudarnos
siempre que lo necesitásemos. Si tienes algún problema con Ganimedes mientras
nosotros no estemos, habla con él.
—Genial.
¿Y por qué el nombre de Ganimedes? —le pregunté yo. Una pregunta extraña, lo
sé, pero me mataba la curiosidad.
—Es
una de las lunas más grandes de Júpiter.
—Ah
genial, tiene mucho sentido sí... —Algún momento especial en la relación
padre-hija; lo entiendo. —¡No es broma! —espeté como defendiéndome cuando sus
ojos me miraron. Lo último que haría sería bromear con mi hermano mayor. Uno,
porque no teníamos ese tipo de relación, y dos, porque Stacy, su mujer, había
muerto en un accidente de tráfico hacía cuatro meses, justo antes de que
comenzasen las clases. Por aquel entonces yo andaba un poco perdido (en
realidad en el paro, pero tenía algunos ahorros y un coche) y cuando finalmente
volvió a la familia buscando ayuda como un desesperado con Kelly mientras las
aguas volvían a su cauce, yo me ofrecí para ayudarle. ¿Por qué no? Era el más
pequeño de cinco hermanos y, para ser honestos, casi no nos conocíamos entre
nosotros, aunque éramos una familia. Además, quería conocer al menos a uno de
mis sobrinos… y sin duda había hecho muy buenas migas con Kelly.
En
vez de irme a recorrer la costa californiana, me quedé en Tucson, Arizona, en
un apartamento que quedaba en un sótano en la otra punta de la ciudad,
trabajando por las noches en el Crate
& Barrel y quedándome con Kelly cuando su padre me lo pedía. Pero nunca
era más de una semana; ya que eran las vacaciones de invierno y él no
trabajaba. Aparentemente, fue entonces cuando se compraron la serpiente.
—¡Tito
Jimmy! —resonó la voz alegre de Kelly, que acabó con nuestro cruce de miradas—.
¡Mira! ¡Se está moviendo! —Volví hacia donde estaba ella y vimos cómo la pitón
se desenrollaba lentamente y se movía hacia la otra esquina de la urna. Tuve
que admitir que era una pitón bastante bonita, marrón con toques rojizos, y
unas rayas oscuras y finas que la recorrían de arriba abajo. Kelly ya me había
dicho que esa especie se llamaba pitón bola rayada, y podía verlo con mis
propios ojos.
—El
calentador de su urna está allí —me dijo—. Allí puede descansar tranquila.
—Sí,
como en su propia sauna —contesté yo—. Un lugar muy agradable.
—¿Y
qué es una sauna? —preguntó Kelly frunciendo levemente el ceño.
—Es
una habitación de lo más caliente donde la gente va a sudar.
La
pequeña arrugó la nariz.
—¿Por qué harían eso?
—¿Eso
qué? ¿Sudar y calentarse? —No podía ocultar la sonrisa, aunque no, no tenía
intención de decirle qué otros usos podían tener las saunas—. La gente es muy
rara, ya sabes —dije finalmente.
—Como
tu tío —dijo mi hermano al entrar en la habitación. Su teléfono empezó a sonar,
y él lo miró—. El autobús que nos llevará al aeropuerto espera abajo, tenemos
que irnos Kelly. Despídete.
—Adiós,
tito Jimmy. —Me agarró con sus brazos de pulpo por el cuello y me dio un apretón
tan grande que vi las estrellas—. Cuidarás muy bien de Ganimedes, ¿verdad?
—Por
supuesto que lo haré —le prometí. Me acerqué a donde estaba Michael para que me
diera las últimas instrucciones –siempre tenía instrucciones de última hora–,
mientras que ella se despedía de la serpiente.
—Tienes
que darle de comer mañana. Con un ratoncito congelado estará bien, pero será
mejor que los descongeles primero. Hay una bolsita con un montón en el
congelador.
Arrugué
la nariz.
—Tío, no me digas que tienes crías
de ratones congelados.
—Hombre,
me ahorro tener que ir a la tienda. Dale solo uno, ¿vale? Luego le das otro a
la semana. Volveremos en diez días, por lo que solo tendrás que darle de comer
dos veces.
—Perfecto.
—Si
algo va mal, si la urna pierde potencia o Ganimedes empieza a tener mal aspecto,
llama al señor Bradshaw, ¿vale? Vive justo en el piso de arriba, y también te
he dejado su teléfono en la mesita de la entrada. Si por alguna razón hay una
emergencia...
—Michael.
—Lo agarré por los hombros—. De verdad, está todo claro. Tú vete tranquilo y
diviértete con tus suegros. Los padres de Stacy habían estado insistiendo en
que Kelly los visitase por Navidad, y sabiendo lo que había pasado, los
entendía. Llamaban para hablar con Kelly casi todas las noches, y parecía que
aquella situación también empezaba a afectar a Michael, que comenzó a parecer
cansado desde el mismo momento en el que empecé a hablar de ellos. Estaba
metido ya en los 40 y, aunque físicamente nos parecíamos bastante -éramos más o
menos igual de altos, morenos de pelo corto y ojos azules (y con la misma
estructura de huesos que nuestra madre)-, la diferencia de edad se notaba mucho.
Yo tenía trece años cuando él se casó con Stacy, y no pude librarme de tener
que ser yo el que llevara los anillos. Kelly y yo nos acercábamos más en edad
que él conmigo. Por otra parte, siempre me trataba como a un niño más que como
un hermano, pero yo me portaba bien con él porque sabía que estaba sufriendo, y
no sabía qué hacer para ayudarle a superarlo.
Cuando
se fueron, puse mi bolsa en la habitación que había libre. Sin duda, cuando
decoraron la habitación, pensaron en los padres de Stacy: la colcha era de
flores estampadas, las cortinas eran sosas, y había tres cajas de pañuelitos
repartidas por entre los muebles. Recordé a Kelly diciendo algo sobre su abuela
sufriendo alergias, motivo por el que odiaba tener que venir a Arizona.
Personalmente, tenía mi propia opinión sobre el tema, pero eso no viene a cuento,
y simplemente me la reservo. Sobre la madre de Stacy solo recuerdo a una mujer
fina y huesuda, muy bien vestida, con sombrero y guantes a juego color lila en
la boda de su hija, completamente escandalizada porque le pasé una copa de
champán. Sí, puede que solo tuviese trece años, pero el presupuesto de la boda
no era muy alto, así que ayudé como camarero. Y ya no volví a verla más… Indudablemente,
Michael no podía decir lo mismo.
Puse
la alarma en la mesita de noche. Mi turno no comenzaría hasta dentro de seis
horas, así que tenía tiempo de sobra para echar una cabezada. Tenía la
sensación de que últimamente no dormía lo suficiente. No me hacía ningún favor
trasnochar desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana; además,
ahora con la Navidad a punto de empezar, estaba echando horas extras y
últimamente el horario de trabajo era de diez a diez. Me venía genial porque
así pagaba el alquiler y tenía dinero para la gasolina del coche, pero no me
daba para mucho más que eso. Me tiré encima de la colcha florida y hundí la
cabeza en la almohada.
Con
perfume a lavanda… ¡Qué detalle!
CUANDO VOLVÍ a la casa de Michael a la mañana
siguiente no podía con mi cuerpo. A la persona que pensó que un reno pintado
con espray de metal y repleto de luces era un buen objeto decorativo habría que
matarla. O por lo menos, hacer que estuviese conmigo desenvolviendo los
dichosos embalajes día tras día durante doce horas porque, no me importa lo
decorativos que sean, como no andes vivo, te ves con un cuerno clavado en el
brazo y una pezuña en la nariz, intentando no romper nada porque la política de
la empresa estipula que cosa que rompes, cosa que pagas. De verdad, mejor ardo
en el infierno antes de que me quiten cinco dólares del sueldo por uno de esos
renos.
Me
eché sobre la silla que estaba al lado del terrario de Ganimedes. Estaba
exactamente igual que ayer, como una bolita que se movía de un lado para otro
dependiendo de si tenía frío o calor. No entendía por qué la gente tenía una
serpiente como mascota: ni se pueden abrazar ni jugar con ellas y tampoco
ronroneaban o ladraban ni te traían cosas como hacen los perros… Sin embargo,
tampoco morderían tus zapatos ni se mearían en la cama y Michael parecía más
bien ser una persona quisquillosa.
Seguramente
había sido él el que había convencido a Kelly para que tuviese una mascota
bonita y limpia que no diera muchos problemas, y ella habría escogido una
serpiente, gracias a… como quiera que se llame el que vive arriba.
Las
instrucciones que me había dado Michael tardaron en regresar a mi mente: Ah sí,
comida. Bueno… comida… la noche anterior había sacado una bolsita de ratones
del frigorífico y la había puesto a descongelar, porque meterlos en el
microondas solo traería problemas y solo de pensarlo me dan nauseas. Los
ratoncitos me estaban esperando en el mismo lugar donde yo los había dejado, solo
que ahora estaban empapados. Por lo menos yo ya había comido, porque tener que
comer después de todo el proceso hubiese sido muy poco probable.
Supuestamente,
en algún lugar de la casa había unas pinzas especiales para dar de comer a la
serpiente, pero no las vi ni en la encimera ni tampoco cerca de la urna. Tampoco
tenía intención de meter la mano hasta tan abajo sin un tenedor o algo que me
ayudase a meter el ratón en el terrario, así que agarré la dichosa bolsita y la
acerqué hasta la parte superior de la urna. Quité la tapa y, lentamente, saqué
uno de los ratoncitos y lo lancé al interior con la esperanza de que aquellas
criaturitas, ya rígidas y sin vida, colaborasen y cayesen dentro de la urna sin
tener que recurrir a la acción humana.
Obediente,
como si me hubiese leído el pensamiento, uno de ellos cayó en el interior de la
urna. Sin embargo, no fui lo suficientemente rápido al manipular la bolsa y
otro decidió ser devorado antes de que yo pudiese hacer nada para evitarlo. Así
pues, en el interior de la urna yacían dos ratoncitos y la serpiente, que
empezó a moverse, parecía estar bastante interesada en los recién llegados. Me
quedé presenciando el espectáculo, la naturaleza más fingida al modo más
darwinista, y se me pusieron los vellos de punta.
—Parece que hoy es tu día de
suerte, Gani. —Después de todo, los ratoncitos también eran pequeños… ¿Qué podía
sucederle por ingerir un par de calorías más? Finalmente, cerré la bolsa y la
volví a dejar en el frigorífico, me lavé las manos y me retiré a mi cutre
habitación a echarme una siesta de seis horas.
SEIS HORAS que fueron más bien cuatro y, en
el mismo momento en el que abrí los ojos, sentí que mi estómago rugía como una
fiera. Está bien, era hora de comer algo. Primero comer algo y después una
ducha. Me miré el brazo y vi que tenía un arañazo enorme, rojo y brillante, que
me recorría el brazo desde el hombro a la muñeca… y además el dolor que me
producía era bastante molesto. Luego comí, me di una ducha y me puse a
desinfectarme la herida. Debería haberlo hecho antes de acostarme, pero estaba
tan cansado que casi me faltaban las fuerzas para llegar a la cama. Sin duda,
me hubiese fallado la coordinación necesaria para desenrollar y volver a
enrollar los vendajes.
Me
fui a la cocina, pero me detuve en mi recorrido para echar un vistazo a
Ganimedes. ¡Qué raro! No estaba enroscada como de costumbre, sino estirada
ocupando todo el centro de la urna. Me acerqué un poco más:
—¿Gani? —No se movía y, tras unos
segundos, tampoco estaba seguro de si respiraba. Su cuerpo mostraba un enorme
bulto que seguramente era a causa de los ratones que se había zampado. En ese
mismo momento volvieron a mis oídos las palabras de advertencia de Michael: “Dale
solo uno”. ¿Y si le había dado demasiada comida a la serpiente de Kelly?
¡Joder! ¿Y si estaba muerta porque le había reventado el estómago o qué sé yo?
¿Cómo le explicaría eso a una niña de ocho años que acaba de perder también a
su madre? Me sentía la peor persona del mundo, el peor tío del mundo… un
asesino de culebras.
—Mierda
y mil veces mierda… —Espera un momento. ¿Cómo se llamaba el tío que vivía
arriba? El herpetólogo…. ¿dónde diablos había dejado Michael todos sus datos?
Fui al vestíbulo y cogí un trocito de papel arrugado que se encontraba junto a
la figura de una piña… ¡vaya decoración! “Casey Bradshaw, nº 402”. También
había escrito el número de teléfono, pero no tenía ni la más mínima intención
de llamarlo por teléfono pudiendo decírselo en persona. De todas formas,
necesitaba que viniese. ¡Cuanto antes!
No
me apetecía tener que esperar el ascensor, así que subí por las escaleras,
deprisa, saltando los peldaños de dos en dos. El piso 402 también quedaba en la
esquina, justo encima del piso de Michael. Sin pensar, llamé a la puerta con
fuerza.
Medio
minuto después, la puerta se abrió ante mí permitiéndome apreciar la figura de
un joven muchacho pelirrojo de pelo rizado y de piel extremadamente blanca
salpicada de pecas. El muchacho llevaba una camisa a cuadros y pantalones
vaqueros. Me miró y en sus labios pronto se dibujó la silueta de una ‘O’.
—Mmm… ¿sí?
—¿Eres
Casey Bradshaw? —pregunté con impaciencia. En realidad, no creía que fuese él;
me esperaba otro tipo de persona, alguien con un doctorado en reptilogía tenía
que ser, por lo menos, igual de viejo que Michael… y también alguien tan culto
y estudiado como él. Quizás era el hijo del señor que yo andaba buscando.
—Sí,
eso es, soy yo —afirmó.
Pestañeé
un par de veces como dudando de su palabra.
—¿De verdad? ¿El profesor?
—¡El
mismo! —repitió—. ¿Y tú eres…?
—Sí,
perdón. —Sí, hay que presentarse, qué tonto soy. Pensé que quizás creyese que
era uno de esos vagabundos sin casa, allí delante de él, todo sudado y en
camiseta, descalzo, sin calcetines, con el pelo desaliñado como en los 80 y un
arañazo hinchado que me recorría todo el brazo. Sin embargo, estaba demasiado
preocupado como para pararme a pensar en eso—. Me llamo Jimmy Sargent, soy el
hermano de Michael Sargent. Tú quizás lo conozcas como el señor Sargent. Bueno,
me estoy quedando en casa de él y de su hija Kelly y me dijo que hablase
contigo si tenía problemas con Ganimedes.
—¿Qué
le ocurre a Ganimedes?
Estupendo.
Ha llegado la hora de confesarlo todo. Y encima a todo un amante de las
serpientes. Seguramente pensaría de mí que no era más que un vago aprovechado.
—Le di demasiada comida. Le di dos
ratoncitos de esos en vez de uno; y ahora no se mueve, está quieta y no sabría
decirte si está viva o muerta. También sé que es inútil que venga y te moleste
con estas cosas, pero si no me ayudas, ¡estoy jodido!
Bradshaw
escuchó toda mi palabrería con bastante calma y cuando terminé de hablar,
simplemente, me sonrió. Me sonrió y, además, le cambió la cara: en ella ya no
se dibujaba un –ajá sino un –vaya. Tenía una dentadura perfecta, con dientes
blancos como perlas y su sonrisa denotaba alegría, haciendo que todo su rostro
pareciese calmado. Aquella impresión me pareció bastante sexy, lo que hizo que
me sintiese aún más culpable de haber descuidado tanto mi aspecto.
—Dos ratoncitos no deberían
suponer ningún problema. A veces, las pitones bola se dan auténticos atracones.
Ya sabes, se dan banquetes y luego ayunan. Seguramente no le pasa nada.
No
tenía palabras para expresar lo tranquilo que me encontraba después de su
respuesta. La angustiosa presión que se había apoderado de todo mi pecho
pareció disiparse y desaparecer por completo, y en ese momento lo que más me apetecía era
sentarme y relajarme. Bradshaw seguro que me lo notó en la cara.
—¿Por qué no entras un momento? Me
pondré los zapatos y podremos ir abajo al piso de Michael.
—Claro,
gracias. —Entré con cierto temor a encontrarme… bueno, un montón de serpientes.
Pero no, no vi ninguna, ni tampoco nada que me recordase a Indiana Jones en la
película En busca del arca perdida;
aunque sí vi algunos terrarios adornando las paredes, al menos, no había
ninguno en el salón. El lugar era bastante agradable, estaba decorado con un
estilo que recordaba al de los ranchos de Estados Unidos, ciertamente todo muy
estiloso, muy tranquilo y relajado. Me senté en un sillón negro de cuero (¡sí
que era cómodo!) y me quedé mirando cómo aquel biólogo versado en culebras
desaparecía en la cocina.
—Solo
estoy apartando el chile del fuego —me
dijo, y tan pronto como procesé el olor que me llegaba, el estómago me comenzó
a gruñir. Dios, qué hambre tenía.
Sacando
solo la cabeza y dirigiéndose a mí, me dijo:
—Bueno, hay comida suficiente para
dos.
Todo
un detalle de su parte, la verdad. Pero…
—Gracias, de verdad, pero ¿no te
importa ir antes a ver a Gani? Si no, no sé si voy a poder comer tranquilo.
—Claro
—me dijo serenamente. Luego, se puso
unas zapatillas como las que se usan para jugar al tenis—. Vamos.
Aunque
no intercambiamos ni una sola palabra al respecto, ambos nos decidimos por
tomar las escaleras. Yo había dejado la puerta del piso abierta, pero por
suerte había un portero en el edificio. Si hubiese hecho lo mismo en la lúgubre
madriguera donde vivía, me hubiesen quitado el televisor en menos que canta un
gallo. Elegante, lo que se dice elegante, no era. Yo iba primero y Bradshaw me
seguía. Cuando entramos en el piso, cerró la puerta y fuimos directamente a ver
cómo estaba Ganimedes. Para mí estaba tal cual la dejé: estirada y tiesa. En
ese momento, el pánico volvió a apoderarse de mí. Dios mío qué tonto he sido,
qué inútil. El más pequeño de cinco hermanos y, cuando yo nací, todas las
virtudes y todos los dones que Dios tenía destinados para la familia Sargent ya
se habían acabado… y ya solo quedaban pecados y culpas… Probablemente me quedé
con la pereza…
—Está
bien, está harta y tiene sueño —sentenció Bradshaw tras unos momentos de
contemplación tras el cristal de la urna—. Y quizá también tenga un poco de
frío. —Tras decir eso último, abrió la urna y, con delicadeza, cogió a la
pequeña pitón para ponerla en la zona más cálida del terrario. Una vez la
acomodó, la serpiente volvió a moverse; se enroscó lentamente hasta formar una
bola que, sin duda, me resultaba de lo más familiar. Entonces suspiré aliviado.
Bradshaw cerró la urna y me miró. De nuevo, sus labios me parecieron de lo más
expresivos—. Estabas nervioso, ¿verdad?
—Tío,
ni te imaginas —le dije mientras suspiraba—. Muchas gracias, Bradshaw.
—Por
favor, llámame Casey —dijo él—. Solo mis alumnos me llaman Bradshaw. Creo que,
fuera de las aulas, suena un poco exagerado. A decir verdad, suena exagerado
siempre; diría que hasta pretencioso, pero tengo que adoptar cierto decoro
académico.
—Claro
que sí, Casey. —Comencé a tocarme el pelo, toda una señal de lo tranquilo que
estaba después de que hubiese desaparecido la presión de mi pecho—. De verdad,
me has salvado la vida. Creía que me iba a dar un infarto.
—No
hay de qué —volvió a repetirme—. Te he
visto un par de veces por aquí… ¿Y dices que eres el hermano pequeño de
Michael?
—El
más pequeño de todos —dije yo—. Solo estoy aquí para ayudar un poco mientras
que él y Kelly están… ya sabes…. —Dios mío, qué expresivo estaba hoy, ¿no?
Probablemente creería que no era más que un imbécil.
Por
su parte, Casey solo se limitó a asentir levemente.
—Entiendo. Qué bien que estés aquí
con tu hermano después de todo lo que ha pasado.
—Bueno,
ya sabes, la familia es lo primero —dije de manera poco convincente. ¡Qué
fuerte!
Luego nos quedamos mirándonos el
uno al otro durante unos instantes.
—¿Tienes
hambre? —me preguntó finalmente—. Porque, de verdad, hay chile suficiente para
dos y me gustaría que comieses conmigo.
Era
un mentiroso, pero me pareció un buen gesto por su parte.
—Sí, me encantaría. Dame solo un
momento para que me limpie… —El sonido del teléfono en la distancia de la casa hizo
que tuviese que dejar de hablar—. Perdona, déjame que atienda el teléfono un
segundo. —Casi no esperé a que me dijera que sí y ya corría hacia la habitación
de invitados, donde la canción Why don’t
you get a job? de Offspring me anunciaba que era algo relacionado con el
trabajo. Cogí el teléfono de la mesita de noche y le di a la tecla verde—. ¿Sí,
dígame?
—¿Quieres
trabajar un turno más? —me preguntó, sin preámbulos, la voz de mi jefe—. Porque
Jake está en el hospital con un dedo roto, y me vendría de lujo tu ayuda. Se te
pagaría extra.
¡Ah!
Sin duda, eso me vendría genial. Y bueno, había dormido cuatro horas, por lo
que no tendría problemas para pasar la noche en vela.
—¡Claro!
—Genial.
Empiezas en una hora.
—Ge…
—La llamada se cortó—… nial. —Sí, genial, estupendo, solo que ahora ya no tenía
tiempo para comer con Bradshaw… quiero decir Casey. Volví al salón donde él me
esperaba de pie y en calma—. Perdón, acaban de llamarme del trabajo y necesitan
que vaya ahora.
—No
pasa nada —dijo Casey sin más, aunque tampoco esperaba que se pusiese a llorar
como una Magdalena. Era simplemente un cierto tipo de… respuesta auto reconfortante—.
En otro momento.
—Claro,
sería estupendo. Ciertamente estupendo.
—¡Qué
bien! —Se dio media vuelta para dirigirse hacia la puerta y yo ya había captado
la indirecta, así que lo acompañé hasta la entrada. Abrí la puerta y él salió—.
Nos vemos, Jimmy.
—Sí,
muchas gracias de nuevo.
—No
hay de qué. —En cuestión de segundos, él estaba de nuevo en las escaleras y yo
andaba, como un poseso, intentando comer, ducharme y vestirme como una persona
normal. Además, también me esforzaba por no pensar en Casey Bradshaw. No tenía
tiempo para luchar contra una erección.
Cual
animal, devoré unas tostadas, me bebí un zumo, me monté en el coche y me lancé
a la carretera teniendo todavía un montón de tiempo. A mitad de camino,
parpadeó el teléfono, pero no hice caso de eso. Después de todo, no podía
hablar y conducir al mismo tiempo, probablemente ni siquiera con un set de
auriculares de manos libres; se me daba fatal eso de hacer varias cosas a la
vez y ni siquiera dejaba que mi padre encendiese la radio cuando me enseñaba a
conducir. Tuve mi primer accidente una vez que intentaba encender el aire
acondicionado… Sí, me encantaba conducir, pero también tuve siempre presente
cuáles eran mis limitaciones.
Me
dirigí hacia un pequeño aparcamiento situado en la parte trasera del centro
comercial La Encantada, y fue
entonces cuando miré el teléfono. Tenía una llamada perdida de Michael, así que
apagué el vehículo y lo llamé.
Contestó
justo después del primer toque.
—¿Jimmy?
—Hola,
Michael.
—Bueno,
¿has quemado la casa ya o algo así?
Se
me escapó una sonrisa forzada. No importaba de qué hermano estuviésemos
hablando; siempre tenían la misma actitud conmigo respecto a mis capacidades,
algo que, considerando lo que acababa de suceder, tampoco era demasiado
desacertado.
—Estuve preocupado durante un
tiempo porque creía que había matado a Ganimedes, pero…
—¿Qué?
—me interrumpió Michael sin dejar que
terminase. Había algo extraño en su forma de hablar. Sentía cierta tensión, una
tensión que nunca antes le había notado, ni siquiera cuando murió Stacy—. ¿Qué
fue lo que hiciste?
—Bueno,
relájate, todo está bien. En vez de uno, le di dos ratones por accidente, y
parecía que no se movía, pero llamé a Casey y vino a echarle un vistazo. Dijo
que la criaturita está perfecta.
—Madre
mía, James. —Hacía años que no me llamaba James, concretamente desde el día en
que derramé una coca-cola encima de Stacy mientras ensayaban la cena para su
boda. Ella, a diferencia de Michael, no se enfadó, pero él se cabreó conmigo—. No
puedo dejarte solo ni diez puñeteros minutos, ¿no? Incluso Kelly, una niña, es
más responsable que tú y no tiene ni diez años.
Eso
fue un golpe bajo.
—La serpiente está bien, Michael.
—No
gracias a ti, por lo que dices.
—Mira
—acabé saltando, perdiendo la poca paciencia que tenía—, si quieres buscarte a
otra persona que se haga cargo de cuidarte el puto piso y la puta serpiente y
que te ayude en tu puta vida, ¡perfecto! Buena suerte, capullo. —Corté la
llamada y tiré el teléfono en el asiento del copiloto. Respiraba como si me
faltase el aire… y la poca calma que tenía después de una mañana tan movida
acabó esfumándose. Permanecí en el coche, hablándome a mí mismo y mordiéndome
la lengua para que aquellos susurros míos no acabaran convirtiéndose en
bramidos de fiera. No debería habérselo contado, debería haberme callado como
una puta. Lo último que Michael necesitaba era tener más información a su favor
sobre la mierda de persona que soy.
Me
sonó el teléfono; era Michael. Lo sabía porque el tono de llamada que le tenía
asignado era la canción Space Oddity
de David Bowie, pero ahora estaba pensando seriamente si cambiársela por Creep de Radiohead. Qué capullo. Puse el
móvil en silencio y me lo metí en el bolsillo trasero de mi pantalón, luego
salí del coche y me dirigí a comenzar mi jornada laboral.
Hice
el turno para el que me llamaron, luego hice mi turno normal y, finalmente, mi
jefe me mandó a casa con órdenes de no volver en dos días. A pesar de no poder
casi mantenerme de pie, me sentía lleno de energía, extremadamente estimulado,
vivo gracias al café y al azúcar que había tomado. Volví a dirigirme al
edificio, bastante pijo, donde estaba el piso de Michael; el portero me dejó
pasar y justamente me estaba preguntando por qué diablos no podía dar con la yema
de mis dedos al botón del ascensor cuando, de repente, noté que alguien me
cogía por el hombro. Tan rápido me volví, que acabé chocando con la puerta
metálica del ascensor, que finalmente se abrió tras mis espaldas. El individuo
que me importunaba salió del ascensor y extendió la mano para ayudarme a
levantarme. Al final, tras varios intentos de concentración, pude fijarme en su
rostro.
—¿Casey?.
—Hola
Jimmy. —Me miró de arriba abajo—. Tienes mal aspecto, muchacho.
—Bueno,
tú te ves genial —le contesté con total sinceridad, según parece, sin
importarme mucho el hecho de que la conexión entre mi subconsciente y mi boca
no estuviese pasando por sus mejores momentos. Era verdad; se veía fenomenal,
con sus pantalones vaqueros y una camiseta Henley de manga larga azul oscuro
que hacía juego con el color de sus ojos. Además, vestía una chaqueta de cuero
y, en las manos, llevaba una bolsa—. Hueles
fenomenal.
—Seguro
que el olor tan rico viene de las tostadas —dijo con una sonrisa de lo más
sexy. En realidad, era una sonrisa normal, pero viniendo de él, me pareció
extremadamente sexy.
—Genial,
lo último que comí fueron unas tostadas.
—¿Ah,
sí? —Me hizo retroceder hasta entrar de nuevo en el ascensor y pulsó el número
4—. ¿Y cuándo comiste eso?
—Ayer…
justo después de que nos viésemos.
—Madre
mía, Jimmy, eso fue hace casi veinticuatro horas.
—Exacto.
—Con la mano que tenía libre, me restregué toda la cara, una cara que me
pareció insensible, adormecida y amodorrada. Casey me seguía agarrando del
brazo, y yo, por mi parte, tampoco tenía ninguna prisa de apartárselo—. Trabajé
el doble, y he bebido algo de… en realidad mucho café. Y he comido algo de pan.
También una caja entera de caramelos de esos que parecen pajitas… no me pude
resistir.
—¿Dónde
trabajas? —Seguidamente, se abrió el ascensor. Con una gentileza extrema, me animó
a salir hasta el rellano de su piso, para finalmente entrar en su apartamento.
—En
el centro comercial, en el Crate &
Barrel. Soy reponedor, repongo productos que nunca compraría —le dije con bastante
seguridad—. No me va la decoración de esos renos de metal, y además, me
resultan extremadamente malvados, hay que tener cuidado con tanto pincho. —Mientras
él cerraba la puerta, yo me limité a echar una ojeada alrededor—. ¡Este no es
el piso de Michael!
—No,
no, es el mío. Sé que tienes que dormir, pero antes me gustaría que comieses
algo.
Vaya
tela.
—¡Vaya! —dije de manera astuta—.
Claro, ¡sería genial!
—Puedes
comer un sándwich o, si quieres, puedo prepararte algo distinto. Siempre y
cuando uno de los ingredientes sean los huevos. Sería algo más elaborado que en
el desayuno; cuando empiezo ya no puedo parar, y cuando paro es porque algo va
mal. —Dejó la bolsa que llevaba en la mesita del recibidor y se quitó la
chaqueta, entonces se dirigió hacia mí y, con delicadeza, me quitó la mía. Luego,
casi de manera instintiva, las colgó en el perchero.
—Con
el sándwich bastará —dije tras unos segundos. Quería que cocinase algo para mí,
pero no estaba lo suficientemente centrado como para disfrutar de la comida.
Además, después de haber comido tanto, mis capacidades para conversar se verían
extremadamente afectadas.
Casey
recogió la bolsa del suelo, y yo lo seguí hasta el salón principal de la casa.
Haciendo gestos con la mano, apuntó al sofá.
—Ve y siéntate. Traeré un par de
platos y algo para beber. ¿Más café?
—Mmm,
no, zumo mejor, si tienes.
—Claro
que sí. —Tras unos minutos, volvió a entrar en el salón con dos platos pequeños
de color azul y un vaso de zumo para mí; él tomaría café. El sofá era grande,
lo suficientemente grande como para estirarse por completo, pero él se sentó
tan cerca de mí que nuestros muslos casi se rozaban. Me alcanzó la comida y,
como animales hambrientos, los dos comenzamos a comer.
Bueno,
si tan solo hubiese estado despierto para probarlo, quizás me hubiese gustado
disfrutar más del desayuno casero porque, de verdad, las tostadas estaban
deliciosas; y el momento en sí me supo a gloria. Era comida de verdad, y estaba
realmente buena… Yo solo mascaba y tragaba, como si no hubiese un mañana. Había
terminado en menos de dos minutos y, cuando terminé de limpiarme la boca y las
manos, dirigí la mirada hacia Casey, que parecía… ¡sorprendido! Por su parte, no
se había terminado ni la primera de sus tostadas, y parecía que sus ojos se
habían quedado fijos mirando cómo comía yo.
—Normalmente
no soy tan cerdo —le dije, pensando que quizás se estuviese arrepintiendo de
haberme invitado a comer después de ver que también me acababa la mitad de su
desayuno.
—Oh,
para nada —dijo de manera distraída—. Está todo bien, todo perfecto. —Sus ojos
volvieron a encontrarse con los míos—. Tenías mucha hambre.
—Ni
te lo imaginas. —Nos quedamos mirándonos el uno al otro durante un momento antes
de que mis caderas comenzaran a vibrar enloquecidamente—. ¡Mierda! —Me saqué el
móvil del bolsillo y me quedé mirándolo.
—No
es trabajo, ¿no? —preguntó Casey.
—No,
no me dejarán volver en algunos días. Es Michael. —Rechacé la llamada y volví a
guardarme el móvil.
—¿No
quieres hablar con tu hermano?
—Ahora
mismo, no. No mientras se comporte como una zorra. —Me acabé el zumo que me
quedaba y lancé un suspiro—. Gracias por el desayuno, tío, de verdad.
Casey
me sonrió nuevamente, y una extraña presión volvió a apoderarse de todo mi
pecho; una sensación que habría achacado al hambre si no fuera porque acababa
de comer.
—Un placer, me gusta tu compañía.
—Bueno,
odio tener que dejarte sin ella, pero tengo que ir abajo antes de que el sueño
se apodere de mí y me duerma en tu sofá.
—Puedes
dormir si quieres —dijo sorprendiéndome—. De hecho, ¿por qué no te duermes? No
tienes que ir a ningún sitio, ¿no? —Sin pensar demasiado, asentí con la cabeza—.
Estaba pensando en preparar chile relleno para cenar, y esta noche televisan un
partido de fútbol. Podrías dormir seis o siete horas, y yo podría prepararte
algo que se me da especialmente bien.
—No
te preocupes —dije inmediatamente, tras lo que deseé pegarme a mí mismo por
estar siempre apareciendo y desapareciendo. En realidad, deseaba que lo hiciera—.
Pero si me dices que no habrá problema y que no supondré ningún estorbo para
ti….
—Jimmy,
estamos de vacaciones. Podemos estar juntos. —Se me paró el corazón, que volvió
a latirme de repente cuando continuó diciéndome—. Y me encantaría tenerte cerca
todos los días del año. Déjame que te traiga una almohada y una manta. —Se
levantó y fue al recibidor. Lo seguí con la mirada mientras se iba, claramente
contemplando el culito tan bien puesto que le hacían los vaqueros; y me
preguntaba si realmente me estaba tirando los tejos o si solo lo hacía por la
compañía. A juzgar por las pocas fotos que había en la casa en las que se le
veía acompañado, parecía estar soltero; además, a pesar de la sensación de
miedo que en un primer momento se apoderó de mí, el gaydar no había parado de sonarme desde el
mismo momento en el que me fijé en él. Nada de aquello significaba que
estuviera verdaderamente interesado en mí, pero al menos parecía que tendría la
oportunidad de comprobarlo por mí mismo.
Y
además, parecía que quería alimentarme de nuevo. ¡Polvo garantizado!
Casey
volvió con una almohada y una manta vieja color granate que parecía de lo más
suave. Al pasármela, la recibí con una notable mueca de agradecimiento.
—Tío, eres genial.
—Descansa,
Jimmy.
Me
quité los zapatos, y me alegré de que el suelo de la casa de Casey fuese
normal, así no tenía que preocuparme de que la moqueta se manchase ni nada de
eso. Estaba tan cansado que tan pronto como me recosté en la almohada, perdí el
conocimiento. Probablemente roncaría, pero eso es lo bueno de perder el
conocimiento: yo no escuchaba mis ronquidos.
CUANDO desperté, los chiles rellenos ya
estaban hechos y Casey cortaba tomates para hacer una salsa casera. ¿Y de
verdad aquel hombre pensaba que era mal cocinero? Recogí la manta con la que
había dormido y la doblé, luego la puse encima de la almohada. Posteriormente
hice una pequeña visita al baño y, por último, lo acompañé en la cocina. La
cocina, que era un poco más grande que la de Michael, estaba pintada de un
color tierra que me pareció mucho más agradable que la encimera blanca y
violeta a la que estaba acostumbrado.
—Hola
—me saludó—. ¿Has dormido bien?
—Como
un tronco —contesté—. ¿Cuánto tiempo
estuve durmiendo?
—Casi
seis horas. En realidad, esperaba que durmieses un poco más.
—Huele
demasiado bien para dormir. —Me quedé mirando todo lo que había dispuesto por
la encimera—. ¿Te puedo ayudar en algo?
—No,
no te preocupes, pero podrías traer un par de cervezas.
Al
abrir el frigorífico, vi un pack de seis cervezas de la marca Stella Artois.
—Estupendo —dije mientras sacaba
dos botellas. Las abrí y puse la mía encima de la mesa; a él le di la suya. O
se la hubiese dado, si sus manos no hubieran estado embadurnadas de tomate,
pimiento y cebolla—. Parece que vas a tener que esperar a no estar tan ocupado
—dije sonriendo mientras le daba un sorbo a la cerveza.
—O
podríamos compartir una —replicó él.
—Magnífico.
—Me encantó la falta de ingenio por mi parte—. Claro que podíamos hacerlo. —“Supongo
que sí”, pensé yo, dando otro trago. Sus ojos se quedaron fijos en mi garganta,
y cuando finalmente bajé la botella, la mirada que me echó fue tan tremenda que
me hizo temblar—. Toma. —Le ofrecí la
botella limpiándole el borde para que él bebiera… ¡sin duda merecía la pena
verlo beber! Le acerqué la botella lentamente. Cuando volvió a abrir los ojos,
sus pupilas continuaban dilatadas, dando a su mirada un cierto toque oscuro de
lo más seductor. Noté cómo el muslo se me movía de manera involuntaria. Y
entonces mi estómago hizo acto de presencia.
Casey
comenzó a reírse.
—Tío, ¡vaya hambre tienes!
—Bueno
—me defendí—, ya sabes qué fue lo último que comí; desde entonces no he tenido
tiempo de llevarme nada a la boca.
—Siéntate
—dijo señalándome una de las sillas de aquella mesa grande y cuadrada de roble.
Nunca había visto un salón con una decoración tan formal como el que tenía
delante, y seguro que, estando soltero, la mayoría de las veces él era el único
comensal—. La comida ya está a punto. Ya verás cómo te vas a llenar.
—Eres
todo un maestro de las indirectas —dije felicitándolo mientras tomaba asiento.
Sentí cómo se me ruborizaba toda la cara e intenté controlarlo, pero, a juzgar
por lo chulesco de su sonrisa, no tuve éxito.
—Haces
que saque lo mejor de mí mismo —me respondió mientras se lavaba las manos antes
de poner en la mesa un humeante plato de chiles rellenos, una fuente de
ensalada con trocitos de pimientos y la salsa casera que había preparado. Se
sentó enfrente y cogió su cerveza—. ¡Salud! —Entonces brindamos y bebimos un
trago; luego empezamos a comer. Y a hablar.
Me
enteré de que llevaba más de un mes fijándose en mí y de que había intentado
presentarse en repetidas ocasiones, pero que nunca había encontrado el momento adecuado
para hacerlo, pues yo siempre estaba con Michael, con Kelly o con los dos.
—No estaba seguro de que fueras
gay, y, en caso de serlo, quedaría muy raro pedirte una cita delante de tu
hermano —me confesó—. Sé que ha pasado por momentos difíciles y no siempre nos
vemos en el campus de la universidad. Normalmente siempre estoy en clase o en
el museo. Además de profesor, también soy el director de la colección
herpetológica.
—¿Cómo?
¿Como esas serpientes disecadas y puestas en ambientes desérticos? —pregunté.
—Algunas
de ellas están muertas, pero también disponemos de un buen número de animales
vivos en la colección. Además, se está investigando mucho sobre el veneno de la
serpiente de cascabel, así que muchas veces les extraigo el veneno y envío
muestras al departamento de biología.
Casi
se me cae el tenedor.
—Les extraes el veneno.
—Sí.
—Estás
de coña, Casey.
—Te
juro que no –dijo con inocencia mientras se frotaba las manos—. Se dice así, extraer
el veneno de la serpiente. Yo no inventé el término.
—Madre
mía. —me recosté en la silla y me quedé mirándolo—. Les extraes el veneno a las
serpientes. ¡Es una locura! ¿No te da miedo que te muerdan?
—Ya
me han mordido —dijo con calma, deteniéndose unos segundos para llevarse a la
boca un poco de ensalada antes de continuar hablando—. Varias veces además.
Siempre tengo mucho cuidado, pero a veces pasan accidentes. En todo caso,
siempre tengo el antídoto a mano.
—Uff.
—Le seguía dando vueltas al asunto, pero realmente no llegaba a comprenderlo.
Había pasado por muchas situaciones peligrosas en mi vida (tenía las cicatrices
como prueba de ello) pero nunca algo que hubiese hecho de manera deliberada.
Excepto aquella vez con el carrito de la compra rodando por la colina… y
aquella otra vez cuando le unté alcohol a mi mejor amigo que estaba borracho y
luego le prendí fuego; pero aparte de eso, nunca—. Muy bien.
Él
me observaba de cerca.
—¿No te molesta?
—Tío,
es tu trabajo, no el mío. No soy yo el que tengo que levantarme todas las
mañanas para ir a extraer veneno de las serpientes. En todo caso, extraigo otro
veneno —corregí. Durante unos instantes, ambos nos quedamos mirándonos con una
sonrisa en los labios; entonces él cambió de tema.
—¿Y
a ti? ¿Te gusta tu trabajo?
—Está
bien —dije con timidez mientras tomaba otro sorbo de cerveza—. No es
exactamente el trabajo que me había imaginado. De hecho, tengo un grado en
Historia por la Universidad de Nueva York. Pero después, ya no supe qué más
hacer y tampoco me apetecía volver a estudiar, así que desde entonces he estado
de un lado para otro. —Me dio vergüenza contarle eso, ahora que lo pienso. Yo
tuve que obligarme a acabar la licenciatura en Historia y él tenía un doctorado
en ciencias. ¿Qué es lo que teníamos en común aparte de las circunstancias?
Para
ocultar mi vergüenza del momento, comencé a bostezar.
—Perdón, Casey, es que sigo
estando un poco cansado. —En realidad lo
estaba, pero además quería irme antes de que comenzara a creer que ya no tenía
nada interesante que contarle.
Él
se recostó en la silla y envolvió la botella de cerveza entre sus manos.
—Mañana también tienes día libre, ¿verdad?
—Eso
es.
—Tengo
un par de cosas que hacer por la mañana pero, ¿por qué no vienes por la noche?
Podríamos ver el partido y yo podría cocinar algo.
—¿Quién
juega? —pregunté automáticamente, aunque la respuesta estaría de todos modos
relacionada con el fútbol.
—No
lo sé exactamente —confesó Casey ruborizándose un poco. Lo miré y le sonreí; de
repente, me sentí muchísimo más relajado—. Pero bueno, ¿te gustaría venir de
todas formas?
—Claro
—contesté—. Me siento un poco culpable haciendo que tengas que alimentarme una
y otra vez…
—Me
gusta cocinar —dijo—. Si de verdad te apetece venir, trae tú el postre. Algo
bueno, ya sabes, nada de galletas de esas que venden las chiquillas scout. Parece que se han quemado de
estar tanto tiempo metidas en el congelador.
—Por
favor —dije yo de manera burlona—, esas por lo menos no se derretirían estando
yo por aquí. —Estaba fibroso y tenía músculos gracias a mi juventud y al
trabajo físico que hacía, además, podía comer todo lo que quisiera—. Traeré
algo. —Podía acercarme al restaurante The
B Line y ver si podía conseguir alguno de sus pasteles. Conocía a uno de
los camareros, y una vez me ayudó a conseguir una tarta de chocolate alemán
para el cumpleaños de Kelly, así que merecía la pena intentarlo.
—¡Estupendo!
—dijo Casey mientras sonreía, y ¡buag!, se me retorció el estómago, a lo que
siguió una nueva punzada en el muslo. Era mejor que me fuera antes de que le
pidiese si podía echarme de nuevo en el sofá.
—Así
que, bueno, ¿a las cuatro? —pregunté mientras me levantaba. Casey se levantó
conmigo y me acompañó al sofá, donde me puse los zapatos, y luego hasta la
puerta.
—Llegaré
sobre las dos, así que a partir de ahí, cuando quieras. Cuanto antes mejor. —Abrió
la puerta y yo me adelanté hasta el rellano. Nos miramos y permanecimos en
silencio, pero no fue para nada incómodo.
—Buenas
noches —dije finalmente.
—Que
descanses, Jimmy. Hasta mañana.
—¡Eso
es! —Me giré y bajé las escaleras. No oí cerrarse la puerta de Casey.
Parece
que llegué flotando al piso de Michael. Es decir, claro que estaba muerto de
cansancio, pero la razón principal era que acababa de cenar con un hombre
magnífico e inteligente que estaba súper bueno y que además me había invitado
para que fuese al día siguiente para lo que, según yo entendí, era una cita en
toda regla. Hoy había estado bien, pero lo de mañana sería algo especial, algo
planeado. Casey había hecho planes conmigo, y eso me parecía de lo más genial.
Cuando
entré, cerré la puerta. Luego puse las llaves en la mesita del recibidor y me
dirigí al comedor. Me acerqué hasta donde estaba la urna de Ganimedes y me
quedé mirándola. La pitón estaba enroscada como haciendo una pelota, ¡qué
sorpresa!, pero lo sorprendente fue que la serpiente movió la cabeza hacia
donde estaba yo. Su cabeza, desafiante, golpeó el cristal del terrario, y sus
ojos permanecieron inmóviles, sin pestañear. Tampoco sabía si las serpientes
pestañeaban, pero en caso afirmativo, esta parecía no hacerlo.
—Muy buenas, Gani.
De
repente, simulando algún tipo de bostezo, la pitón bola abrió la boca, una boca
que me pareció tremenda. Empecé a reír.
—Sí, estás tranquila y llena y
tienes mucho sueño después de zamparte los ratoncitos, ¿no? Tampoco te culpo;
yo también estoy cansado. —En realidad, muy cansado, pero necesitaba darme una
ducha o la peste que desprendía no me dejaría pegar ojo en toda la noche.
En
ese momento, sonó mi teléfono. Me lo saqué del bolsillo y miré la pantalla. Era
Michael. “Genial”, pensé. Me desplomé encima de uno de los sillones de
cachemira que decoraban el salón y atendí la llamada.
—Está todo bien en el piso, la
serpiente está bien, y no se ha matado a nadie ni se ha quemado nada.
—Jimmy….
—Yo
también estoy bien, por cierto. Cabreado contigo pero, por lo demás, estoy
bien. ¿Cómo está Kelly?
—Está
dormida —dijo mi hermano en voz baja—. Está bien, a ella le gusta estar aquí.
Bueno,
eso no sonó del todo bien.
—Y… ¿a ti no?
Michael
hizo un sonido como de agobio y luego se quedó en silencio, un silencio que se
alargó durante casi un minuto. Luego, cuando yo ya estaba a punto de decir
algo, él habló:
—Nos íbamos a divorciar.
Pestañeé
ridículamente, presa del asombro.
—¿Quién iba a divorciarse?
—Stacy
y yo. Estábamos en trámites. Nos habíamos distanciado el uno del otro, ella
quería regresar a casa, a Connecticut, y yo quería quedarme en Arizona, ya casi
ni nos tocábamos… Una semana antes del accidente, decidimos que era lo mejor
que podíamos hacer. Hablamos con un abogado, hablamos de la custodia
compartida. Ella le dijo a los padres que volvería. Y entonces… murió.
Dios.
Qué fuerte, ese viaje había debido ser como el viaje al infierno.
—¿Y Kelly no sabía nada?
—No,
aún no sabe nada —dijo Michael—. Y los padres de Stacy creen que no es buena
idea que yo me quede con Kelly si su hija estaba arreglando los trámites para
la separación. Quieren solicitar la custodia de la niña.
—¿Cómo?
—dije riendo sin creérmelo del todo—. ¿Cómo esperan hacerse con la custodia de
la niña siendo tú el padre?
—Tienen
copias de todos mis horarios de trabajo, todas mis clases, todo. Stacy se las
envió. Dicen que no paso todo el tiempo que debería con Kelly y pueden probar
que no me ocupo lo suficiente de ella.
—Mierda
—dije con firmeza—. Eres un buen padre. Siempre estás haciendo cosas con Kelly
y siempre vienes a cenar con ella y a darle las buenas noches. Además, tampoco
la estás dejando sola o con una niñera a la que apenas conoces cuando no puedes
estar aquí. Yo también soy familia, de ti y de ella, y siempre estoy aquí, así
que puedes decírselo a ellos y que se jodan, Michael.
Michael
permaneció en silencio unos instantes.
—Gracias —dijo finalmente—, por
ayudarnos. Por estar ahí cuando Kelly te necesita y por mudarte y aceptar un
trabajo que sé que no te gusta, para tener libres las mañanas y las noches. Sé
que nunca antes te lo he agradecido y eso también ha sido un descuido bastante
grave por mi parte. Tenemos mucha suerte de tenerte.
—¿Qué
bicho te ha picado ahora? —le pregunté entre risas—. Porque este tipo de
declaraciones sentimentales no son lo tuyo, pero si quiere seguir diciéndome lo
estupendo que soy, no seré yo quien te pare.
—Qué
capullo —respondió Michael, de nuevo
convertido en el hermano mayor que conocía y que tanto quería—. Y, por cierto,
no hay ningún bicho por aquí, sobre todo porque la madre de Stacy es alérgica a
los bichos y siempre tienen mucho cuidado con eso.
—Alérgica
a los bichos. Si fuese alérgico a los bichos, antes preferiría morir encerrado
en la casa que salir a la calle. Además, me encanta salir al campo—. Qué bien
que Kelly no ha heredado esa alergia.
—Pues
sí.
Seguimos
hablando durante un rato más antes de despedirnos. Cuando colgamos, yo continué
mirando la pantalla del móvil, extremadamente cansado, aliviado y desconcertado
a la vez. Esa era probablemente la primera vez que Michael me pedía perdón, y
también que me daba las gracias por algo. Siempre gusta escuchar esas cosas,
pero deseé que me las hubiera dicho por otra razón y no porque estuviera desmoralizado
porque sus malditos suegros querían apartarlo de su hija.
Me
relajé y me fui a la ducha. Michael estará bien. No dejaría que nadie lo apartara
de Kelly. Además, yo también estaba considerando la idea de establecerme cerca
de ellos en un futuro. Quizás estuviese incluso deseándolo, siempre y cuando
eso me permitiese tener a Casey un poco más cerca. Su compañía era algo
excepcional.
Cuando
acabé de ducharme, me quedé dormido, no sin antes haber dado algunas vueltas en
la cama. Al día siguiente me levanté temprano, me miré en el espejo del baño y
decidí que había llegado la hora de ponerme guapo. Mi pelo, fino y oscuro,
parecía el de una alimaña, y necesitaba pelarme; mi cara, aniñada y con forma
de corazón (mi estúpida cara en forma de corazón que tanto gustaba a mi madre y
que tanto envidiaban mis hermanas) necesitaba un afeitado urgente. Mis cejas,
de color marrón, parecían más bien dos cortes a causa del sueño, pero un poco
de tiempo y dos buenos chutes de café solucionarían el problema. No es que a
Casey le importara la pinta que yo llevaba, pero ese día iba a ser como una
cita de verdad, una cita como esas que no he tenido en meses, y quería estar
guapo para el momento.
Me
masajeé un poco la zona de debajo de los ojos… El resultado era mucho mejor que
antes. Quería estar espléndido.
Hice
huevos revueltos con tostadas y queso para desayunar y me bebí una jarra entera
de café negro. En mi casa hubiese tenido que enfrentarme a aquellas tiesas
galletitas scout y tampoco tenía
cafetera, pero la casa de Michael lo tenía todo, era una casa completamente
equipada. Cafés expresos, latte macchiatos, lo tenía todo con solo pulsar un
botón, pero la última vez que intenté experimentar yo solo sin la supervisión
de Michael, acabé cargándome el vaporizador para hacer el café y me hice una
quemadura de segundo grado, así que mejor dejaría que Michael me enseñase a
hacerlo cuando regresara de su viaje.
Durante
el resto de la mañana estuve vistiéndome, intentando que me hicieran un corte
de pelo decente y yendo al restaurante The
B Line para que Perry me consiguiese una de aquellas tartas tan ricas de
frambuesas y ruibarbo. Por mi parte, esperaba poder pasar un largo rato disfrutando
de la compañía de Casey Bradshaw.
Cuando
se hizo de noche, aún tenía que esperar unas dos horas. Estuve haciendo zapping
delante del televisor durante algún tiempo, dando pequeños golpecitos con los
dedos de los pies en el suelo hasta que, finalmente, sentí que me daban
calambres por el tobillo. Está bien, estaba un poquito nervioso. Quizás el
hecho de estar adorablemente confundido me sentaba bien; quizá las expectativas
de Casey no casaban mucho con la realidad. Quizá creía que no tenía la mente
mucho más lúcida que cuando estaba despierto y aburrido. Quizá…
Tuve
que parar o acabaría dándome una bofetada a mí mismo. Eché una mirada al
teléfono: aún tenía que esperar una hora y media. Y bueno, me di otra ducha. Al
menos así me distraería otra media hora.
En
el momento en que subí las escaleras con la tarta, estaba casi temblando de
incertidumbre. En mi opinión, me veía bien (no tenía ningún agujero en la ropa,
llevaba unos vaqueros bastante decentes, el peinado que llevaba era estiloso,
me había afeitado, y además olía a Irish
Spring, el único champú que pude encontrar aparte del gel de baño de Kelly,
con fragancia de arcoíris… No sabía muy bien a qué se suponían que olían los
arcoíris, pero me negué a utilizarlo por principios morales. Llamé a la puerta
con cierto nerviosismo y, tras unos segundos, Casey apareció ante mí.
Dios
mío, estaba guapísimo. Llevaba una camisa verde oscuro con botones hasta abajo
metida por dentro de los pantalones, para presumir de silueta. Sus rizos,
rojizos, eran perfectos, todos ellos bien peinados, y se había arremangado las
mangas para presumir también de sus músculos. Olía a asado casero, una comida que,
dicho sea de paso, olía fenomenal.
—Hola —dije con cierta timidez—. He
traído….
No
pude acabar de decirle lo que había traído porque, de repente, sentí sus manos
tirándome de los hombros para que entrase. Entonces, sentí su boca sobre la
mía, y me olvidé de sus manos, me olvidé de todo menos de la textura de sus
labios, unos labios suaves, cálidos, insistentes y hambrientos que me
requerían. ¡Joder, querían devorarme!
Con
la mano que tenía libre, rodeé a Casey por la cintura, olvidando que tenía que
sujetar la tarta mientras nos dirigíamos, sin parar de besarnos, a su
dormitorio. Me besaba ardientemente, recorriéndome los dientes con su lengua,
que se retorcía dentro de mí. Tenía una lengua perfecta, y deseaba que me
lamiera y se retorciera en otras partes de mi cuerpo. Entonces, dejé la tarta
encima del sofá y lo agarré con la otra mano, con la que le recorrí el cabello;
mientras tanto, lo apretujaba contra mí con todas mis fuerzas. La tenía dura, y
me pregunté cuánto tiempo había estado esperando y pensando en mí mientras
cocinaba.
—Al
dormitorio —dijo con un gemido cuando ya no pudo más. Yo también di un pequeño
gemido y lo retuve pidiéndole otro beso, otro que nos permitiese continuar
andando. Fuimos moviéndonos como ciegos hasta que su espalda chocó contra la
pared, momento en el que yo caí hasta la altura del sofá. Una vez en su
habitación, yo me retiré y me agaché para quitarme la camisa y fue entonces
cuando lo vi.
—Tío…
¿qué es eso? —Tenía un terrario encima de un armario de madera de cerezo, y
dentro había un lagarto de unos treinta centímetros que tenía la cabeza en
forma de cuña y cubierta de lo que parecían pinchos.
—Esa
es Ivonne. Es una pogona.
—Creía
que lo tuyo eran las serpientes.
—También
—murmuró acercándose a mi cuello con sus cálidos labios humedecidos. Con las
manos, que me había metido por debajo de la camisa, fue escudriñando la base de
mi columna—. Serpientes… lagartos…. todo
lo que vienen siendo reptiles.
—¿Y
de verdad se llama lagarto pogona? —dije con una risita—. Y le dijiste a mi
sobrina que se comprase una pitón bola, además… Tu trabajo suena un tanto
pornográfico.
Casey
me chupaba con fuerza el cuello, como queriendo chuparme la sangre.
—Todo puede ser un tanto
pornográfico si se está con la persona adecuada. Excepto las historias sosas y
secas —dijo como haciéndome burla.
—¡Oh,
suena como si me estuvieras retando!
—Enséñame
lo que sabes hacer, Jimmy.
Puse
su cabeza junto a la mía y lo besé con fuerza, sin lengua, justo antes de
apartarlo para despojarme de mi camisa. Sabía que tenía un cuerpo de lo más
apetecible, pero me divirtió el hecho de ver cómo Casey paraba de desnudarse por
el simple hecho de verme a mí. Me descalcé y me quité los calcetines, y también
los bóxers; entonces, me arrodillé ante él en el suave tacto de la moqueta. Él
seguía luchando con su cinturón, que lo distraía, así que pasé a la acción.
—La
Historia también es sexy —le dije mientras lo miraba desde el suelo. Le aparté
las manos del cinturón y se lo quité, después empecé a desabrocharle los
botones desde arriba—. Por ejemplo la Constitución. Establece y defiende
nuestras libertades y comienza de manera impresionante. Nosotros, el Pueblo… —Le
desabroché lentamente los pantalones e incliné la cabeza; con la boca, recorrí
de arriba abajo toda la erección, que tomaba forma por debajo de sus gayumbos—…
de los Estados Unidos, a fin de formar una unión… —Hice una pausa para lamerle
la zona del glande, que ya empezaba a humedecerse—, más perfecta, establecer
Justicia… —Le bajé el pantalón por debajo de sus muslos junto con los
calzoncillos, quedando al descubierto la polla por la que me moría.
—Asegurar
la tranquilidad interior. —Respiré unos instantes, transfigurado ante el
espectáculo. La cabeza de su polla, rosada e hinchada, mostraba algunas gotas
de líquido presemiótico; y su piel, suave y clara, estaba salpicada de lunares.
Tenía los huevos parcialmente cubiertos por ricitos de color rojo oscuro que
parecían decorar todo su cuerpo, y la cosa era delgada, pero laaaarga.
¡Fantástico! Lo lamí entero de arriba abajo mientras Casey gemía y enterraba
sus dedos en mi pelo.
—Atender
a la defensa común… —murmuraba yo con cada uno de mis movimientos hasta que
alcancé la parte superior, que fui besando y embadurnando mis labios con su
sabor. Mi lengua se adelantó atrevida a probar el manjar—. Fomentar el
bienestar general… —Y ahí tuve que parar de hablar porque, de repente, me la
metí en la boca, tan profundo como podía, engullendo su aterciopelada dureza y
creyendo que había muerto y estaba en el cielo. Casey, por último, juró la
Constitución y me abrazó aún más fuerte, y me encantó. Volví a chuparle todo, de
arriba abajo, con cierto ritmo, hasta que me aparté.
—Y
obtener, tanto para nosotros como para nuestros descendientes, las bendiciones
de la Libertad. —Le froté las manos por el culo desnudo y lo empujé hacia
delante, impregnando mi recién afeitada cara de líquido presemiótico; después,
con la boca, le acaricié toda la zona púbica—. Ordenamos y establecemos esta
Constitución para los Estados Unidos de América. —Miré a Casey y sonreí—. ¿Continúo
con el Artículo Uno o pasamos ya al plato fuerte?
—El
plato fuerte —dijo Casey con unos ojos tan oscuros y tan grandes que casi había
desaparecido el azul de sus pupilas—. Por favor.
Mmm…
Por favor y todo, me gustó eso. Le empujé por las caderas y cayó sobre la cama,
desprendiéndose de su ropa hasta quedarse completamente desnudo, gloriosamente
desnudo. Dios, nunca había estado con nadie que estuviera tan bueno como él, que
tuviese un sabor y un olor tan especial y que me quisiera tanto como el hombre
que tenía delante. Me metí entre sus piernas, le cogí una de sus manos y la
volví a llevar a mi cabeza, y luego me lié con su magnífica polla. Bradshaw
estaba empapado de líquido, un fluido dulce y pringoso que embadurnaba todo su
sexo, que yo saboreé y devoré en mi intento de que se corriera. Luego
tendríamos tiempo de tranquilizarnos, de hacernos mimos y fantasear, pero
ahora, en el fulgor del momento, solo deseaba una cosa: que se corriese.
Mientras
chupaba su polla, le apretaba los testículos. Con la otra mano, iba acariciando
la zona de debajo de los huevos. Casey no paraba de gemir, mientras me peinaba
el cabello con la yema de sus dedos. No me empujaba la cabeza para que le diera
más placer, pero me hacía saber lo contento que estaba de otras formas; por
ejemplo, susurrándome—. Sí, sí, eso es, Jimmy, sí, uff… —Hasta que supe que estaba a punto de
correrse, momento en el que empecé a chupársela sin contemplaciones.
Como
una cascada, los fluidos inundaron mi boca, mientras él exhalaba y jadeaba como
un animal, como si hubiese chocado con la pared y estuviera a punto de morir.
Lo dejé seco, me lo tragué todo y fui lamiéndole con la lengua hasta dejarle la
zona limpia; entonces, cuando por fin pareció recuperar el ritmo normal de la
respiración, me di cuenta de las ganas que tenía de correrme.
—Casey….
—Aquí
estoy —dijo tirando de mí hasta que alcancé la altura de su torso—. Eso es
—dijo mientras me acomodaba, a cuatro patas, por encima de su cabeza—. Eso es
lo que quiero que hagas conmigo.
¡Vaya!
Y creía yo que la Constitución era sexy…
—Abre… —le dije. Entonces él abrió
la boca y yo, despacio, me introduje hasta su garganta. ¡Dios! ¡Me encantaba!
Después del orgasmo, Casey estaba más que relajado, tranquilo, limpio y listo
para mí. Comencé a mover lentamente las caderas, disfrutando de la sensación
que me producía su lengua, sus labios, y el filo de sus dientes. Con las manos,
me acariciaba los muslos, invitándome a continuar, así que el movimiento de mis
caderas se fue haciendo cada vez más rápido, hasta que vi que Casey casi no
podía respirar, gimiendo como una puta y disfrutando del momento a más no poder.
Empecé a palparle el rostro con una de mis manos; quería sentir su cara, la
tensión de su mandíbula, hasta que finalmente me aparté para pajearme y
descargar toda mi excitación ante él.
—Casey
—pronuncié su nombre como si fuese un regalo del cielo, algo demasiado bueno
para mí, pero que sin duda era mío. Tras unos segundos, me eché a su lado,
momento en el que Casey se volvió y me arropó entre sus brazos. Personalmente,
no me consideraba ningún peluche poscoital, pero estaba dispuesto a cambiar si
era Casey quien me lo pedía. Se volvió hacia mí, enterró la nariz en mi cuello
y fue besándome toda la zona que había dejado marcada anteriormente. Finalmente
suspiró de felicidad.
—Ayer
tenía tantas ganas de hacerlo…
—Deberíamos
haberlo hecho —dije asintiendo coherentemente—. Sin duda, sí.
—Me
encanta cuando eres elocuente.
—Ya
lo sé —dije presumidamente. Entonces fruncí el ceño y olfateé el ambiente—. ¿Se
está quemando algo?
Por
un momento, Casey permaneció impasible.
—¡¡Mierda!! —Lleno de energía,
saltó de la cama y se dirigió al recibidor. Lo observé mientras se iba,
disfrutando de las vistas.
El
asado era incomible, así que terminamos comiéndonos la tarta y unas judías
verdes para cenar; fue probablemente la mejor cena de mi vida.
SEIS MESES después, yo seguía viviendo en
Tucson, trabajando durante el turno de noche (solo que ahora era jefe, que es
mucho mejor) y ayudando a Michael a cuidar de Kelly. Además, después de acceder
a librarse de Ivonne a cambio de mi compañía, también vivía con Casey. Por
alguna extraña razón, me parecía asqueroso practicar sexo delante de cualquier
animal, y tampoco me ayudaba a superarlo el hecho de que Ivonne hinchase toda
la zona de la garganta cuando yo me acercaba, como si estuviese muriéndose por
mis huesos.
Me
fui hasta la cocina y me bebí una taza de café que Casey había preparado
después de vestirse con su uniforme de trabajo. Ahora que iba casi todos los
fines de semana a buscar serpientes con sus alegres y joviales alumnos, había
conseguido un bronceado de lo más bonito por sus brazos y su cara. A veces yo
también les acompañaba, aunque solo para hacerles saber que aquel hombre ya
estaba cogido, y también porque, en realidad, era bastante divertido salir de
excursión con Casey, que era todo un entendido en fauna local, no solo en
serpientes y lagartos. La última vez que fuimos de excursión, por ejemplo,
vimos una pareja de zorritos, y yo esperaba ver algún coatí en algún momento.
—¿Has
oído eso de que las mujeres que acaban de ovular son las mejores a la hora de
encontrar serpientes? —le dije después de limpiarme parte del barro y la suciedad—.
Es un hecho probado. Alguien hizo un estudio científico al respecto.
Casey
puso los ojos en blanco.
—Tanto Dillon como yo estaremos
bien.
—Solo
estoy diciendo que quizá deberías invitar a Christy a ir con vosotros.
Especialmente si está en su fase lútea.
—Creo
que si estás tan interesado en la búsqueda de serpientes deberías venir tú
mismo y participar en la causa.
—Lo
haría, sabes que lo haría, pero ese día tengo que llevar a Kelly a sus clases
de equitación, y Michael está en sus jornadas de verano. —Estaba impartiendo un
curso sobre cuidados terapéuticos durante los primeros meses del verano, lo que
significaba que yo tenía que quedarme al cuidado de Kelly todas las mañanas—. Pero
bueno, vendremos a ver cómo extraes el veneno de las serpientes de cascabel a
las tres.
—Eso
es. —Casey me pasó un plato de huevos a la campesina y se sentó a mi lado. Dejé
de preocuparme y de sentirme culpable porque me hiciera la comida después de saber
que, en realidad, disfrutaba cuidándome de esa manera. Además, le salía genial
todo lo relacionado con los huevos—. Tu hermano nunca te perdonará que la
incites a hacer esas cosas, Jimmy.
—Bueno,
en realidad me quiere —contesté yo.
—Estoy
seguro de que sí. —Se acercó un poco más y me besó, tanto, que me olvidé del
desayuno—. Yo te quiero más —me dijo mientras apretaba su boca contra la mía.
Yo
sonreí.
—Es otro querer, digo yo.
—Sí,
listillo, es otro querer. Estoy seguro de que tu hermano no te quiere por tu
polla.
—Mmm
—murmuré mientras cerraba los ojos, olvidando en cuestión de segundos el
romanticismo—. Mmm, mierda, ¡qué espectáculo tan horrible! —Necesitaba algo que
me hiciera olvidar aquello, y lo necesitaba ya—. Dios mío, recuérdame por qué
estoy contigo.
Casey
lanzó una carcajada y me volvió a besar.
—Porque me adoras.
—Oh,
sí. —Abrí los ojos, miré a mi amante, y
le sonreí—. Tienes toda la razón.
FIN
Sobre la autora
Cari Z es una chica de Colorado
que ama la nieve y la luz del sol, lo que es bueno porque viviendo ahí, a veces
tiene las dos cosas el mismo día. Ha publicado historias con Storm Moon Press,
Dreamspinner y Total E-Bound entre otros, y su novela Cambiando Mundos ganó un
premio Arcoiris el año pasado.
Visita su blog para leer nuevas
series de ficción cada semana: http://www.carizerotica.blogspot.com.es/
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